El férreo control de Pekín no tiene fronteras

El férreo control de Pekín no tiene fronteras

Por Sthephanie Saul
En la competencia de oradores estelares para el discurso de apertura del año académico, la Universidad de California en San Diego (UCSD) pensó que este año se llevaba el gran premio: el invitado era un ganador del Premio Nobel de la Paz, autor de best sellers y norte espiritual de millones de personas.
“Nos sentimos honrados de ser los anfitriones de su santidad, el decimocuarto Dalai Lama –exclamó, entusiasmado, Pradeep Khosla, el rector de la universidad–. Y estamos agradecidos de que comparta con nosotros su mensaje de compasión universal.”
No obstante, pocas horas después del anuncio de Khosla, la universidad empezó a recibir un diluvio de comentarios desagradables a través de Facebook y de otras redes sociales: “Imagínense cómo se sentirían los norteamericanos si alguien hubiese invitado a Ben Laden”, decía uno de ellos.
En el centro de la oposición estaba la Asociación de Estudiantes y Becarios Chinos (CSSA, por su sigla en inglés) de la UCSD, que amenazaba con “tomar medidas estrictas con el fin de oponer una firme resistencia al comportamiento poco razonable por parte de la universidad”.
El gobierno chino acusa al Dalai Lama de promover la independencia tibetana, y si los mensajes de los estudiantes sonaban un poco a política partidaria, tal vez no fuese una mera coincidencia: el grupo manifestó haber consultado el asunto con el consulado chino en Los Ángeles.
Debido a la floreciente economía de su país, cada vez son más los jóvenes chinos que buscan educación universitaria en Occidente. Actualmente, hay 329.000 estudiantes chinos en las universidades norteamericanas, más de cinco veces el número que se registraba hace una década. Como representan, de lejos, el contingente de alumnos extranjeros más grande en ese país, a veces son también el sustento económico de las universidades, ya que suelen pagar la matrícula completa y, al mismo tiempo, aportan una saludable dosis de diversidad internacional.
Pero estos estudiantes muchas veces traen algo más de su país de origen al campus: los ojos vigilantes y en ocasiones la mano dura del gobierno chino, que se manifiesta a través de sus vínculos con muchas de las 150 filiales de la CSSA.
Esos grupos vienen trabajando codo a codo con Pekín para promover la agenda pro China y aplacar los discursos anti-China en los campus universitarios de Occidente. Hace una década, en la Universidad de Columbia, la CSSA movilizó a los estudiantes para protestar por una disertación acerca de las violaciones de los derechos humanos en China. Los instó a “defender resueltamente el honor y la dignidad de la madre patria”.
En la Universidad Duke, el grupo fue acusado de incitar una campaña de hostigamiento contra un estudiante chino que había tratado de mediar entre dos bandos durante una protesta por la situación en el Tíbet. Más recientemente, en Durham, Inglaterra, la CSSA actuó a instancias del gobierno de China para censurar los comentarios de un foro sobre las relaciones entre China y Hong Kong. Y en unas pocas ocasiones, miembros del grupo de estudiantes han sido acusados de espionaje.
La influencia de la organización preocupa a algunos becarios y activistas chinos por los derechos humanos, quienes manifiestan que ejerce un dominio exagerado sobre los campus estadounidenses a causa de la considerable matrícula que desembolsan los estudiantes chinos en el exterior, a quienes el gobierno chino recientemente exhortó a fomentar las muestras de patriotismo y devoción hacia el Partido Comunista.
“Básicamente, no creo que ninguna organización estudiantil controlada por el gobierno –como es claramente el caso de la CSSA– deba tener presencia en los campus de las universidades extranjeras”, opina Jeffrey Henderson, profesor de Desarrollo Internacional de la Universidad de Bristol, Inglaterra.
En el año 2014, Henderson, experto en Hong Kong, fue invitado a disertar en un taller organizado por la CSSA y otras dos agrupaciones para discutir acerca de la Revolución de los Paraguas, cuyos manifestantes habían cortado las calles de Hong Kong en protesta por la negativa del gobierno chino a celebrar elecciones democráticas en esa ciudad.
Según Henderson, dos días antes del taller recibió un mail del presidente de la CSSA en el que manifestaba que la embajada china en Londres pretendía “que en los talleres no ocurriese nada que pudiera perturbar la armonía de las relaciones entre China y Hong Kong”.
Henderson llegó con la idea de ignorar la recomendación de la embajada, pero aun así se encontró con que la sesión de preguntas y respuestas del seminario era controlada de cerca y sólo se permitían preguntas por escrito que hubiesen sido revisadas con anterioridad.
El prestigio de pertenecer
La mayoría de las veces, estas organizaciones funcionan como cualquier otra agrupación de los campus: facilitan transporte a los recién llegados, patrocinan los festejos del año nuevo chino y organizan ferias de empleo bilingües. En algunos campus, unirse a la CSSA se convierte en un hecho competitivo. A los estudiantes se les pide que se postulen para ocupar los cargos en las comisiones del club, y ser aceptados les confiere cierto grado de prestigio, que suelen ostentar en sus perfiles de LinkedIn.
Ni las embajadas de China en Washington y en Londres ni el consulado en Los Ángeles aceptaron responder preguntas acerca de sus vínculos con las organizaciones estudiantiles.
Leo Yao, presidente saliente de la filial de la CSSA en la UCSD, dice que la única interacción regular que el grupo mantiene con el gobierno chino es un encuentro anual en el consulado, durante el cual se discute acerca de la seguridad de los estudiantes y los últimos acontecimientos en el campus.
“Así que es verdad que tenemos conexiones con el consulado, pero no el tipo de relaciones que mucha gente cree –dice Yao, especialista en probabilidad y estadística, y oriundo de Zhuhai, China–. Creen que representamos al gobierno de China, que hacemos lo que el gobierno de China nos dice que hagamos y cosas así, pero eso no es verdad.”
La CSSA comenzó a expandirse en la década de 1980, cuando el número de estudiantes chinos en el exterior empezó a aumentar.
“Cuando llegué a Estados Unidos, pensé que era fantástico, que estaba en un país libre y que todo iba a ser genial –cuenta Frank Tian Xie, que llegó a fines de los 80 para estudiar química en la Universidad Purdue.– Pero me encontré con que el gobierno chino había extendido su control incluso a los estudiantes chinos que estábamos en Estados Unidos.”
Xie ahora es docente en la Universidad de Carolina del Sur en Aiken y afirma que el consulado chino en Chicago trata de reclutar a miembros de la agrupación y que periódicamente envía a un representante a reunirse con los estudiantes en la habitación de un motel.
Li Fengzhi, que durante muchos años fue empleado del Ministerio de Seguridad de China y se radicó en Estados Unidos en el año 2003, acaba de egresar de la Universidad de Denver y dice que el gobierno chino no considera que la agrupación represente una oportunidad para el espionaje, sino que más bien es una operación de propaganda y una forma de “organizar la información recabada”. Li terminó desertando y fue inte-
rrogado sobre las actividades del grupo por agentes de contrainteligencia del FBI.
Los vínculos entre el gobierno de China y los grupos estudiantiles no son precisamente secretos. En algunas instituciones, como la Universidad de Connecticut y la Universidad del Norte de Texas, los sitios web de los grupos mencionan que reciben apoyo o están vinculados a los distintos consulados chinos.
La filial del grupo en la Universidad Tecnológica de Michigan reconoce una relación con la embajada china, y luego agrega que de todos modos “la CSSA no participará de ninguna revolución política, salvo que se presenten situaciones especiales”.
Pero esos vínculos también pueden ser encubiertos. En la década de 1990, las autoridades migratorias de Canadá acusaron al líder de la filial del grupo de la Universidad de Concordia, Montreal, de usar fondos provenientes del gobierno de China y de proporcionar información a diplomáticos chinos en referencia a los estudiantes que estaban a favor de la democracia.
En el año 2005, las autoridades de Bélgica dijeron haber identificado a un espía chino –miembro de la CSSA en la Universidad de Leuven–, que, según un informe del FBI desclasificado en el año 2011, se ocupaba de coordinar a los agentes de espionaje industrial en toda Europa.
Perry Link, experto en China y coeditor de la versión inglesa de Los documentos de Tiananmen –una compilación de documentos secretos chinos relacionados con las protestas de la plaza Tiananmen–, calificó la organización estudiantil como “una herramienta del Ministerio de Relaciones Exteriores del gobierno” que, entre otras actividades, controla los discursos antipatrióticos de los estudiantes chinos.
“El objetivo de esa vigilancia no es tanto capturar y castigar a determinadas personas, sino que prácticamente todos los estudiantes chinos sepan que se los podría denunciar y, en consecuencia, se cuiden de lo que expresan en los foros públicos”, dice Link, que ahora es docente en la Universidad de California, en Riverside.
Al llegar a Columbia en el año 2007, David Matas, abogado especialista en derechos humanos, se encontró con un fuerte dispositivo de seguridad y una protesta de la CSSA en contra de su disertación sobre el maltrato de parte de China hacia los seguidores del Falun Gong, una práctica espiritual sincrética que combina budismo, meditación y ejercicio, y que fue prohibida por el gobierno de Pekín.
Según refirió Matas recientemente, más tarde enviaron un mensaje de amenaza –al parecer dirigido a él– al sitio web del grupo de Columbia, diciendo que “cualquiera que ofenda a China será ejecutado, sin importar lo lejos que esté”.
El mes pasado, en la Biblioteca Low Memorial, la filial de la CSSA en la Universidad de Columbia celebró su conferencia anual sobre las perspectivas de China, que este año se enfocó en la política económica y el desarrollo sustentable. Varios funcionarios, académicos y líderes empresariales disertaron ante una audiencia formada en su mayor parte por estudiantes chinos, y la agenda evitó los temas conflictivos, como los derechos humanos, las relaciones con Taiwán y la situación del Dalai Lama.
En uno de los programas de la conferencia figuraba que el evento contaba “con el apoyo total de la embajada de la República Popular de China”.
Varias instituciones educativas en las que la CSSA reconoce abiertamente sus vínculos con el gobierno de China, entre las que se incluye Columbia, manifestaron que esos vínculos no violan ninguna de las reglas de las instituciones académicas. Pero, de todos modos, las universidades terminan viéndose enredadas en la política interna china.
En el año 2009, después de que la Universidad de Calgary le confirió un doctorado honoris causa al Dalai Lama, el gobierno de China retiró por un año a Calgary de la lista de universidades internacionales que cuentan con reconocimiento oficial.
La matrícula de alumnos chinos de esa institución cayó levemente y luego volvió a subir cuando la universidad fue reincorporada a la lista. Actualmente, los alumnos chinos representan un 25% del total de estudiantes extranjeros de la universidad.
En la UCSD, casi 3500 estudiantes universitarios –más del 10% del cuerpo estudiantil– procede de China. Esos estudiantes pagan más del doble de lo que pagan los alumnos californianos, una fuente de ingresos importante en momentos en que la Universidad de California enfrenta problemas de financiamiento.
El año pasado, Khosla, rector de la UCSD, preparó el terreno para el discurso del Dalai Lama y se reunió con él en Dharmsala, India, donde vive desde que escapó del Tíbet tras la revuelta de 1959. Khosla se negó a hacer comentarios para este artículo.
Excepto Yao, el presidente saliente de la CSSA, los miembros del grupo se rehusaron a conceder entrevistas. Pero algunos otros estudiantes chinos también dicen haberse sentido ofendidos por la invitación al Dalai Lama.
En el Centro Price, punto de reunión estudiantil y patio de comidas del campus, algunos alumnos que estaban almorzando anticiparon que el 17 de junio, día de la apertura, se producirían protestas. Uno de ellos dijo que sus padres no iban a asistir a la graduación porque se negaban a estar presentes durante el discurso del Dalai Lama.
Shiwei Terry Zhou, una alumna oriunda de Wuhan, China, dice que los estudiantes sintieron la decisión de la universidad como una afrenta.
“Sacamos buenas notas. No causamos problemas. Pagamos muchísimo –dice Zhou–. ¿Qué necesidad había?”
A pesar de las presiones, la universidad no retrocedió. En una reunión con Khosla, los miembros de la CSSA solicitaron que por lo menos la universidad se abstuviera de referirse al Dalai Lama como “líder espiritual” y que se le impidiera hablar sobre política.
“Para que no tomemos esto como algo personal, es muy importante que se lo califique de otra manera”, dice Yao.
La universidad todavía no ha dicho si aceptará estas exigencias. A través de un comunicado, afirmó que la institución “siempre ha sido un foro para la discusión y la interacción en torno a cuestiones importantes de la política pública, que respeta el derecho de los individuos de estar de acuerdo o en desacuerdo respecto de los problemas de nuestro complejo mundo actual”.
LA NACION/THE NEW YORK TIMES