28 Aug Por qué los teléfonos “tontos” son una opción inteligente
Por Aime Williams
Hace poco me preguntaba si podría vivir sin Google Maps. Creo que es la única aplicación de mi teléfono que realmente extrañaría si reemplazara mi aparato inteligente por uno “tonto” que sólo sirve para hacer llamadas y enviar mensajes.
¿Por qué me pregunto eso? Porque que cada vez que intento leer un libro, termino usando mi teléfono. Me convenzo a mí misma de que necesito buscar algo en Internet y 30 minutos más tarde, estoy viendo Facebook o Twitter sin sentido del tiempo ni propósito alguno. Se me dio por apagar mi teléfono pero más tarde vuelvo a encenderlo. Intenté esconder todas mis coloridas aplicaciones en una carpeta, pero no ha funcionado. Sigo interrumpiendo mis propios pensamientos para hacer algo que realmente no quiero hacer.
Esto no es accidental. Los desarrolladores son cada vez más audaces en sus intentos por mantenernos enganchados con nuestros teléfonos inteligentes. Algunos de ellos hablan en el lenguaje de adicción y de la psicología del comportamiento, aunque la mayoría prefiere usar el término “tecnología persuasiva”. En sí misma, la tecnología persuasiva no es una idea nueva; un académico llamado BJ Fogg dicta clases en un “laboratorio de tecnología persuasiva” en Stanford desde fines de los años noventa. Pero como se ha disparado la cantidad de teléfonos inteligentes en uso y han surgido sitios de medios sociales, la tecnología persuasiva amplió enormemente su alcance.
Una compañía llamada Dopamine Labs llamada así por la dopamina, la sustancia química que interviene en los receptores del placer del cerebro ofrece un servicio a las empresas de tecnología que quieran “mantener enganchados a los usuarios”. Fundada por dos neurocientíficos convertidos en programadores, habla explícitamente sobre el uso de la inteligencia artificial para modificar aplicaciones y liberar golpes de dopamina para “sorprender y enganchar a cada usuario”.
En otras palabras, en caso de que no sea suficientemente aterrador: los robots están tratando de alterar tu química cerebral para que pases más tiempo haciendo algo que no quieres hacer.
Sin embargo, Dopamine Labs es una compañía interesante, porque también ofrece un servicio de antídoto: una aplicación que intenta ayudar a los usuarios a recuperar el control. El fundador Ramsay Brown me dice que quiere que la gente entienda que “sus pensamientos y sentimientos se están considerando como cosas que se pueden controlar y diseñar”. Él piensa que deberíamos hablar más sobre el poder persuasivo de las tecnologías que se están utilizando. “Creemos que todos tienen derecho a la libertad cognitiva, y a desarrollar el tipo de cerebro con el que quieren vivir”, dice.
Space, la aplicación de Dopamine Labs, está inspirada en la idea de que la tecnología nos puede ayudar a cambiar la forma en que la usamos, alentándonos a resistir la tentación del teléfono inteligente y pasar nuestro tiempo online de manera más productiva.
El mundo de la tecnología ofrece dos maneras de ayudarnos a recuperar nuestro autocontrol. Space opta por el enfoque “contemplativo”, pidiéndonos que respiremos lentamente durante unos segundos antes de cargar una aplicación. La otra alternativa es “parar en seco”, lo cual puede parecer atractivo, aunque tiene problemas prácticos obvios.
El principal representante del movimiento de resistencia contra las aplicaciones adictivas es Tristan Harris, el ex eticista de diseño de Google. Él cree que los que realmente tienen el poder para cambiar el sistema son los proveedores de hardware, no los diseñadores de aplicaciones. En 2014, Harris fundó el grupo “Time Well Spent” (Tiempo bien empleado), que se dedica a promover prácticas de diseño ético entre los desarrolladores. Cuando le pregunté sobre sus metas, comenzó a hablar del “hackeo de nuestros cerebros”, lo cual parece una exageración, hasta que uno recuerda que existe una compañía llamada Dopamine Labs.
Cualquier empresa de tecnología que depende de ingresos publicitarios tiene el incentivo de mantener a sus usuarios online el mayor tiempo posible, contó Harris. Esto significa que las aplicaciones están diseñadas específicamente para mantenernos enganchados a ellas. Apple, por el contrario, quiere vender teléfonos, pero sus fuentes de ingresos no están tan rígidamente relacionadas con la cantidad de tiempo que sus clientes pasan online. Harris espera que compañías como Apple puedan usar su influencia para impulsar la creación de aplicaciones con diseño más ético.
Mientras espero que Apple solucione este problema, me siento tentada a comprar algo llamado “Light Phone”, un teléfono del tamaño de una tarjeta de crédito que no hace absolutamente nada más que hacer y recibir llamadas. ¿Cuánto cuesta? u$s 150. Parece caro. Pero el sitio web de la compañía es muy persuasivo.
EL CRONISTA