01 Jul Más allá del Kavanagh: los edificios preferidos de los arquitectos
La arquitectura de Buenos Aires es uno de los grandes tesoros de la ciudad. Edificios históricos y grandes obras de valor patrimonial se mezclan con nuevas construcciones en un paisaje urbano que ofrece joyas para todos los gustos. Los arquitectos, responsables en gran parte de esa diversidad, no están ajenos a su encanto. ¿Cuáles son sus obras favoritas?
El arquitecto Augusto Penedo, socio del estudio Urgell- Penedo-Urgell y presidente del Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo (CPAU), tiene entre sus predilectos el edificio de Castex 3661, entre Casares y Scalabrini Ortiz, frente a la Plaza Alemania. Se trata de un singular edificio de una cuadra de largo, obra de los arquitectos Santiago Sánchez Elía, Federico Peralta Ramos y Alfredo Agostini, del estudio SEPRA, en el año 1950.
“Teniendo en cuenta que la ciudad se configura básicamente con la vivienda, me gusta este edificio porque es una construcción muy representativa de la modernidad vernácula de esos años, añadiendo zócalos o basamentos de ladrillo visto o cerámicas, en general con trabas elaboradas como sobrio detalle ornamental, al blanco puro y duro del racionalismo que caracterizaba la arquitectura moderna de Buenos Aires desde los años 30”, explica su elección.
En este sentido, destaca que esta vivienda se desarrolla longitudinalmente en plantas que son un ejemplo de diseño y de ajuste a la funcionalidad requerida por una familia de una burguesía acomodada, que subscribe a modos modernos de vivir. Las columnas circulares y las ventanas alargadas altas de la planta baja que despegan el volumen de los pisos, son otro rasgo destacado de esa arquitectura moderna. “El ejemplo me parece muy pertinente hoy, que se está debatiendo un nuevo Código Urbanístico para Buenos Aires, porque tiene vigencia. Se trata de una planta baja y seis pisos, en línea con la altura que está planteándose para muchos sectores de Buenos Aires, que oscilarán entre los 16,5 y los 22 metros de altura. Este edificio podría ser un buen ejemplo de la imagen del continuo edificado resultante”, contextualiza Penedo.
Desde el estudio MRA+A -Mario Roberto Álvarez y Asociados, creador de algunos de los edificios más emblemáticos de Buenos Aires, el arquitecto Fernando Sabatini señala dos elecciones que, advierte, difieren mucho entre sí, ya que, según cuenta, son muchos sus preferidos entre la arquitectura de la ciudad. La Embajada de Gran Bretaña, en la calle Luis Agote 2412, es uno de ellos. “Me llama la atención este edificio emplazado en una barranca con una calle que remata en escaleras, y con un entorno denominado “La Isla” por los porteños. Su arboleda y su calidad espacial lo convierten en uno de los mejores lugares de la ciudad”, afirma el arquitecto, a la vez que destaca el espacio, el tejido y la topografía urbana, poco comunes en Buenos Aires, caracterizada por estar emplazada desde sus orígenes en una llanura.
Al referirse propiamente al edificio, destaca cómo aprovecha la impronta del terreno. “Cuando un edificio aporta, sin estridencias pero con carácter, a un espacio urbano, es sin dudas una buena obra”, concluye Sabatini.
Otro de sus tesoros es el Pasaje General Paz, en la calle Zapata 552, conectado con Ciudad de la Paz 561, en el barrio de Belgrano. Obra del arquitecto Pedro Vinent en 1925, Sabatini lo define como modesto pero muy paradigmático. Según explica, este complejo edilicio plantea la semilla de una concepción y una mirada urbanística muy particulares de la ciudad, que hoy no podrían concebirse, ya que el código exige una línea de frente interno que partiría al edificio en dos. “Es evidente que a principios del siglo pasado esa concepción no existía, planteando un conjunto de 57 viviendas en tres pisos, que generan una conexión física entre las calles Zapata y Ciudad de la Paz, llamada antiguamente General Paz, de donde viene el nombre del edificio” comenta.
“Si bien los edificios formalmente no me conmueven ni pertenecen, el concepto y escala me resultan admirables y revolucionarios para la época. Incluso hoy en día, la mirada particular de la concepción del tejido urbano abona un pensamiento personal donde se pulverizan los códigos urbanos. Creo que no existen códigos buenos o malos, existen buenos o malos arquitectos”, apunta Sabatini.
Paredes con historia
El arquitecto Juan Pfeifer, socio del estudio PFZ -autores de la Alvear Tower o Alto Palermo, por citar algunas de sus obras- tiene su corazón puesto en algunos clásicos de la arquitectura porteña. “Los edificios de una ciudad se van convirtiendo con el paso del tiempo en reflejos de época y testimonios de su historia urbana. En Buenos Aires me siguen conmoviendo el Cabildo -que aprendimos a querer desde chicos y que fue tantas veces modificado-, el Teatro Colón y el Palacio de las Aguas Corrientes, como hitos urbanos que le dan identidad a la ciudad desde una lectura tan subjetiva como emocional. El edificio del ex Banco República proyectado por César Pelli me parece un claro ejemplo de diseño refinado y de excelente implantación urbana. Nuestro primer rascacielos -el Kavanagh – encargado en 1934 a los arquitectos Gregorio Sánchez, Luis María de la Torre y Ernesto Lagos y construido en 1936 por la constructora Rodolfo Cervini, sigue vigente como uno de los mejores emblemas en la historia urbana de Buenos Aires”, describe su itinerario.
Con 80 años de trayectoria, el estudio Aisenson escribió varios capítulos destacados en la historia de la arquitectura de la ciudad. Con mirada de flaneur (paseante, en francés), el arquitecto Rodrigo Grassi, integrante del estudio, destaca tres obras que le interesan por diversos motivos: su relación con las infraestructuras y el paisaje, su enorme escala y sutil articulación con el tejido denso, o su relación con los monumentos históricos de alto valor simbólico. Señala que cada una responde con gran oficio a las exigencias diversas que implica hacer arquitectura en la dimensión metropolitana.
En primer lugar, menciona el Edificio Malecón, uno de los clásicos del Estudio Aisenson, del que hoy forma parte. “En mis épocas de estudiante en La Plata, solía viajar a Buenos Aires a perderme en sus enormes y tumultuosas avenidas. Creo que no hubo ni una sola vez en que al entrar a Buenos Aires desde la Autopista, dejara de hacer el esfuerzo por recorrer con la mirada cada rincón de esta pieza urbana, cuya presencia, además de articular magistralmente la relación entre la autopista y el extremo sur de los diques de Puerto Madero, parecía darme la bienvenida a la ciudad. Cada vez que lo veía a la distancia pensaba: “Ahí está Buenos Aires”, argumenta.
Otro de sus infaltables es el edificio de Libertador 4444, de Mario Roberto Álvarez y Asociados. “Considero que esta obra tiene una presencia urbana superlativa. La distribución volumétrica de la capacidad constructiva del terreno es muy interesante. Las dos semi-torres laterales de quince pisos que se enlazan con las construcciones vecinas de la Avenida del Libertador, parecen hacer plegar a la ciudad en sí misma, contraerse, para dejar lugar a la gran Torre Central de 44 pisos, que emerge por detrás. Una solución de continuidad del perfil urbano construido que constituye un gran aporte al paisaje arquitectónico de Buenos Aires”.
Además, destaca el Museo del Bicentenario, cuya puesta en valor estuvo a cargo del estudio B4FS Arquitectos, conformado por Daniel Becker y Claudio Ferrari. Grassi confiesa que le interesan particularmente las obras de arquitectura contemporánea que se insertan en enclaves históricos de alto valor patrimonial. “La manera en que esta obra asume su condición de gran espacio público, único, continuo, abierto, integrador e integrado, resuelto con una única pieza que es cubierta y a la vez fachada, me parece una genialidad. Una gran respuesta formal en la relación con La Casa Rosada, y una clara postura en la consolidación del paisaje urbano en un lugar atravesado por la presencia de la historia y la complejidad de las infraestructuras”, afirma. Al parecer, hay grandes obras de arquitectura para todos los gustos.
EL CRONISTA