Caballos vs. autos: el espejo más temido para los seres humanos

Caballos vs. autos: el espejo más temido para los seres humanos

A comienzos del siglo XX el futuro parecía brillante para el uso de caballos. Pero en menos de 50 años los autos y los tractores terminaron con el trabajo equino. Algunos futuristas ven un alerta para la humanidad en ese destino del caballo: fue económicamente indispensable hasta que no lo fue más. La respuesta común a tales preocupaciones es que los humanos son más adaptables cognitivamente que las bestias de carga. Pero a medida que los robots se vuelven más capaces, los humanos se ven cada vez más vulnerables.
Un nuevo trabajo concluye que, entre 1990 y 2007 cada robot industrial redujo el empleo en Estados Unidos en casi seis trabajadores. Puede ser que la humanidad no termine pastando, pero el paralelo con los caballos resulta aún incómodo.
Los robots son solo una pequeña parte de la ola tecnológica que está arrinconando a la gente. La Federación Internacional de Robótica define a los robots industriales como máquinas con control automático y reprogramables; no cuenta el equipo con un solo propósito. La población mundial de estas criaturas es de menos de 2 millones, pero su número crece, como la hace la variedad de tareas que pueden realizar, por lo que vale la pena tomar seriamente la pérdida de empleo por la incorporación de robots.
Hablando en términos económicos, esto no debiera ser un problema. La automatización debiera generar ahorros para firmas o consumidores que pueden gastarse en otros bienes o servicios. La mano de obra liberada por la tecnología debiera gravitar hacia tareas y empleos en los que los humanos siguen teniendo ventaja. Pero eso también debió valer para los caballos. El uso de tractores en la producción agropecuaria aumentó marcadamente de la década de 1910 a la de 1950 y los caballos fueron desplazados en grandes cantidades. Pero siguió habiendo tareas en las que los caballos son útiles (como sucede incluso hoy). La dificultad para los caballos fue relocalizarlos en grandes cantidades a lugares en los que aún pudieran ser útiles.

El mercado alivió la transición. Al caer la demanda de trabajo equino, lo mismo sucedió con los precios, en alrededor del 80% entre 1910 y 1950. Esta caída ralentizó el ritmo de la mecanización en la agricultura, pero solo un poco. Incluso a costo menor, fueron pocos los nichos que absorbieron a los animales sin trabajo.
La baja de los precios eventualmente hizo que fuera anti económico mantenerlos para muchos dueños. Los caballos, por decirlo así, dejaron la fuerza laboral, en algunos casos con su venta a fábricas de carne o cemento. A medida que la cantidad de caballos y mulas de tiro en Estados Unidos cayó de alrededor de 21 millones en 1918 a sólo 3 millones aproximadamente en 1960, la declinación se reflejó en la población general de caballos.
Los caballos de hoy no se han quedado por completo sin trabajo. Algunos siguen encontrando empleo; unos pocos son muy valiosos.
Para que la gente tenga mejor destino y retenga más que el empleo reservado para las personas de capacidad excepcional, los humanos deben demostrarse más competitivos con las máquinas inteligentes que lo que se mostraron los caballos respecto del equipo mecánico. Y las sociedades debieran quizás responder con más decisión y cuidado que los dueños de caballos hace un siglo.
THE ECONOMIST/LA NACION