Cristina Bajo: “No aprendimos de la Historia, los políticos siguen sin entender”

Cristina Bajo: “No aprendimos de la Historia, los políticos siguen sin entender”

Por Susana Reinoso
Corren voces irreprochables en Córdoba que dan cuenta de un hecho por demás jugoso: damas de remota prosapia o incomprobable abolengo suelen llegar a la casa de la escritora Cristina Bajo con la esperanza de figurar con nombre y apellido en alguna de sus atractivas novelas históricas.
No habrá ya oportunidad de convertirlas en personajes de ficción, pues con Esa lejana barbarie, de reciente aparición en librerías, Cristina Bajo cierra la exitosa saga de los Osorio. Apasionante y rica historia de tres generaciones de hombres y mujeres cuyos destinos son el reflejo de un país que fue naciendo a la sombra de las guerras civiles y que moldeó su perfil de nación con la espada y con el libro.
Toda la saga de los Osorio cuenta, desde la vida cotidiana y las emociones individuales, la Historia con mayúsculas, atravesada por la antinomia de unitarios y federales, montoneras e insurgentes, patriotas y traidores, los que se quedan y los que se van… siempre fecundada por amores inolvidables, actos heroicos, desencuentros y sentimientos inolvidables para sus lectores.
Cristina Bajo es una apasionada irredenta. Conserva los hábitos de sus personajes. A la hora acordada para la entrevista recibe a Clarín en su casa a la que se accede por un pasaje, que en siglo XIX hubiera sido para carruajes. En una mesa ornamentada con primor, ha dispuesto una tetera, tazas decoradas, café, dulces regionales y bombones. No habrá tiempo para probar nada, porque apenas empieza a hablar se produce un sortilegio y se abre la puerta que nos lleva 200 años atrás.

A los 80 años, la autora se entusiasma a medida que avanza la charla y cuando está sumergida en los pormenores de su saga de ficción, habla de sus personajes como si los hubiera conocido. “Una de las cosas que me hace más feliz de la escritura es investigar los detalles y poder comunicar los datos que recojo. Me demoré mucho con este libro porque la época en que transcurre la historia es una de las más importantes a nivel internacional”, le cuenta a Clarín una tarde de invierno.
La escritora cordobesa vive en la casona que diseñó su padre, de profesión ingeniero. Cuenta la escritora que gracias a la literatura, de la que hoy vive, pudo restaurarla cuando se le venía abajo.Nunca tiró la toalla. Estaba muy enferma y casi desahuciada cuando el éxito llamó a su puerta.
Esa lejana barbarie comienza con mucho suspenso. Juan Manuel de Rosas ha ordenado el fusilamiento de Camila O’Gorman, una joven de la alta sociedad, embarazada de ocho meses, fruto de su amor prohibido con el cura Ladislao Gutiérrez. Ambos encontrarán la misma muerte. Camila tenía posibilidad de salvarse por su embarazo pero Rosas no tuvo piedad. La hipótesis de Cristina Bajo, luego de abrevar en diversas fuentes históricas, es que el implacable gobernador bonaerense le había echado el ojo a la joven O’Gorman y no pudo soportar su rechazo.
“En 1848, cuando muere Camila –dice la narradora cordobesa-, aparecen las grandes novelas europeas. Aparecen Marx, Engels, tiene lugar el último concierto de Chopin, es el principio de la defensa de los Derechos Humanos. En Europa empieza el movimiento socialista, las mujeres reclaman por sus derechos, contra el trabajo infantil, por la mejora de las condiciones carcelarias…El título de la novela viene de una frase de Alberdi -espero no equivocarme- que dijo estando en Europa. Se refirió a lo que ocurría en la Argentina como ‘esa lejana barbarie’.”
Una vez que se sumerge en los datos históricos, Bajo se transforma como si volviera a la época que cuenta: “Vivíamos en la barbarie, pero no sólo por las matanzas, que a esas alturas ya habían parado, sino por lo atrasados que estábamos. No había puentes ni caminos, las economías provinciales estaban destruidas, mientras en Europa ya tenían el telégrafo, los periódicos aparecían con fotos e ilustraciones. Acá se vivía con más atraso que durante la Revolución de Mayo. Eso hizo que don Juan Manuel perdiera el poder. Se le había pasado su época y no se dio cuenta. Pensemos que a Rosas no lo sacan los unitarios, que para entonces no existían, sino que lo vence un federal. A mí Urquiza no me gustaba mucho, hasta que lo estudié”.
En adelante al hablar de Rosas, Cristina Bajo lo llamará “don Juan Manuel”, una curiosidad teniendo en cuenta que los porteños siempre aludieron a Rosas con menos condescendencia.

-Leyendo el cúmulo de datos y circunstancias de esa época, sorprende encontrar tantas resonancias en el presente.
-Me encanta que me lo digas. También me lo dijo Javier Montoya, mi primer editor, cuando la leyó. “Cristina, esto parece que fuera ahora”. Le juré que no había sido mi pretensión cuando la escribí. Incluso tengo dos o tres lectoras fantasmas que apreciaron lo mismo. Son personas de diferentes ideas políticas, de modo que algo habré hecho sin darme cuenta. En un sentido me aflige, porque es comprobar que no aprendimos y que nuestros políticos siguen sin entender.

-Su obra, desde Como vivido cien veces se enriquece con los conocimientos que atesora sobre las épocas que dan contexto.
-Esta última novela me dio esa oportunidad, porque tengo que hablar de Florencia, de París, de la revolución socialista francesa de 1848, del socialismo en Inglaterra con Robert Owen. Me gusta muchísimo esa época. Pensemos que antes de 1848, ya en Inglaterra se construían casas para obreros, con biblioteca, hospital y escuela en algunas ciudades portuarias. Todo eso me movilizó muchísimo. Y además son muchos años de leer y desde muy chica. Aprendí antes de entrar a la escuela. Salvo un jueguito de cuna y otro de cocina, mis regalos siempre fueron libros. Leía cuentos de hadas, de arte, de la época medieval. Cuando me preguntan por qué pongo a Balzac o a Dumas en mis novelas, respondo que por qué no debería hacerlo si eran los intelectuales de moda en las épocas que los personajes van a Europa. En esos ambientes ellos circulaban. Además cito a los escritores que fueron la base de la cultura de Occidente.

-Y abre usted así distintas capas de lectura pero siempre vuelve a Córdoba.
-Jamás pude prescindir de Córdoba. ¿Sabés que esta fue una provincia muy culta? Aquí las mujeres aprendieron a leer y a escribir antes que en Buenos Aires. Siempre me gustaron las historias de Córdoba, su arquitectura. Es una provincia con una gran riqueza. Incluso los estancieros de acá le pedían a don Juan Manuel que les pusiera el tren para el traslado del ganado. Perdían muchas cabezas que se les morían en el camino o se las comían. Pero Rosas se quedó en la época de la colonia, mucho antes de la Revolución de Mayo.

-Cuando empezó con Como vivido cien veces ¿fue consciente de que tenía una saga familiar y una nación en construcción como contexto?
-No, no tenía la idea de una saga. Desde chica había leído la historia de los Tudor, la vida de Napoleón, la de María Antonieta, de Stefan Zweig, porque mi papá tenía una gran biblioteca internacional. Y junto con eso, me interesaba mucho la historia de Córdoba, porque me la enseñaron muy poco en el colegio. Fue por los años 50 que mi padre me regaló Juan Facundo Quiroga, de Ramón Cárcano. Era un libro con fotos de daguerrotipos, de su casa, del cuadro donde está la muerte de Quiroga, y el árbol genealógico de la familia Reynafé (invoucrada en su asesinato). Ese libro me fascinó. Todo esto sucedió en Córdoba. Hay situaciones en ese libro que creí haber vivido. Yo no quise hacer la historia de los Osorio. Quería contar el enfrentamiento de unitarios y federales y la caída del régimen rosista. Hasta que al llegar a esa época me dije que ya tenía que cerrar la historia de la familia Osorio, porque el fin de Rosas fue también el fin de una época. Descubrí que la novela tenía que transcurrir en esa época porque quería entrar a Europa para contar cómo seguía la vida de los que se habían ido. A ese mundo llegaba la luz de gas y el telégrafo, pero acá vivíamos en esa lejana barbarie…

-De los personajes que creó, cuál es el que más quiere?
-Me preguntaron hace tres años algo parecido y mi hermana más chica respondió que empecé siendo Luz Osorio y ahora soy Misia Francisquita. Pero también tengo algo de la negra Severa, porque me identifico con esa parte básica de proteger a los suyos, de tratar de ayudar y ser un poco desfachatada. También me identifico con Fernando Osorio por la parte de caballería, las cosas de campo. Todos mis personajes tienen algo de mí, incluso los hombres.

-Usted triunfo en 1997 con una novela escrita en 1957. En 2017 cierra la saga de la familia Osorio, ¿qué quiso saber a través de esta familia de ficción?
-Quise entender la evolución social y el poder, que se sustenta sobre el terror. Siempre me pregunto cómo la gente no tiene curiosidad de buscar la verdad. Hay muchas cosas que todavía desconocemos, incluso cosas mágicas, que no son esotéricas, sino físicas y químicas, a las que alguna vez le encontraremos una explicación científica.
CLARIN