Una app reemplaza a Cupido en los lugares de trabajo

Una app reemplaza a Cupido en los lugares de trabajo

POr Julie Beck
La app de citas online Feeld lanzó hace poco tiempo un chatbot que, al menos en teoría, nos permite saber si algún compañero o compañera de trabajo tienen onda con nosotros. Funciona así: tras instalar el bot en la plataforma de comunicación corporativa Slack, uno envía un mensaje al bot con el nombre de la persona que nos gusta. Después hay que esperar. Y si esa persona también envía un mensaje con una confesión de amor por nosotros, la aplicación nos hace saber a ambos que nos gustamos mutuamente.
Feeld tuvo una versión anterior y mucho más difícil de pronunciar llamada “3nder”, una aplicación que ayudaba a la gente a armar tríos. Desde entonces, amplió sus opciones para incluir cualquier tipo de relación posible, y ofrece 20 alternativas de sexualidad diferentes para elegir. ¿Por qué entonces una app que apunta deliberadamente a relaciones no convencionales elige el lugar de trabajo como su próximo objetivo?
“Desde sus inicios, la misión de Feeld fue hacer de nuestra sociedad un lugar más abierto y tolerante”, sostiene su fundador y “jefe de inspiración”, Dimo Trifonov. “Puede decirse que Feeld es para cualquier persona de pensamiento de avanzada que no se encasilla a sí misma en marcos predeterminados”, agrega Trifonov. “La sociedad ha hecho todo lo posible para que el trabajo sea sólo un lugar donde ganar dinero, y para fomentar el miedo a llevar los sentimientos a ese espacio. Sentir cosas por los demás es algo humano, nada más. ¿Por qué hay que andar ignorando esos sentimientos o escondiéndolos por mandato social?”

Tal vez Trifonov esté exagerando el tabú sobre los romances en lugares de trabajo. Pero más allá de lo extendido que sea ese tabú, sólo existe desde que existen las protecciones contra el acoso sexual laboral.
Ésta es la breve historia de los romances en el trabajo, cortesía de la historiadora Moira Weigel, experta en amores laborales y autora del libro Labor of Love: “En la década de 1920, con la primera gran oleada de mujeres en puestos de trabajo, había un montón que querían ser mecanógrafas para casarse con su jefe. Y eso era algo aceptado.” Pero también muchas de esas mujeres renunciaban a esos empleos debido a los avances no requeridos de sus jefes. Esa aceptación de los romances laborales siguió hasta la década de 1960. En 1964, Helen Gurley Brown, que luego sería editora de la revista Cosmopolitan, publicó su libro Sex and the Office, “una guía sobre los beneficios del coqueteo en la oficina”, en palabras de la reseña aparecida en The Boston Globe. Según Weigel, en la década de 1960, “las chicas con una carrera laboral estaban rodeadas de una especie de glamour sexualizado”.
El activismo contra el acoso sexual laboral arrancó en la década de 1970, pero recién en 1986 la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos dictaminó que el acoso sexual era una violación a la ley de derechos civiles de 1964. Y según Weigel, el testimonio determinante fue el de Anita Hill, quien en 1991 acusó de acoso sexual a Clarence Thomas, por entonces candidato a ocupar uno de los sillones en la Suprema Corte. El testimonio de Hill catapultó el problema al centro de la atención pública y alentó a muchas empresas a implementar políticas para prevenirlo.
Pero lo cierto es que ese glamour sexualizado nunca se fue del todo. “Está lleno de películas, novelas, series y otros productos de la cultura pop en los que la gente se conoce en los lugares de trabajo”, dice Weigel, tal vez justamente porque la naturaleza misma del entorno de trabajo le agrega sabrosos condimentos de suspenso dramático al romance. El diario The New York Times publicó varios artículos de tendencia sobre romances entre compañeros de trabajo du-
rante las décadas de 1980 y 1990, en los que sugería que como la gente trabajaba cada vez más horas, “el lugar de trabajo se convierte en uno de los más probables para encontrar pareja”, como consignaba un artículo de 1988.
Y al parecer era verdad. Según un estudio publicado en 2012, durante las décadas de 1980 y 1990, los heterosexuales norteamericanos tenían tantas chances de encontrar pareja en sus trabajos como en un bar, y esas dos vías sólo eran superadas por las presentaciones a través de un amigo. Las parejas del mismo sexo, por el contrario, eran mucho menos proclives a conocerse en el trabajo que en un bar o a través de amigos. Pero entonces llegó la era de Internet. “El ascenso de Internet ha desplazado parcialmente no sólo a la familia y a la universidad, sino al barrio, a los amigos y a los lugares de trabajo como espacios para encontrar pareja”, consigna el estudio de 2012. Entre 1990 y 2009, encontrar pareja en el lugar de trabajo se redujo básicamente a la mitad, mientras que la cantidad de personas que encontraron pareja a través de Internet trepó más de un 20% entre los heterosexuales y casi un 70% entre los homosexuales. Y eso antes de que Grindr y Tindr, que arrancaron en 2009 y 2012, respectivamente, y todas sus secuelas hubiesen logrado inyectar la búsqueda de pareja hasta en el último intersticio de tranquilidad que había en la vida de solteros y solteras.
Tal vez fuese inevitable que tarde o temprano apareciera alguna “disrupción” tecnológica destinada a meter el tema de la citas en el lugar de trabajo, que eran las únicas horas de vigilia durante las cuales se desalienta activamente la búsqueda de pareja. “¿Y después qué?”, se pregunta Weigel. “¿Una muñequera de seguimiento? ¿O una aplicación de sueño integrada, para poder seguir de levante mientras dormimos?” No estaría mal: alguien que le avise a la gente cuando se aparecen en nuestros sueños…
En su informe académico de 2003 titulado “The Sanitized Workplace” (“El lugar de trabajo esterilizado”), Vicky Schultz, profesora de leyes y ciencias sociales de la Universidad de Yale, opina igual que Trifonov y dice que reprimir las relaciones íntimas en el trabajo es contraproducente. “La gran pregunta es si como sociedad somos capaces de valorar el lugar de trabajo como un ámbito que está vivo, donde haya intimidad personal, donde la energía sexual circule y donde haya una idea más abarcadora de lo humano”, dice el informe de Schultz.
Lisa Mainiero, profesora de administración de empresas de la Universidad Fairfield, que estudia el tema de los romances de oficina desde hace más de 30 años, dice que en las últimas dos décadas, el tabú se ha flexibilizado, a medida que las empresas encontraron la manera de trazar la línea entre acoso sexual y relaciones consensuales. Según un sondeo de la Sociedad para la Administración de Recursos Humanos, cada vez son menos los gerentes de esa área que piensan que los romances laborales son poco profesionales: en 2013, sólo un 29% opinó en ese sentido, frente al 58% de 2005.
La creciente apertura a los romances de oficina tal vez pueda atribuirse en parte al hecho de que ya existen mecanismos para lidiar con el acoso sexual, y también a que actualmente la vida laboral de muchos jóvenes es más laxa y volátil que antes. El trabajo a distancia está más extendido, y muchos empleados prefieren saltar de un empleo a otro en vez de hacer carrera en una misma empresa. Mainiero sospecha que debido a eso, están más abiertos a la posibilidad de una relación sentimental con sus colegas.
Pero de ahí a que el encargado de sistemas de una empresa instale el chatbot en Slack para fomentar el romance entre los empleados hay una gran distancia. Feeld no es interesante porque vaya a ser adoptado masivamente. “Sería muy disruptivo en la oficina; no creo que ninguna empresa lo instale”, sostiene Mainiero. Sin embargo, la tecnología está volviendo inevitable la intersección entre dos aspectos de la vida, el laboral y el romántico.
“Hasta ahora, nadie había intentado iniciar un romance a través de Slack, o sea que si ahí existe un mercado, somos los primeros en llegar”, dijo Trifonov durante el lanzamiento de Feeld para la prensa. Porque de eso se trata Feeld: de ampliar todavía más la ya casi ilimitada oferta de posibilidades de encuentro y llevar esa asíntota hasta el infinito.
Según Weigel, dentro de esa cultura “ya existe la idea de que uno debe estar trabajando y tratando de enganchar al mismo tiempo”. Así como la sola presencia de la app de Slack en el teléfono nos recuerda que nos pueden llamar del trabajo en cualquier momento, la presencia de Feeld nos hace creer que podemos cruzarnos con nuestra alma gemela en cualquier momento. Sumadas, sólo exacerban “esa perpetua sensación de posibilidad, pero también de posibilidad de una decepción”, señala Weigel. Y es la posibilidad la que dispara la ansiedad. Y es la incertidumbre la que es agotadora.
Y por inocua que parezca una app que revela el mutuo interés de dos personas, sólo está destinada a generar más incertidumbre y más ansiedad. ¿Qué pasa, por ejemplo, si seis meses después de haber manifestado interés por alguien, esa persona corresponde a nuestros sentimientos, pero ya no sentimos lo mismo? ¿Y qué pasa si esa persona siente interés, pero no quiere manifestarlo a través del mismo programa por donde su jefe le pide detalles de un proyecto o sus compañeros de trabajo discuten el último episodio de Game of Thrones?
Feeld quiere que las empresas permitan que sus empleados sean seres humanos completos, pero de todos modos en las aplicaciones de citas hay algo poco humano en esa opción binaria de sí o no. Y meter el juego del levante en la oficina, tierra de caras familiares y no un mar de desconocidos, como Tindr, puede complicar exponencialmente las cosas. Estamos frente a la versión distópica hipertecnológica del mensajito doblado al medio que se pasaba por debajo del escritorio, y que adentro decía: “¿Te gusto? ¿Sí o no?”.
“El problema es que descubrir si el otro te gusta o no justamente es un proceso”, dice Weigel. “Uno puede sentir una especie de enganche con alguien y después llegar a la conclusión de que prefiere no coquetear con esa persona o que uno se equivocó y no sentía nada.”
Pero si ya escribimos ese nombre en el casillero, bueno, a llorar a otra parte, porque Feeld no da margen para esos lentos y necesarios avances y retrocesos de la atracción humana, sino que lanza la bomba nuclear como primera opción. Una alocada app para encontrar una cita y amor tal vez funcionaría bien en una comedia romántica, en la que al menos uno puede estar seguro de que los actores se apegarán al libreto.
LA NACION/THE ATLANTIC