El juego de tronos de la política internacional

El juego de tronos de la política internacional

Por Lautaro Rubbi
La séptima temporada de una de las series más exitosas de todos los tiempos está a poco de finalizar. Vista por millones en todo el mundo, Game of Thrones volvió hace pocas semanas para abstraernos durante una hora del mundo real, encantados por una trama de poder, alianzas y traiciones. Ahora, habrá que esperar más de un año para ver el tan esperado desenlace. Pero lo interesante es que, más allá de la atracción que provocan las grandes batallas y el fuego de los dragones, podamos ver en su historia, arraigada en un mundo que a menudo castiga el heroísmo, recompensa a los ricos y está lleno de traición, un triste reflejo de nuestra propia realidad.
Las últimas encuestas indican que Donald Trump cuenta apenas con un 36% de apoyo popular, uno de los porcentajes más bajos en la historia de un presidente norteamericano. Entre sus opositores, muchos destacaron su forma de actuar y expresarse como el motivo de mayor rechazo hacia su figura. En este marco, el propio autor de las novelas de Juegos de Tronos comparó al presidente Trump con Joffrey Baratheon, un rey que asciende al trono y muestra rápidamente su personalidad temperamental y su falta de experiencia política.

Trump, podría decirse, es también un miembro arquetipo de la familia Lannister: confiado en su riqueza y motivado por el objetivo de dejar un legado con su apellido. Al igual que en la serie, su popularidad está en descenso y su forma de llevar a cabo la política ha alejado a sus históricos aliados a nivel internacional.
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Una dinastía milenaria que reside en un continente lejano. Siempre a la vanguardia de la innovación en sus épocas de esplendor, mantuvo el mayor poder del mundo durante gran parte de la historia para luego ser exiliada del juego de poder internacional. Hoy, está a la carga tal vez con más poder que nunca para desbancar a occidente del centro de la escena, con un ejército en expansión y obteniendo aliados a medida que acrecienta su grandeza. Daenerys Targaryen, la reina de los dragones, bien podría representar la historia de la República Popular China, el gran dragón asiático.
Por otra parte, una región que ha luchado grandes guerras a lo largo de su historia, hoy en relativa decadencia, al borde de caer en el desmembramiento, pero con un espíritu infranqueable, el Norte nos recuerda a Europa. Hoy día sus líderes parecen los más preocupados por las amenazas de un mundo cambiante. Terrorismo, cambio climático, crisis de refugiados y demás. Amenazas no estatales que no respetan las reglas del juego, sin fines u objetivos establecidos. Al igual que los temidos White Walkers, su principal efecto es causar temor y destrucción a su paso. Solo si las grandes dinastías de Westeros actúan unidas frente a ellas, dejando de lado sus propios intereses, serán capaces de superarlas. Lo mismo nos acontece.
Una serie dominada por debates entre el idealismo y el pragmatismo, Game Of Thrones nos recuerda una y otra vez a nuestra propia realidad. Hasta los financistas del famoso banco de Bravos, que mantienen en pie la economía de un mundo quebrado, nos remiten a nuestros tiempos. Que George R. R. Martin haya basado parte de la trama en una serie de disputas dinásticas de la Inglaterra del Siglo XV, no significa que no haya atendido a elementos de la actualidad. O tal vez, en el fondo, el mundo no haya cambiado mucho. Game of Thrones es de hecho una meditación sobre la sutileza y la volatilidad del poder. En un mundo donde la ingenuidad, la complacencia y la confianza ciega suelen ser castigadas, con referencias a muros, conflictos religiosos, alianzas, traiciones, dinastías y egos, no son pocas las analogías con el Juego de Tronos del Sistema Internacional. El invierno ya llegó en Westeros. Esperemos que la misma debacle no llegue también a nuestro mundo.
EL CRONISTA