14 Sep Por qué Carlos Ruiz Zafón es el segundo español más leído de la historia
Por Cecilia Filas
El éxito de Carlos Ruiz Zafón es flagrante: está plasmado en cada uno de los 35 millones de ejemplares vendidos de la serie El cementerio de los libros olvidados, y en una review que Stephen King –su autor favorito– escribió en su columna de Enterteinment Weekly. Pero frente a este éxito Ruiz Zafón admite haber desarrollado una “piel de cocodrilo” que rara vez se deja penetrar por el elogio o la crítica externa. Parte de esa actitud relajada se explica porque, de hecho, pasó gran parte de su vida escapando de él: “El éxito te puede empujar en una dirección, pero esa no era la dirección que yo me había trazado. No es que lo desprecie, pero no era el que yo quería seguir. Son necesidades personales. Y eso fue un poco la historia que me llevó a meterme en esto”, resume a sus 52 años. “Esto” es la literatura, su vocación desde los 5 años, y La sombra del viento es el resultado –en formato best seller– del punto de quiebre a partir del cual, con poco más de 30 años, decidió darse una oportunidad con la literatura.
Su primer encuentro con el éxito fue temprano, accidental y excesivo. Ruiz Zafón tenía 18 años cuando entró en el mundo de la publicidad y en seguida quedó obnubilado: “Los años ’80, en España, fueron un momento de sobreabundancia de todo. Yo recuerdo que mi padre estaba convencido de que yo me dedicaba al crimen organizado o algo así. Me pagan una fortuna por hacer comerciales de coches caros, tarjetas de crédito, lo que sea, y entre medio esto me permite vivir aventuras surrealistas en un momento de exceso y de locura, cuando tengo 21 años, pues es difícil decir que no. Pensaba ‘como renuncie a ello y me dedique a la pureza del arte literario, ¡no me voy a comer una rosca!’ (cuenta entre risas). Y entonces dices: ‘Mañana, lo haré mañana. Renunciaré mañana’, y ese mañana duró 6 años”.
La segunda trampa apareció bajo la forma seductora del cine, cuando Ruiz Zafón ya estaba instalado Los Angeles, lugar donde todavía vive. “Era un momento particular –define–, en aquellos años había estado trabajando como guionista y estaba un poco harto de ello. Tenía la sensación un poco de haberme extraviado. También llevaba para entonces unos 6 ó 7 años en California y eso de ir de un lugar tan antiguo como Barcelona a un lugar como Los Angeles, pues también hace que te plantees muchas cosas .Yo creo que todo eso convergió en un momento que me hizo pensar en querer volver a empezar de nuevo, en querer finalmente hacer por primera vez en mi vida lo que nunca había hecho: lo que yo esperaba de mí mismo y no lo que los demás esperaban de mí. Y ahí decidí que ese era el momento, que si no lo hacía entonces no me atrevería a hacerlo nunca y me lancé a ello, y estuve trabajando durante dos años aproximadamente en lo que me parecía era la primera pieza de este ciclo”.
¿No era un proyecto muy ambicioso para intentar algo por primera vez?
Era un proyecto ambicioso. Quizás por eso creo, por la desesperación esa que me hacía sentir que se me acaba el tiempo, que ya había llegado el momento, que no estaba centrado en lo que tenía que hacer… Decidí intentar capitalizar todo lo que había aprendido para ver si realmente lo podía poner al servicio de un proyecto que fuera lo que yo quería hacer. Y de ahí que me lanzara a esta aventura, que acabó durando muchísimo más de lo que yo pensaba –más del doble–, que llevó para arriba y para abajo. Pero esa es la vida, ¿no? Comprendes, tomas una decisión, haces planes, y alguien se ríe en algún sitio y dice: “Eso es lo que tú te crees”. Pero yo creo que vale la pena hacerlo. Y, la verdad, es que después de todos estos años y de tenerlo completado, pues me siento satisfecho de ello y me alegro de haber tomado esa decisión y de haber hecho lo que pensaba que quería hacer.
Y de mantenerse fiel a sí mismo…
Era una obsesión. El intentar ser fiel a uno mismo, yo siempre he pensado que ese era un valor importante, y que de algún modo había muchos elementos en la vida que te empujaban a no serlo. Empiezas por no ser fiel a ti mismo, luego no eres fiel a los demás, no eres fiel a nada, eres un poco una veleta. Y la vida te empuja ahí, y en la necesidad muchas veces no tienes más remedio y te rindes, y te vendes a lo que sea, lo que haga falta para sobrevivir. Esa es la vida y es la lucha, ¿no Pero por eso quizás valoro más esa sensación de al menos intentar ser fiel a las cosas en las que creo, esté equivocado o no, son en las que yo creo, las que son importantes para mí y las que dan sentido a las cosas, y quiero intentar pelear por ellas. No porque sea un santo, si no me va bien y me estrello tres veces, pues correré como el primero a buscar otra salida y a sobrevivir en otro sitio. No soy un héroe ni tengo vocación de ello. Pero, bueno, si consigo que me salgan las cosas que quiero, evidentemente, lo tengo que intentar.
¿Cree que llegó a la mejor versión de sí mismo?
No, desde luego que no soy la mejor versión de mi mismo ni muchísimo menos. Soy la que he intentado, la que he conseguido ser. ¿Podía haber peores? Sí, sin duda. No estoy particularmente pagado de mí mismo, pienso que voy sobreviviendo y voy tirando adelante. La verdad es que podría ser mucho peor. Pero no me pongo medallas, ni me suelto flores, ni me doy palmaditas en la espalda.
¿Sigue siendo tan autocrítico como lo era hace unos años?
Pues bueno, soy el que soy y he hecho lo que he hecho… Cuando uno llega a la edad que yo tengo, uno o hace las paces consigo mismo –con quién es, con lo que ha hecho– e intenta tirar adelante y, en la medida que pueda, mejorar cosas; o entra en un conflicto. Es, probablemente, casi un mecanismo biológico: nuestro cerebro en algún momento nos hace pararnos y mirar atrás y decir: ‘A ver, evaluemos, llegado este punto ¿qué pensamos?’. Y eso lo vas teniendo en diferentes momentos de tu vida: cuando llegas a los 30 años, empiezas a tener esa sensación ‘Bueno, ya no soy un jovencito, ¿qué pasa?’, pero todavía tienes esa sensación de promesa, de futuro, de que puedes tirar. Cuando llegas a los 40, la cosa es alarmante ya porque dices ‘Bueno, lo de que soy un jovencito ya no cuela aunque me lo quiera decir’. Cuando llegas a los 50, ya dices ‘Uy uy uy esto empieza a tener una coloratura preocupante’. Y a medida que vas haciendo estos ajustes, pues, vas evaluando cómo lo has hecho, que tal, qué ha pasado, y yo creo que de algún modo tienes que hacer las paces con eso y si hay algo que no hiciste bien, pues sigue intentando mejorarlo, pero lo que no puedes hacer es estar en guerra contigo mismo, con lo que ha sido tu vida.
Usted vive en los Estados Unidos, ¿nota un cambio después de la asunción de Donald Trump?
Donde yo vivo en Los Angeles, California, este efecto prácticamente no se nota. De hecho, en el caso de los Estados Unidos, y creo que también en otros países, este neopopulismo que representa el señor Trump y estos sentimientos, creo que han polarizado muchísimo a la sociedad y que entonces existen dos Américas: hay una América que es la urbana, la de las personas que se han integrado en el mundo globalizado, que tienen profesiones, que tienen trabajo y una visión más progresista de las cosas, que no están tan atados al resentimiento; y, luego, otra gran porción de la población que se siente traicionada, olvidada, que siente que el mundo les ha dejado atrás hace mucho tiempo y que han ido acumulando una sensación de frustración, que en muchos casos está justificada y tiene sus raíces. Creo que estas personas existen en casi todas las sociedades, fruto de las desigualdades, de las crisis financieras que han dejado un empobrecimiento y un efecto devastador. Desde la juventud que se encuentra sin futuro, la gente que se ha jubilado, la que ha perdido el trabajo y que ve que no puede volver a encajar en un sistema que, efectivamente, los ha dejado atrás. Esto es muy duro y, evidentemente, genera un capital político muy importante.
¿Es un momento para recuperar la memoria?
Es un proceso cíclico, esto sucedió bastantes veces en la historia. Parece, lamentablemente, que ha sido un proceso biológico: en algún momento la madre Naturaleza quiere liquidarnos –o al menos a la mitad de nosotros– por algún sistema, y como ahora tenemos antibióticos ha decidido que lo de la plaga no funciona y, por lo tanto, lo va a hacer de un modo más expeditivo y dice: “pues van a ser ustedes mismos los que se van a autoaniquilar y se van a empezar a asesinar unos a otros por chorradas”. Y eso parece que es una de las cosas que nos encanta hacer a los seres humanos: asesinarnos, aniquilarnos, entrar en genocidios, en brutalidades y en la barbarie. Sencillamente porque, no sé, un día nos despertamos y estamos tan enfadados, no nos gusta nada, cualquier cosa podría ser mejor que esto y, por lo tanto, voy a coronar al primer vendedor de “crece pelo” que aparezca que me prometa la gloria perdida no sabemos dónde (porque no sabemos cuándo esta gloria existió) porque odio al vecino, porque la culpa de todo la tiene el señor que vive al otro lado de la calle y que me cae muy mal –y no sé tampoco muy bien por qué, porque a lo mejor tiene zapatos de otro color que no son los míos– y un poco entramos en estas dinámicas.
EL CRONISTA