La suerte que también necesita Messi

La suerte que también necesita Messi

Por Sebastián Fest
lgunos argentinos creen que Messi es Godot, aquel personaje del teatro del absurdo al que todos invocan y nadie ve. Aseguran que lo esperaron por años y no llegó nunca a la selección. Probablemente se hayan perdido algún que otro partido de las recientes eliminatorias y varios del Mundial de Brasil 2014 . O quizá sean lectores de France Football, que tiene catalogado a Messi como el segundo entre los mejores jugadores del mundo, detrás de Cristiano Ronaldo.
Más difícil sería pensar que se tomaron en serio lo del portugués: él es el mejor jugador de la historia. Que nadie le niegue el sentido del humor a Cristiano.
La verdad es que Messi cumplirá en este año que comienza una década de dominio absoluto en el fútbol mundial, una celebración que no casualmente coincide con el décimo aniversario de la llegada de Josep Guardiola al mando de Barcelona . Desde que Guardiola le cambió la dieta, los métodos de entrenamiento y enloqueció rivales con su posición variable, Messi fue el mejor Messi, y ya nunca dejó de serlo. Es cierto que Messi era, ya antes de la llegada del español como técnico, uno de los futbolistas más brillantes del mundo, pero con Guardiola dio un salto de calidad para rayar una altura de mito.

Ese Messi imperial logró enmudecer de admiración a los hinchas de 208 selecciones reconocidas por la FIFA. La número 209 siguió siendo rebelde, innecesariamente original en sus cuestionamientos. Era la Argentina, el país de Messi, el que peor trataba a Messi. Y lo sigue siendo, aunque el asunto se haya moderado bastante.
Que un equipo llegue a tres finales y pierda las tres es llamativo, pero no anormal. Puede pasar. Peor hubiera sido no llegar a ninguna de las tres.
Messi cumplirá en este año que comienza una década de dominio absoluto en el fútbol mundial, una celebración que no casualmente coincide con el décimo aniversario de la llegada de Guardiola a su vida
Está claro, sin embargo, que los argentinos no se conforman con ser finalistas, y bien hacen en sentir el fútbol así. Que Messi se retire sin un título mundial no servirá para cuestionar su categoría de jugador, pero lo situará en debates innecesarios. Ejemplo: ¿es Messi menos que el Ronaldo (el original) bicampeón del mundo?
Vivimos ya el año del Mundial, y eso habilita a recuperar una tesis ligada al anterior: sin el aporte de Messi, la Argentina se iba eliminada en la primera rueda. Y, a la vez, el no haber tenido al mejor Messi fue en parte la razón de no haber ganado una final en la que Alemania no fue mejor. Porque las dos premisas son coherentes, aunque suenen contradictorias: Messi fue, por lejos, el jugador más desequilibrante en la selección mundialista de Alejandro Sabella, y logró eso sin ser el mejor Messi. Ofreció un Mundial de chispazos, de instantes, pero nunca de partidos.
Nada es casual: si Messi llegó a la cita de su vida por debajo de lo esperado fue porque venía de la temporada más compleja de su carrera. Aterrizó en Brasil con mil por ciento de motivación, pero no en su mejor estado físico y futbolístico. Tampoco con la calma necesaria. Barcelona lo había engañado al contratar a Neymar -el brasileño cobraba más que él-, y el estallido del escándalo por no pago de impuestos complicó aún más las cosas.
Aquel era el Barcelona de Gerardo Martino, que enfrentaba serios cuestionamientos por los métodos de preparación física de Elvio Paolorroso. En el caso particular de Messi, su juego explosivo no aparecía como antes. Estuvo ausente dos meses por lesión -hacía cinco temporadas que no le sucedía eso- y ofreció más chispazos que consistencia en una temporada 2013/2014 que terminaría sin títulos para Barcelona y con Martino fuera del equipo. Un año que Messi no había encarado bien, con una desaconsejable gira de amistosos (“Messi y sus amigos”) por América Latina y California un año antes del Mundial.
Los Mundiales duran cuatro semanas. Se sostienen indudablemente sobre el trabajo previo, pero también sobre una cuota de suerte. No la suele tener Messi en la selección, pero nada es para siempre.
Las cosas son hoy diferentes. Nadie en el Barcelona se atrevería ya a experimentar con el sueldo de Messi, y el propio jugador sabe que un Mundial se juega también en el año previo. Que la AFA y la selección, con sus múltiples contramarchas, no lo ayudaran en ese año previo debe estar, a esta altura, previsto por el metabolismo messiánico.
El mes pasado, LA NACION mantuvo un diálogo en el Camp Nou con Josep María Bartomeu, presidente de Barcelona, el hombre que ve periódicamente cómo PSG, Manchester City e incluso Real Madrid tientan por diversas vías -desde promesas de ensueño hasta cheques en blanco- a su gran estrella.
-¿Duerme tranquilo? Porque tiene al mejor, pero se lo quieren llevar todos.
-Duermo tranquilo, muy tranquilo. Tengo al mejor del mundo y de la historia en el equipo.
-¿Por eso renegoció el contrato para pagarle un 70 por ciento más que a Cristiano Ronaldo?
-No comento números que publica la prensa, pero si se trata de Leo, cualquier número es poco, cualquier cifra es chica. Lo que sí es cierto es que entre que firmamos el contrato en junio de 2017 y lo rubricamos con la foto a fin de año sucedió lo de Neymar. Nosotros pensábamos que 222 millones de euros de cláusula de rescisión era una cifra inalcanzable, pero estábamos equivocados. Hoy estamos en un ambiente en el fútbol en el que tratamos con clubes de Estado, sostenidos por otros poderes.
-Podría decirse que esos clubes son más que un club.
-Sí, pero en otro sentido. Tienen otro apoyo, otro soporte.
En todo caso, el vínculo de Messi y Barcelona pasa a ser un asunto secundario cuando Rusia 2018 está a la vuelta de la esquina. Se acerca un Mundial y la Argentina cuenta con Messi.
Suficiente para soñar, suficiente para volver a entender que los más grandes también necesitan que la suerte los ayude.
Sucedió -por poner a un deportista de envergadura comparable- con Roger Federer. Fue Robin Soderling el que en 2009 le sacó del camino a Rafael Nadal para que lograra lo que parecía altamente improbable: el título de Roland Garros. Ocho años más tarde, varios de los mejores sufrieron problemas físicos y de motivación y el suizo ofreció un tenis sublime para ganar nuevamente Australia y Wimbledon. Los Mundiales duran cuatro semanas, no un año. Se sostienen indudablemente sobre el trabajo previo, pero también sobre una cuota de suerte, esa que a veces hasta el mayor de los talentos necesita. No la suele tener Messi en la selección, pero 2018 renueva esa vieja y en este caso conveniente certeza de que nada es para siempre.
LA NACION