10 Jan Robin Wright, la actriz que supo resistir como carrera
Por Gregorio Belinchón
Algún guionista habrá suspirado aliviado. La quinta temporada de House of Cards acababa con el personaje de Claire Underwood -encarnado por Robin Wright- entrando en la Casa Blanca, pero no como primera dama, sino como presidenta de los Estados Unidos. El posterior escándalo de abusos sexuales que pulverizó la carrera de Kevin Spacey forzó a cambiar buena parte de la historia de la sexta temporada -que será más corta y se enfocará exclusivamente en Claire Underwood-, pero al menos no hay que cambiar al mandatario. Respiro generalizado en la plataforma Netflix , donde saben que no hay que buscar relevo para capitanear el show: cuentan con Robin Wright, una potencia interpretativa que ha basado su carrera en la resistencia.
Hace tres meses contaba, en una entrevista con El País, su esfuerzo en los últimos años por dar vida a personajes activos, alejados del estereotipo: “Me siento muy feliz de interpretar estos papeles. Cada una de estas mujeres, a su manera, da ejemplo, todas tienen la mente clara y su propio código ético. Son luchadoras, sin importarles su físico. Me siento como si estuviera comenzando de nuevo, al principio de mi carrera. Ya he alcanzado mi cupo de esposas dolientes y mujeres destrozadas. Ahora me toca personificar la otra cara de la moneda”.
Robin Wright (San Diego, 1966) batalló para que el público y los productores olvidaran los tópicos que pudieran marcar como malas sus decisiones artísticas. Como sus primeros pasos como modelo desde los 14 años, que dejó atrás al empezar en el culebrón Santa Bárbara, en 1984. Allí se curtió, logró algunas candidaturas a los Premios Emmy diurnos y dio el salto para interpretar a Buttercup en La princesa prometida.
Sepultada por sagas galácticas y todo tipo de aventuras con superheroínas, ahora La princesa prometida es recordada por muchos más que un puñado de fans irredentos. En 1987, esa película, dirigida por Rob Reiner y escrita por William Goldman, sorprendió por su humor y por su vuelta de tuerca a los cuentos de príncipes y princesas. Catapultó a Wright, que conoció a su pareja de casi dos décadas, Sean Penn, en su siguiente gran trabajo, Tiro de gracia (1990). Esa relación sentimental marcó, probablemente, sus decisiones artísticas. Aun así, logró un hueco en títulos como The Playboys, Forrest Gump (momento en el que el gran público se enamoró de ella), Juguetes, Hurlyburly -donde coincidió con Spacey-, Moll Flanders? Por desgracia, siempre era la “novia de” o “esposa de”. Penn sí supo sacarles partido en sus películas como director, Vidas cruzadas y Código de honor, y ella también pudo optar a títulos como Cuando vuelve el amor.
El motor del cambio
A final de los años 90 y principios de este siglo XXI, Wright, que entonces era conocida como Robin Wright-Penn, corrió el peligro de convertirse en la nueva Michelle Pfeiffer: un rostro muy popular, pero que no acababa de interpretar grandes papeles en la madurez. Combinó, con otras elecciones más acertadas, el rol habitual de “esposa de” en El protegido, la mejor película del inquietante M. Night Shyamalan. Y remontó, gracias al cine de autor, a títulos de tamaño mediano pero con personajes femeninos con enjundia.
“No sé si esos papeles se parecen a mí, pero lo que sí me han permitido, gracias a la fama, es generar conversación sobre temas que me interesan. Por ejemplo, hablar de las ONG para las que trabajo desde hace 11 años ayudando a las mujeres de Congo. Como decía Gandhi, si quieres que cambien las cosas, tienes que ser el motor”, aseguró la actriz, volcada en apoyar con la organización Enough Project a congoleñas atrapadas en un país violento y corrupto por el tráfico de minerales.
En 2014 la revista Time la señaló como una de las 100 personas más influyentes del planeta precisamente por su trabajo en esa ONG, pero también por un combate fuera de la pantalla que ha convertido en su bandera: la lucha por la igualdad salarial entre actores y actrices. “Es muy sencillo y lo digo siempre: mismo trabajo, mismo sueldo. No sé por qué tiene que haber diferencias entre hombres y mujeres”, aseguraba el pasado septiembre. En 2017 la diferencia entre los sueldos del actor mejor pagado y el de la actriz mejor pagada era de más de 40 millones de dólares.
Uno de los trabajos menos conocidos de Wright encierra sin embargo una acertada metáfora de su vida artística y, en general, de la de cualquier intérprete que entra en la madurez. En El congreso (2013) , de Ari Folman se encarna a sí misma como una Wright actriz que vende su cuerpo -y su alma, aunque ella no sea consciente- a un gran estudio de Hollywood, que por una impresionante cantidad de dinero adquiere su imagen cinematográfica para hacer todo tipo de películas -incluso de acción, de las que abomina la Wright de esa historia- durante los siguientes veinte años, con lo que ella seguirá eternamente joven en pantalla. Pero cuando la actriz se deja escanear voluntariamente no es consciente de lo que significa de verdad ceder su identidad fílmica. Las reflexiones que encara El congreso le sirvieron a la auténtica Wright, que decidió no venderse ni rendirse. Llegó una gran oportunidad de demostrarlo con la serie House of Cards.
Al contrario que en la serie original británica en la que se inspira la versión norteamericana de Netflix, el personaje de Wright tiene fuerza, aspiraciones y acaba presidiendo su país. Y al contrario que su alter ego de El congreso, la actriz protagonizó este año dos films de acción tras haber cumplido medio siglo y en ambos encarnó a mujeres en posiciones de autoridad: en Mujer Maravilla, de Patty Jenkins, es la general Antíope, líder de los ejércitos de las amazonas y tía de Diana, mientras que interpretó a la teniente Joshi en Blade Runner 2049. de Denis Villeneuve. Ha logrado un equilibrio entre la enjundia de su ambiciosa Claire Underwood en House of Cards y los personajes interesantes en blockbusters.
No hace falta ser un adivino para entender que Robin Wright va a seguir en pantalla hasta que quiera; que irá tomando los papeles que ya no hagan Meryl Streep, Glenn Close y toda la generación precedente, y que el público se mantendrá fiel a la gran actriz resistente.
LA NACION