18 Aug La sequía amenaza modos de vida ancestrales
Por Paul Schemm
Hasta hace unos años, Zeinab Taher y sus nueve hijos pastoreaban un rebaño de 350 ovejas, cabras y vacas, y las hacían pacer libremente por la árida región de Somali, en el sudeste de Etiopía. Pero después las lluvias de otoño empezaron a fallar y el pasto con el que Zeinab alimentaba su rebaño dejó de crecer. Durante la última primavera tampoco llovió, y el ganado empezó a morir. Ahora, envuelta en su chal anaranjado, la mujer de 60 años vive apiñada junto a otros miles de desplazados en un campamento improvisado y depende del agua y de la comida que reparten los organismos internacionales.
El Cuerno de África, un territorio muy árido, sufre una nueva sequía que está diezmando el ganado de los pastores. Y por más que el gobierno y las agencias de ayuda humanitaria se esfuercen por ayudarlos, queda cada vez más claro que con el cambio climático algunas formas de subsistencia en ciertas partes del mundo se están volviendo insostenibles. En Etiopía, que, a diferencia de su vecina Somalia o Sudán del Sur, tiene un gobierno fuerte y funcional, la respuesta ante la emergencia le ha salvado la vida a la gente. Ahora, las autoridades y los organismos internacionales intentan ir más allá y están alentando a los pobladores a adoptar formas de subsistencia menos vulnerables al impacto climático y a las sequías.
“En muchas tierras de pastoreo, esa forma de vida ya no es viable”, dice Samir Wanmali, subdirector para Etiopía del Programa Mundial de Alimentos. En los últimos meses, según estimaciones de la Organización Internacional para las Migraciones, unas 450.000 personas de la región de Somali han tenido que abandonar su vida nómade y refugiarse en campamentos donde reciben agua y alimentos. En uno de esos campamentos, una extensión de arena y espinos salpicada con cientos de carpas hechas con palos y lona plástica, Zeinab teme que aunque la sequía termine, no podrá retomar su forma de vida tradicional. “Aunque llueva, ya no tenemos animales –dice Zeinab–. No voy a poder volver a pastorear.”
Apenas el año pasado, una sequía causada por el fenómeno de El Niño en el Pacífico calcinó las fértiles tierras altas del norte y centro de Etiopía, y dejó a más de 10 millones de personas sin comida. Este año, los cambios de temperatura en el océano Índico han provocado una sequía en el este y sur del país, una región mucho más árida, poblada por pastores nómades con sus rebaños. Según el último censo nacional, en la región etíope de Somali viven alrededor de cinco millones de personas, un 40 por ciento de las cuales se dedican al pastoreo y a la cría de animales.
El año pasado, el gobierno de Etiopía logró reunir 700 millones de dólares de fondos propios y sumarlos a los casi 1000 millones de dólares de ayuda internacional para combatir los efectos de la sequía. Pero para la sequía de este año no hay de dónde sacar fondos, ya que los donantes internacionales están lidiando con severas hambrunas en dos países vecinos arrasados por la guerra –Somalia y Sudán del Sur–, y un poco más lejos, también en Nigeria y Yemen.
“No hay donantes dispuestos a desembolsar dinero para otra sequía en Etiopía –dice John Graham, hasta hace poco director de la organización Save the Children en Etiopía–. Los donantes prefieren aportar para sostener Estados frágiles o fallidos, porque saben que de eso nadie más se va a ocupar.” Etiopía, por el contrario, es un país estable, señala Graham.
No es un año que se perfile bien para Etiopía, que según las últimas estimaciones humanitarias tiene 7,8 millones de habitantes que necesitan ayuda alimentaria por casi 1000 millones de dólares. La región de Somali también sufrió feroces sequías en 2008 y 2011. Y como la ayuda humanitaria ahora es más incierta, es más urgente que nunca encarar planes a largo plazo para resolver las necesidades del país. “Es un círculo vicioso, porque saltamos de una crisis a otra, sin tiempo para tomar aliento –dice Wanmali–. Y sin importar en qué parte del país uno viva, los golpes climáticos son cada vez más frecuentes.”
El hombre que tiene la poca envidiable tarea de liderar la respuesta al desastre de Etiopía es Mitiku Kassa, quien dice que con las donaciones de último minuto de Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Europea debería alcanzar para asegurar la ayuda alimentaria a esta castigada región hasta dentro de tres meses. “Sabemos que la respuesta de emergencia no es más que un analgésico y que el problema real está en otra parte, por eso de nuestra parte estamos trabajando en sistemas de captación de aguas”, dice Kassa, y explica que cavando pozos profundos y extrayendo agua de los pocos ríos de la región el gobierno puede introducir la agricultura con riego y pequeñas granjas en una zona que hasta ahora era utilizada sólo para el pastoreo de animales.
Las autoridades locales del distrito donde Zeinab y miles de otros han perdido su ganado dicen que ese es el camino adecuado para enfrentar las menores lluvias que se registran año a año. “Las sequías son cada vez peores, y estamos intentado generar conciencia entre la gente para que adopte una forma de vida agropastoril”, dice Ali Maadey Ali, a cargo del distrito. El plan es que la gente logre cultivar alimentos y forraje en tierras irrigadas, y que al mismo tiempo tengan pequeños rebaños, que serían más fáciles de alimentar en épocas de sequía.
Las autoridades locales también intentan mostrarles a los ancianos de la comunidad que hay ejemplos de granjas donde la gente logró hacer exitosamente la transición. Desde el aire, sobre la ribera del principal río de la región, pueden verse unos pocos terrenos con riego, donde el maíz y otros cultivos brillan como puntos verdes en medio de una vastedad de arena. “Es difícil, lleva tiempo, y el presupuesto asignado por el gobierno para esta transformación es muy chico”, reconoce Ali.
Para las personas que no conocen otra forma de vida desde hace generaciones, convertirse en otra cosa puede ser atemorizante. “No sabemos nada de agricultura”, dice Kira Ali, de 63 años, que, al igual que Zeinab, también vive en el campamento. De todos modos, no ve la hora de salir del abigarrado campamento. “Llevar otra vida sería muy difícil… Yo con mis animales iba de acá para allá –recuerda Kira–. Acá me siento encerrada.” La sequía, sin embargo, puede ser una fuerza muy persuasiva. Junto a Kira, Zeinab trata de hacerse a la idea de que tendrá que cambiar de vida. “El gobierno quiere que vivamos en un lugar permanente, con escuelas y centros de salud, y que dejemos atrás esta vida”, dice Zeinab. “Pero acá el agua está muy profunda. Si llegamos al agua, tal vez podamos cultivar”, dice, aunque agrega que necesitaría mucha ayuda para aprender a hacerlo.
Durante el régimen marxista que tuvo Etiopía anteriormente, los habitantes de las zonas azotadas por la sequía a veces eran relocalizados por la fuerza en otras áreas y obligados a cultivar, casi siempre con desastrosos resultados. Los esfuerzos actuales dependen de la voluntad de cambio de la gente. Según Michael Jacobs, director de Prime, un programa para el desarrollo de la ganadería que cuenta con financiamiento de Estados Unidos, en estos tiempos de penuria son muchos los que están buscando nuevas formas de subsistencia. “Si se repite una seguidilla de sequías de esta magnitud, el stock de ganado se derrumbará y entonces habrá un enorme éxodo de esa forma de subsistencia –dice Jacobs–. Tal vez más de la mitad de la gente no vuelva a la forma de vida pastoril.”
El programa que dirige Jacobs trabaja en la modernización del sector ganadero de Etiopía, para que insuma menos mano de obra. Al mismo tiempo, capacitan a la gente en oficios más requeridos en los crecientes centros urbanos de la región, como la carpintería, la herrería y la mecánica. Jacobs explica que aunque la cría de animales siempre seguirá siendo parte de la cultura etíope, en el futuro se desarrollará de otra manera. “El modo en que se hacía en el pasado dejará de existir, pero ese cambio es normal y siempre ocurre cuando ciertas zonas se desarrollan.”
En el campamento, hay unos pocos que tienen la suerte de contar con otras fuentes de ingresos que los ayuden a sobrellevar esta crisis. Abdallahi Abdulai, de 55 años, dice que perdió los rebaños de cabras con los que alimentaba a sus tres esposas y 18 hijos. Pero Abdulai tiene tierras propias. “Creo ver la manera de recuperar mi vida”, dice Abdulai, envuelto en su sarong y con un turbante azul en la cabeza.
LA NACION/THE WASHINGTON POST