Achican la brecha digital entre jóvenes y adultos

Achican la brecha digital entre jóvenes y adultos

Por Petula Dvorak
La abuela descubrió los emojis, y ahora leer sus mensajes de texto es como descifrar jeroglíficos egipcios.
“Cachorro, gatito, corazón, corazón, pulgares arriba, palo de hockey, sol, libro, tulipán, corazón”, le mandó a mi hija de 12 años.
“Mamá, ¿ya no sabés escribir en tu idioma?”, quise saber.
“Les pregunté a los chicos cómo estaban las mascotas, cómo les había ido en el partido de hockey, y les recordé que no descuidaran el estudio”, me explicó. “Ellos entienden.”
Y así es. Gracias a una simple acción –poder textear como lo hacen ellos–, mi madre estableció una conexión fluida y cotidiana con sus nietos. En el universo de la tercera edad, eso la convierte casi en una ninja digital. Pero mi madre no es una mujer de 70 años demasiado típica, y no todos tienen un paciente vendedor de celulares dispuesto a venir al rescate.

Cuando se dieron cuenta de eso, tres adolescentes de escuelas secundarias de Washington D.C. tuvieron una idea que puede solucionar estos problemas.
“Todos conocemos alguna persona mayor que tiene problemas para entender las aplicaciones o los mensajes de texto o algo que para nosotros es lo más común del mundo porque para nuestra generación son cosas que siempre estuvieron ahí”, dice Hannah Docter-Loeb, alumna de 17 años de secundaria en School Without Walls y oráculo digital en su hogar.
Ella y sus amigos tienen el conocimiento, tienen las habilidades y se propusieron ayudar.
Así que llamaron a varias instituciones que dan clases de capacitación en el uso de las computadoras, pero no había nada tan flexible, simple y orientado a los abuelos como lo que ellos buscaban. Entonces lanzaron su propio emprendimiento: GTG Tech, una sigla que significa “de generación en generación”.
GTG Tech son tres chicas de 17 años, Hannah Docter-Loeb, Kaela Marcus-Kurn y Aviah Krupnick, que dan clases gratuitas en bibliotecas, centros de jubilados y salones comunales una vez por mes. Es un grupo voluntario sin fines de lucro que se está expandiendo a medida que sus amigos se suman al proyecto.
Pero las chicas se ocupan de recalcar que no son expertas en computadoras, sino que trabajan sobre las cosas más simples, esas tareas cotidianas básicas que los nacidos en la era digital dan por sobreentendidas.
“Crecimos en medio de esto, así que sa-
bemos cómo funciona”, dice Kaela, alumna de la secundaria Bethesda-Chevy Chase. “Y desde que empecé con este proyecto, me volví mucho más paciente con las personas. Para ellos, esto es como un idioma totalmente nuevo, con su propio diccionario.”
La mayoría de los jubilados que buscan su ayuda son mujeres. Las chicas tienen como alumna a una mujer octogenaria que solamente quería poder mandarle mensajes de texto a su novio cuando se encuentra en Cape Cod.
Hay otra persona mayor que cuando a su computadora le entró un virus, la tiró a la basura. Y otra que llegó con un monitor gigante, un gabinete y un teclado en el portaequipaje del auto simplemente para aprender a mandar mails grupales. También una mujer que no entendía por qué su nueva notebook Apple no se conectaba con el mundo exterior.
“Ellas me dijeron cómo solucionarlo”, afirma la mujer. “Creo que lo anoté acá en el cuaderno, ¿a ver? Acá está: Wi-Fi. ¡Tengo que tener Wi-Fi!”
Las chicas llevan un registro de los problemas más serios con los que se han encontrado.
“La verdad es que algunos casos son muy tristes”, admite Hannah. “Como esa gente que hace clic en esos vínculos engañosos y termina perdiendo plata. Ahí es cuando
realmente sentimos que nuestra ayuda sirve.”
Pero la fórmula también tiene algo de mágico, por ese intercambio intergeneracional que se produce cuando interactúan un joven y una persona mayor, especialmente cuando no son familiares.
“Es como una transfusión de sangre. Es mucho más que un asunto de computadoras”, explica Renee Dunham, de 78 años, tras recibir ayuda de las chicas con sus mensajes de texto. “También me entero un poco de cómo son sus vidas, por el modo en que la organizan a través del teléfono, o de la música que escuchan y la tecnología que usan.”
Y como señala Dunham, ese intercambio se da sin ataduras ni obligaciones: ni comentarios de la abuela sobre la cantidad de maquillaje de su nieta, ni reprimendas al nieto por andar encorvado. Pero el intercambio funciona en ambos sentidos, es recíproco.
Aunque es fácil reírse del abuelito que llegó con sus tres cuentas de Hotmail abarrotadas de mensajes porque no sabía cómo borrarlos, las adolescentes al rato se enteraron de que había sido un donjuán que piloteaba aviones de guerra. O esa mujer con bastón, que supo ser bailarina clásica.
Un lluvioso sábado reciente, todos los turnos de GTG Tech en la biblioteca de la
escuela Chevy Chase estaban tomados. Y durante tres horas, las jóvenes dieron asesoramiento digital a muchas personas mayores interesantes: un profesor de lingüística jubilado, un pionero de la programación Fortran, un ex reportero de una agencia de noticias.
También conocieron a Evelyn Idelson, una mujer de 91 años que había trabajado en la Comisión para la Igualdad de Oportunidades en el Empleo y recordaba el día en que el gobierno federal les había enviado las primeras computadoras, artefactos gigantescos que ocupaban una habitación completa.
Es curioso que las computadoras que caben en la palma de la mano puedan resultar ahora tan intimidantes.
Las adolescentes ayudaron a los ancianos a conectarse con sus nietos, sus amigos y a manejar sus cuentas de compras. Transfirieron de las computadoras a los mails antiguas fotos históricas y de fiestas de casamiento. Ayudaron a los adultos mayores a abrir su propia página de Facebook y les mostraron cómo usar FaceTime: “Hay que sostener el teléfono frente a la cara, no contra la oreja”.
Y, por supuesto, también les enseñaron a usar los emojis.
LA NACION/THE WASHINGTON POST