Ser padre hoy

Ser padre hoy

Por Gaby Zaragoza
Hoy celebramos en la Argentina el Día del padre. A lo largo de las últimas décadas, el rol de la paternidad ha cambiado, les dio a los hombres la oportunidad de conectarse desde un lugar más amplio. No desde el riguroso mandamiento implícito de otros tiempos, algo así como “serás el proveedor y la ley en la familia o no serás nada”, sino desde una nueva perspectiva de presencia más amorosa.
Aún así, sobreviven etapas diferentes en la paternidad y muchos padres refieren no encontrar su lugar entre la madre y el niño recién nacido. Biológicamente, los nueve meses de cobijo intrauterino y luego la lactancia hacen que el vínculo con la madre sea fortísimo. En este período, la madre y el padre no son intercambiables. Un padre con intención de entregarse a la experiencia de “serlo” requiere estar disponible física y emocionalmente para apoyar a la madre en los primeros meses. Esto fortalece el lazo con el niño que, escuchando su voz y sintiendo su olor, va asimilando, mental y corporalmente, una de las figuras que, sin duda, será fundante en su desarrollo y evolución. Cuando se da una relación significativa y presente, el padre es el primer “enamoramiento” del niño y el facilitador para que comience a poder diferenciarse de ese vínculo simbiótico con la madre. A medida que el chiquito crece, va creciendo la importancia de su vinculación directa, sin la intermediación materna.
Las investigaciones sobre la influencia de los padres demuestran que ambos son vitales al promover la autonomía en los niños. Cuando un padre está disponible para el hijo, éste gana autoconfianza y le resulta más fácil crecer. Al padre parece resultarle más natural y atractivo imaginar a sus hijos en el futuro, mientras que las mujeres sentimos mayor nostalgia al despedir al niño que está creciendo. Esto indica la importancia de la presencia del padre en las ganas de “crecer” y hacerse adulto de los hijos.

Bien lo dijo Nicole Krauss en la voz de su personaje Leo Gurski en su libro La Historia del Amor: “Y entonces pensé: quizá sea eso lo que significa ser padre, enseñar a un hijo a vivir sin ti”. Aunque resulte paradójico, enseñar a un hijo a vivir sin los padres se logra estando sumamente presentes durante la primera infancia y acompañando los inseguros pasos de la adolescencia. La misión de la paternidad es enseñarles a ser autónomos, a incorporar una mirada amorosa que se convierta en su propia mirada compasiva; amarlos para que ese amor sea reemplazado en el futuro por una autoestima sana que facilite que en su vida adulta no vivan buscando las miradas aprobatorias que no tuvieron de sus padres.
A ambos padres, la paternidad invita a acompañar cada etapa del ciclo vital de los hijos desde una misma laboriosa entrega para trascenderlas y adaptarse a lo nuevo. La vida pasa y “en un rato” aquella criatura se convierte de pronto en adulto, y otra vez la paradoja: el sentimiento de nido vacío suele ser menor en los casos de hijos independientes con padres que han estado presentes. Porque muchas veces, la tristeza de este período es generada por la sensación de haber perdido la oportunidad, por el sentimiento de culpa de no haber estado suficientemente involucrados en acompañar a los hijos a crecer.
La conquista de esta etapa pasa por aceptar lo que no se puede cambiar, repensar y reconstruir el rol. El empty nest, como fue bautizado el síndrome, es un excelente momento para que los padres se dediquen a ser personas con las que valga la pena estar. Padres con los que el hijo disfrute estar y compartir su vida. Lo mejor que puede pasarle a un hijo -en cualquier etapa- es tener padres felices, porque un padre feliz es el verdadero permiso para ser felices. En hijos adultos, el ejemplo de un padre, aunque se encuentre lejos geográficamente, siempre está cercano. Si hay un secreto, éste reside en enseñar a los hijos a vivir sin los padres y aprender a vivir sin los hijos. Y que, en ese aprendizaje común, cada encuentro entre ambos sea una celebración.
EL CRONISTA