“Snowden demostró que no existe la supuesta neutralidad de la web”

“Snowden demostró que no existe la supuesta neutralidad de la web”

Por Gonzalo Gossweiler
El escritor argentino Nicolás Mavrakis nació en 1982 y en su haber literario acumula el libro de cuentos “No alimenten al Troll”, la novela “El recurso humano” y el ensayo “Houellebecq. Una experiencia sensible”, en el cual analiza la obra del polémico autor francés. En el marco de la última edición de la Feria del Libro presentó su última obra: “La utilidad del odio. Una pregunta sobre internet” (Letra Sudaca, 2017).
En “La utilidad del odio”, Mavrakis observa a través de la bibliografía de filófosos clásicos y modernos, y con la nitidez de su propia visión, los puntos llamativos en la relación de las personas con las redes sociales, la web, la tecnología y los consumos culturales. La negatividad en las redes, la “gramática meme”, la burbuja de filtros que fuerza la armonía en Facebook, la identidad digital, la irrupción de un nuevo paradigma junto con los nativos digitales y la ilusión de la neutralidad en internet son algunos de los temas que trata su libro. Dialogamos con él:
Periodista: ¿El odio encuentra en las redes sociales una vía de escape ante una sociedad de corrección política extrema?
Nicolás Mavrakis: Digamos que en un ambiente digital que necesita neutralizar los conflictos de intereses o de emociones a través del agrado masivo o la indignación masiva, el odio se puede convertir en una negatividad lúcida, un cauce productivo de acción en un ecosistema prácticamente blindado contra la decepción. La negatividad, el “odio”, entonces, es útil cuando habilita el acto de pensar contra la grisura de la neutralidad. La corrección política que mencionás funciona en tal caso como un síntoma general: es más fácil suspender la lógica misma de los conflictos en vez de pensarlos y asumirlos.

P.: ¿Facebook busca la endogamia de opiniones afines al usuario?
N.M.: Facebook sintetiza muy bien la confluencia cada vez más indiscutida entre la demanda de afinidades individuales y la oferta de afinidades globales. Mark Zuckerberg es experto en medir, agrupar y rentabilizar cada “Me gusta” e integrarlo a un régimen de mercado más amplio, en el sentido de lo que se llama una “burbuja de filtros”. Lo que nos queda en la pantalla, al final, es una góndola personalizada de usuarios y contenidos que solo halagan nuestras propias ideas y nuestras propias aspiraciones. Esa es la máxima experiencia digital de la endogamia. Y salvo en Argentina, donde se financia desde la política (que la tiene como columna clave de la “comunicación estratégica”) en el resto del mundo Twitter es una red de cuarto o quinto orden. Una empresa incapaz de rentabilizar en el verdadero mercado ese margen de libertad para odiar.

P.: ¿Por qué tuiteamos, posteamos fotos, compartimos videos en las redes? ¿Cuál es esa necesidad de mostrarle al mundo eso que nadie te pidió ver?
N.M.: Narcisismo, fragilidad del carácter, diversión, clima de época, ocio, fantasías de autogerenciamiento de la imagen, necesidad de amor, aburrimiento, otra vez ocio. Sin embargo, no creo que nada de todo eso atente contra nuestra intimidad. Son nada más que las condiciones básicas para participar de una conversación de la que forma parte la mitad de la población del mundo. Más interesante es cuando se impermeabiliza cualquier contenido con el aura que antes se le reservaba al arte. Porque esa democratización del arte en la web exige neutralizar cualquier juicio crítico, cualquier escala de jerarquías aplicables al valor estético objetivo. ¿Será por eso que los malos artistas, y en especial los artistas sin obra, invierten el grueso de su capital narcisista en lugares como Facebook?

P.: ¿Somos en realidad como nos mostramos en Internet? ¿Nuestro perfil nos define, delinea el personaje que se supone somos ante los demás?
N.M.: Esa es una cuestión que en el libro trato de leer desde algunas ideas de Slavoj ižek. Podríamos decir que en la realidad, cuando están apagadas las pantallas, tampoco nos mostramos como somos. La web, en todo caso, funciona como una ampliación radical del campo de batalla de ese personaje público a través del cual soportamos la necesidad de vivir en sociedad.

P.: ¿Cómo nos afecta la ansiedad de recibir suficientes Me gusta o de un mensaje visto y sin respuesta? ¿Cuál es el mecanismo que nos lleva a dar o no un like?
N.M.: Esas también son ansiedades atadas a una necesidad de ser percibidos y reconocidos que es mucho más antigua que internet. Podríamos decir, eso sí, que el ecosistema digital apela a una capacidad muy eficiente para abaratar las condiciones bajo las cuales ese reconocimiento se experimenta como urgente. De todos modos, es un proceso más allá de los puros bytes. Christopher Hitchens contaba que hace 40 años, en una asamblea comunista en Londres, vio cómo alguien pedía a gritos que la escucharan porque “era mujer”. En ese momento, dice Hitchens, se dio cuenta de que si la genitalidad pasaba a ser el motivo crucial por el que alguien podía creer en la urgencia de sus propias ideas, las condiciones para cualquier debate se habían abaratado para siempre.

P.: ¿Ves una grieta generacional entre analógicos y digitales? ¿Qué pensás de esas quejas sobre los celulares que son denunciados como obstáculos de las relaciones sociales presenciales en una cultura en la que mirar TV mientras se come en familia es aceptable?
N.M.: La pregunta por internet, en términos de Silicon Valley, tiene una obsolescencia programada. Es una pregunta anclada en la transición generacional entre lo analógico y lo digital. Un nativo digital, de hecho, casi no tiene ninguna pregunta sobre esto. Simplemente está en su mundo, y se mueve sin inconvenientes. De la misma manera que alguien de 30 o 40 años jamás se preguntaría sobre los efectos sociales de vivir mirando televisión o leyendo libros impresos. En ese sentido, la grieta generacional existe y habilita todavía cierto estado de sorpresa, de perplejidad, también de ironía y sospecha romántica ante la web.

P.: Los llamados millennial, los nativos digitales, tienen una gramática basada en los memes, ¿cómo eso modela la forma de pensar y comunicarse en la actualidad?
N.M.: Hay un análisis de esa “gramática meme” que se concentra en pensar por qué la maquinaria simbólica de las redes, para llamarla de alguna manera, no solo es omnívora sino que es también incapaz de “vomitar” nada, al estilo de las enciclopedias fantásticas que imaginaba Borges. Pero lo más interesante de esa lógica no creo que sea proponer la imagen sobre la palabra (que es una de las propuestas más viejas del lenguaje) sino una absorción voraz de objetos, momentos y productos que perfila, sobre todo, la voluntad de eliminar paulatinamente las diferencias entre las generaciones, las culturas e incluso entre las clases. La “gramática meme” puede pensarse entonces como un método definitivo de alfabetización y socialización digital: la fantasía perversa de que todos, más allá de nuestras condiciones reales de existencia, podemos entender y compartir y experimentar lo mismo.

P.: Sos un gran conocedor de Michel Houellebecq, le dedicaste un libro a hacer una exégesis de su obra. ¿Cómo ve él la tecnología y las redes sociales?
N.M.: Algunas ideas de “Houellebecq. Una experiencia sensible” están en “La utilidad del odio” porque la literatura en general, y la ciencia ficción en particular, son capaces de representar problemas que la bibliografía estándar tarda mucho en detectar. Respecto a la manera en que las personas se diseñan a sí mismas en la web, por ejemplo, Houellebecq no pudo ver a principios de los 90 lo que internet iba a ser capaz de hacer por la gran masa de feos que hasta no hace tanto era incapaz de imaginar una vida erótica digna. En términos librescos, cualquier Tisserand hoy puede aspirar a ser un Rastignac. Lo interesante es cómo ese discurso sobre la inexistencia de diferencias entre lo bello y lo feo germinó alrededor del arte y aterrizó alrededor de los cuerpos y su derecho igualitario al goce.

P.: ¿Cuál es el peligro de la pérdida de la neutralidad en la web y de que las empresas como Google influyan en los contenidos que nos llegan?
N.M.: Una verdadera paradoja, ¿no? Porque, ¿existe esa supuesta neutralidad que podría perderse? Pretender que las empresas proveedoras de internet sean neutrales a la hora de hacer negocios cuando no hay una sola empresa de contenidos de Silicon Valley neutral a la hora de hacer los suyos… La pregunta por la ideología de internet es una de las más delicadas, ¿Verizon, Google, Netflix y AT&T no apoyan a ciertos candidatos políticos en lugar de otros en las elecciones? ¿Y eso no impacta inevitablemente en la fantasía de la neutralidad? Hay que recordar las denuncias de Edward Snowden para pensar en serio de qué se trata esa supuesta neutralidad de la red.

P.: Los perfiles de la gente que muere van quedando, olvidados, y se acumulan como fantasmas virtuales. Desde el anuncio de un fallecimiento hasta el etiquetado en una foto de alguien que ya no vive, ¿cómo se interactúa con la muerte en las redes?
N.M.: Hay un par twitteros y un par de figuras públicas cuyas muertes sirvieron para explorar ese tema. Pero, a grandes rasgos, la “danza de la muerte” sigue atada a los atavismos habituales. Lamentos tórridos hasta la impostura de un lado del velatorio y manantiales automáticos de ironía del otro. Aprehensión, cinismo, miedo, pena, humor: las formas del terror al vacío comunes en cualquier casa de sepelios de barrio. Lo real, en ese aspecto concreto de las “experiencias digitales”, sigue marcando un límite que lo virtual, por ahora, ni siquiera empieza a suturar.
AMBITO FINANCIERO