19 Sep Las redes sociales refuerzan el encierro y el ensimismamiento
Por Robert Shrimsley
Permítanme comenzar con una disculpa a todos mis amigos de Facebook y seguidores de Instagram. Lo siento por todas las fotos de vacaciones.
Yo sé que no necesitan ver más santuarios, templos ni puestas de sol. Por otra parte, sé que incluso si albergaban un vestigio de interés sobre cualquier monumento emblemático, no necesitaban ver la misma estructura desde cinco ángulos diferentes y enmarcada por tres árboles diferentes. Pero deben estar satisfechos de ver cuán artística se está volviendo mi fotografía.
También sé que ya sabían cómo es el Monte Fuji… aunque la fotografía tomada desde el tren bala no habría sido muy esclarecedora en caso de que no lo supieran. Pero entonces, me gustaría pensar que la masa granulosa del volcán apenas visible detrás de una línea eléctrica posee un cierto realismo que no se consigue en las imágenes normales de viajes.
Sé que el diluvio habrá llegado de sorpresa. Durante la mayor parte del año soy bastante discreto; quizás un comentario casual en la publicación de otra persona; quizás una foto ocasional de los niños, pero luego de pronto ya es agosto y de repente estoy publicando montones de imágenes de mis vacaciones de verano. Siento un poco menos de remordimiento por los seguidores de Instagram. Después de todo, es una aplicación de fotos, y al menos no uso los filtros que me harían parecer un mejor fotógrafo (no estoy señalando a nadie aquí, Toby).
Ustedes podrían pensar que aquéllos que tenemos la edad suficiente como para recordar el horror de ser invitados por todos los amigos a ver las fotos de sus vacaciones seríamos un poco más aprensivos en cuanto a someter a otros al mismo castigo. Pero, por el contrario, las redes sociales han dejado a las personas, que de otro modo serían sensatas, bombardeándose mutuamente con fotos de exóticas vacaciones y comprobando el número de “me gusta” mientras tratan de demostrar una idílica vida que saben que no llevan. Y si todos mis amigos lo hacen, bueno, pues no les puedo dejar pensar que me quedé en casa.
En mi defensa, al menos he resistido la tentación de publicar selfies. Esto no es sólo porque mis brazos no son lo suficientemente largos como para lograr una toma halagüeña; para ser sincero, en mi caso, ni los brazos del Hombre Elástico serían lo suficientemente largos como para lograr una toma halagüeña.
Puedo, a modo de mitigación, afirmar que el fanfarroneo sobre mis vacaciones tenía un origen altruista. Empecé a publicar fotos de las vacaciones de los niños para el beneficio de mi madre y como una forma de mantenerme en contacto con ella cuando estábamos lejos, un plan que realmente dio frutos cuando, tras cinco años, ella comprendió que debía darles “me gusta” para demostrar que había visto las fotos.
Naturalmente, si quieres dedicarte a alardear sobre tus vacaciones, hay maneras de hacerlo. Por un lado, es necesario que reconozcas tu falta de originalidad. Me gusta titular las imágenes con frases como “la inevitable fotografía dondequiera-que-se-tomó”, como para sugerir que en realidad sólo estoy publicando esto como un servicio público, más por el beneficio de otros que por el mío. Otro enfoque adecuadamente posmoderno es publicar la versión “aquí están los niños aburridos delante de uno de los lugares más sorprendentes del mundo”. Esto sugiere cierto sentido del humor y autodesaprobación y a la vez te permite seguir mostrando el lugar exótico.
Pero aunque las actividades y los sitios de gran belleza son habituales, si realmente quieres mandarles montones de imágenes a tus amigos, no hay nada mejor que un safari. Después de todo, ¿quién no quiere ver varias decenas de fotos en primer plano de una jirafa masticando?
Entonces, ésta es otra influencia maligna de las redes sociales. Ya que operan de forma independiente, fomentan un comportamiento que el contacto real había eliminado previamente. El anonimato promueve la agresión y la intimidación, Twitter nos anima a fanfarronear sobre nuestras opiniones y Facebook nos enseña a hablar sobre nosotros mismos. Lo que una vez fue el colmo de la grosería ahora se promueve como un comportamiento social.
Es la normalización del ensimismamiento Peor aún, los algoritmos de Facebook promueven publicaciones con las que el espectador interactúa, así que si alguna vez tienes la cortesía de comentar o darle “me gusta” a las fotos de vacaciones de una persona, Facebook te mostrará más de esa persona.
Érase una vez que nuestros padres invitaban a sus amigos a la casa a hacerlos sufrir con las fotos de las vacaciones; ahora hacemos sufrir a los demás con las fotos y ni siquiera nos preocupamos de ofrecerles algo de comer. No se puede decir que la sociedad no ha avanzado.
EL CRONISTA