23 Aug Rodrigo Abd rescata con sus retratos la dignidad de los que sufren
Por Daniel Merle
La cámara afgana se titula la muestra que Rodrigo Abd, multipremiado reportero gráfico argentino, inaugurará a partir de mañana en FoLa. Son grandes retratos que rescatan la dignidad de las personas que más sufren en las zonas de conflicto bélico en todo el mundo donde ha tenido que trabajar como fotoperiodista.
La cámara afgana ya no es afgana. Aquel primer rústico aparato de madera que compró en Afganistán se lo robaron del baúl del auto en alguna parte. Luego compró otra. La que usa ahora Abd para hacer sus retratos en blanco y negro tal vez sea la tercera cámara “minutera”, como se la conoció aquí y en otras partes del continente. O “la cámara del Chavo”, como le dicen en México. Un cajón de madera con una lente, un trípode para sostenerla durante las largas poses que requiere exponer una hojita de papel sensibilizado. Luego, todo el procedimiento de revelado y positivado puede realizarse dentro del mismo cajoncito.
Rodrigo tiene facciones fuertes; su frente ancha y su nariz delatan el origen armenio escondido en el pelo largo y la barba. Después de dieciocho años de trabajo profesional, es la primera vez que expondrá en forma individual en la Argentina.
En Afganistán aprendió a utilizar esta cámara de madera que requiere un tiempo muy distinto al de la cámara digital. “Lo que más me interesa es la relación que se logra con el retratado, que muchas veces como fotógrafos de prensa la perdemos, porque la inmediatez de la noticia nos hace conectar muy poco con los otros. Durante la toma estoy destapando la lente al lado de la cámara, mirando sin intermediarios al retratado. Y esto lleva mucho tiempo. Desde que saludo a una persona y le hago la foto puede pasar media hora. En ese tiempo con una cámara digital puedo hacer miles de disparos moviéndome de un lado a otro. Este aparato no te deja mover, ni a vos ni al sujeto.”
Es curioso ver que en esta exposición convive la técnica digital con la tradicional analógica, y que esta última se lleva el protagonismo. Las fotos digitales son sólo referencias periodísticas de esa otra observación monocroma, más íntima y menos anecdótica.
“Yo no soy muy tecnológico y no me gustan estos cambios tan vertiginosos que se dan desde hace un buen tiempo. Con esta cámara logré permanecer en una unidad temática que lo digital no me permite. Necesito individualizar a estas personas, retratarlas de una manera frontal, que me miren. Les doy tiempo y espacio. Dejo de correr con la exigencia de tener que transmitir una foto con un teléfono satelital desde cualquier montaña. Estos personajes transcurren más lentamente.”
Después de Buenos Aires, le tocó vivir en Guatemala, un país muy chico, con tres décadas de guerra interna, miles de muertos y desaparecidos, donde se cometen diecisiete homicidios por día. En 2006 vivió en Afganistán, un país invadido por las grandes potencias, con miles de desplazados por la guerra. Volvió a Guatemala, recorrió América Central, México. “Yo no busqué a estas personas que retraté. Me las fui encontrando, conviví con ellas y quería representarlas no como sujetos marginales que hay que eliminar. Yo las veo con la dignidad de los que sufren, pero que afrontan esa dura realidad con entereza.”
Ante la crisis de los medios de prensa tradicionales, Rodrigo es optimista: “Nunca viví mi trabajo como representante de un medio específico. El que cuenta las cosas soy yo. Yo les pongo el cuerpo y trato de buscar un enfoque diferente. Está claro que no existe la libertad absoluta y uno no tiene todo el control de lo que hace. Pero se puede mantener cierta independencia en estas agencias noticiosas enormes y muy burocratizadas”.
“Las guerras no sólo se cuentan desde la trinchera a lo Robert Capa, poniendo el cuerpo y la vida. Los conflictos se pueden narrar desde la cotidianidad de los que los sufren, y que son invisibles para el público.”
Para Abd, en Venezuela o en Siria, no sólo cuentan las balas y los gases: “Tengo muchos compañeros de la vieja guardia que piensan que hay que mostrar la sangre, el enfrentamiento. Yo lo hice mucho, pero ahora soy padre y tengo 40 años. La famosa frase de Capa (si la foto no es buena es que no estabas lo suficientemente cerca) no tiene que ver con lo físico, sino con lo emocional. Hay que ser sensible a los problemas de los demás. Me quiero poner en la piel de esa gente que sufre”.
Veintiún grandes retratos en blanco y negro, más un panel con dieciocho en color componen el material de esta muestra en un lugar poco habitual para los periodistas fotógrafos. El restringido mundo del arte es una posibilidad para un reportero como Abd. “El mundo del arte me permite acceder diferentes abordajes a los temas que me interesan. Pero siento que nunca modificaría mi visión por la presión del mercado. El día que tenga que someterme a esas influencias abandonaría la fotografía para dedicarme a otra cosa.”
Dice Abd: “Durante veinte años he renunciado a muchas cosas. No he tenido vida privada, alejado de los míos, viviendo solo y en lugares muy difíciles. ¡He perdido mucho pelo! No soy un fotógrafo talentoso. En una misma situación, mis colegas tienen miradas más interesantes que la mía, pero tal vez ellos se cansan más rápido que yo. Yo soy un cabeza dura que va para adelante y no se deja. No paro ante la primera dificultad y siempre estoy abierto a aprender de toda la fotografía que veo”.
LA NACION