17 Jul El azar, criatura indomable
Por Nora Bär
Es indudable que Rosa Domínguez es una persona de suerte. Esta muchacha de 19 años residente en los Estados Unidos la semana última ganó la lotería… ¡dos veces en la misma semana!
Basta con dedicarle unos instantes a esta anécdota para que intentemos encontrarle algún significado. ¿Cómo es posible que algo tan infrecuente le ocurra dos veces en la misma semana a una misma persona? Tal vez haya tenido una infancia desgraciada y “la vida la recompense” regalándole unas monedas… Y lo mismo sucedería a la inversa. Alguien se enferma y, poco tiempo después, pierde el trabajo. ¡No puede ser tanta desgracia junta!
Lo cierto es que, como explica John Allen Paulos en La vida es matemática (Tusquets, 2015), el hecho de que la probabilidad de que ocurra una determinada secuencia de eventos sea de una insignificancia casi imposible no hace más que poner de relieve “la absoluta ubicuidad de las casualidades”.
“No veía a María José desde hacía dos años y hoy me la encontré dos veces por la calle. Esas casualidades vienen del cosmos, no me digas.” El azar es un concepto que los humanos, tan hábiles para encontrar patrones y regularidades en un conjunto de hechos independientes, aborrecemos.
“Nuestro cerebro está feliz de engañarnos y creer que las casualidades no existen”, escribe Diego Golombek en su prólogo al delicioso El azar en la vida cotidiana, de Alberto Rojo (Siglo XXI, 2012).
Para ilustrar esta natural tendencia a pensar que “sincronicidades accidentales son las ramas visibles de una red de causas mágicas y no un mero resultado del azar”, Rojo, físico egresado del Instituto Balseiro y eximio guitarrista, elige un artículo publicado días antes del comienzo del Mundial 2010 en La Gaceta de Tucumán.
“Creer o reventar -se lee en un párrafo-. Las coincidencias argentinas entre México 86 y Sudáfrica 2010 sorprenden. Argentina se clasificó a Sudáfrica con un triunfo 2-1 ante Perú, y en el 86 empató 2-2 con Perú para clasificarse. En ambos mundiales la nación anfitriona estuvo a punto de perder la localía (por el terremoto de México y por demoras de construcción en Sudáfrica). En pocos días, Argentina se medirá con Corea del Sur, como en México 86.”
Este hallazgo de cadenas causales donde no las hay surge de una selección de los hechos: “Vemos dragones en las nubes, conejos en la luna y mujeres en la borra del café. Y como esos seres no aparecen sólo por azar, invertimos el razonamiento y pensamos que lo azaroso carece de formas y no admite patrones parciales”, escribe Rojo.
Lo que para el doble ganador de la lotería es el destino, para el jugador es la “racha”. Esa esperanza de que “no hay dos sin tres” o de que, si durante muchos tiros de ruleta no sale un número determinado, crecen las posibilidades de que la suerte nos sonría es la que lleva a los jugadores empedernidos a seguir insistiendo. Dostoievsky, que volcó sus propias vivencias en la novela El jugador, experimentó las falacias de este razonamiento en carne propia cuando tuvo que embargar sus muebles, escribir cartas desesperadas pidiendo dinero y enfrentar la miseria por sus visitas a los casinos de Wiesbaden, Baden-Baden y Hamburgo. Ana Grigórievna, la jovencísima estudiante de taquigrafía que lo ayudaría a liberarse del infierno de las entregas y más tarde se convertiría en su devota esposa, relata parte de esa historia en Dostoievsky, mi marido (Centro Editor de América Latina, 1968).
La mayoría de las veces, hechos que parecen inevitables “son sólo circunstancias fortuitas en un mar de variaciones de cuyo oleaje aleatorio cada tanto emerge, de pura casualidad, una perfecta magnolia de espuma”, escribe Rojo. ¿No es una bella imagen para describir, por ejemplo, el encuentro de dos personas que se amarán con pasión? Es fascinante que esa improbable cita en el universo sea obra nada más -y nada menos- que del azar.
LA NACION