Seiscientas especies de pájaros que inspiraron a los poetas

Seiscientas especies de pájaros que inspiraron a los poetas

Por Osvaldo Helman
Los campos argentinos están poblados por más de 600 especies de pájaros. Motivos climáticos y geográficos determinan el afincamiento de las distintas especies y así lo comprobamos cuando recorremos nuestro suelo. Intentaremos una muy breve y arbitraria revista de aves y de poetas inspirados en ellas, conscientes de que pecaremos por tantas omisiones.
En las zonas cálidas del NE encontramos calandrias, lechuzas, tijeretas, tordos y particularmente en Misiones, tucanes. Respecto de las lechuzas, son muchas las especies: el caburé, el sabia, la lechuza de los campanarios, el ñacurutú.
Este es citado por Enrique Cadícamo en su tango “Cruz de palo”: “Dicen los más viejos, haciéndose cruces/que al pasar de noche por ese lugar/oyen que se quejan los ñacurutuces/de un modo tan fiero que hasta hace temblar”. También nos hace temblar un pájaro cuyo canto es de honda tristeza. Recibe dos nombres: en las zonas donde predomina la lengua guaraní, se lo llama “urutaú”: “llora, llora urutaú/en las ramas del yatay”, le cantaba Guido y Spano. Donde predomina el quechua, se lo conoce como “cacuy”. Fernández Blanco cuenta en su “Rezo gaucho”: “Y el alma del gaucho recoge las notas/de dulce tristeza que canta el cacuy”.

En los palmares mesopotámicos y zona levantina de Santa Fe avistamos la urraca, un bonito pájaro de costumbres gregarias y al que los mitos atribuyen hábitos delictivos, como que inspiraron al músico Joacchino Rossini a componer en 1817 su ópera La gazza ladra (La urraca ladrona).
Pasemos a las zonas centrales montañosas, con sus caranchos, pájaros carpinteros, monjita blanca, el pijuí; el picaflor, también colibrí y también “tenteenelaire”, ya que agita las alas con tal rapidez que le permite permanecer inmóvil en el aire. Es quizás el ave más pequeña: no más de 8 cm. Y más al sur, otro pájaro nos revive “La vuelta al hogar”, de Olegario Andrade: “Tan sólo cantaba un ave/en el ramaje florido/era un zorzal que entonaba/sus más dulcísimos himnos”.
De la región pampeana, entre calandrias, tordos, palomas, también vuela el hornero, nuestra ave nacional. El hornero clama por las lluvias, que le permiten amasar el mortero para levantar su “rancho”; de ahí que González Castillo narra en “El aguacero”: “Un soplo fresco va rizando los potreros/ y hacen bulla los horneros/anunciando el chaparrón”. Dice Leopoldo Lugones: “La casita del hornero/tiene sala y tiene alcoba/y aunque en ella no hay escoba/limpia está con todo esmero”. En esta región, frecuenta el tero. Pájaro desconfiado, su potente y repetida voz de alarma, advierte la presencia de intrusos. Narra José Hernández: “De los males que sufrimos/hablan mucho los puebleros/pero hacen como los teros/para esconder sus niditos/en un lao pegan los gritos/y en otros tienen los huevos”.
La golondrina también habita estas regiones: “Golondrinas de un solo verano/con ansias constantes de cielos lejanos” (Alfredo Lepera). ¡Cuántas leyendas sobre esta viajera! De Javier Villafañe: Una vieja costurera que vivía en una buhardilla cuenta “que todos los años por el mes de octubre venía una golondrina y anidaba en su cuarto; se había encariñado conmigo. Tuve curiosidad por saber dónde pasaba el invierno; una vez, calculando que estaba a punto de partir, escribí en un papelito: “Golondrina que en verano/te alojas bajo mi techo/¿en casa de quién y en dónde/sueles pasar el invierno?” y lo até en una patita. Al año siguiente volvió la golondrina y detrás de mi pregunta traía la respuesta: “En Caacupé, Paraguay, en casa de un carpintero”.
LA NACION