Memoria total: los que nunca olvidan

Memoria total: los que nunca olvidan

Por Linda Rodriguez McRobbie
Cuando le preguntan, Jill Price puede recordar al instante cualquier día en particular de su vida. ¿Qué estaba haciendo el 29 de agosto de 1980? “Era viernes. Fuimos con mis amigas gemelas Nina y Michelle y con su familia a pasar el fin de semana largo a Palm Springs”, dice. “Antes se habían ido a depilar para poder usar bikini y no paraban de gritar.” Jill tenía entonces 14 años y ocho meses. ¿Y cuándo fue la tercera vez que manejó un auto? “Fue el sábado 10 de enero de 1981. Teen Auto. Así se llamaba la escuela de manejo.” Jill tenía 15 años y dos semanas.
Jill Price nació el 30 de diciembre de 1965 en la ciudad de Nueva York. Sus primeros recuerdos nítidos arrancan cuando tenía alrededor de 18 meses. En esa época vivía con sus padres en un departamento frente al Hospital Roosevelt, en Midtown Manhattan. Jill recuerda el ruido de las ambulancias y del tráfico, cómo le gustaba treparse al sofá del living y mirar desde la ventana.
Cuando tenía 5 años y 3 meses, su familia –el padre, un cazatalentos de la agencia William Morris que tenía entre sus clientes a Ray Charles, y la madre, ex bailarina de espectáculos de variedades, más un hermanito– se mudaron al condado de South Orange, en Nueva Jersey.
Cuando Jill tenía 7 años, a su padre le ofrecieron un empleo en Columbia Pictures Television, en Los Ángeles, así que en la primavera de 1974 la familia se mudó a la costa oeste. Para el 1° de julio de 1974, cuando Jill tenía 8 años y medio, ya estaban instalados en una casa alquilada de Los Ángeles. Según Jill, ése fue el día en el que su cerebro “hizo clic”.
Jill fue la primera persona diagnosticada con lo que ahora se conoce como hipertimesia o síndrome hipermnésico, una facultad que comparte con apenas otras 60 personas poseedoras de una “memoria autobiográfica altamente superior”, o HSAM, por su sigla en inglés. Jill puede recordar la mayoría de los días de su vida con la misma claridad con la que el resto de las personas recuerda el pasado más reciente, con una mezcla de grandes rasgos y detalles nítidos.

Ahora Jill tiene 51 años y se acuerda del día de la semana en que cayó cada fecha desde 1980, de lo que estaba haciendo y de dónde y con quién cada uno de esos días. Puede recordar a voluntad algo que ocurrió hace 20 años con la misma facilidad que algo que sucedió hace dos días, pero sus recuerdos también se disparan involuntariamente.
Antes de Jill, la HSAM era una afección totalmente desconocida. ¿Y qué pasó el día que Jill le mandó un mail al doctor James McGaugh, de la Universidad de California en Irvine? Fue el 8 de junio de 2000. Jill tenía 34 años y 5 meses.
McGaugh también recuerda ese día. En ese momento era director del Centro de Neurobiología del Aprendizaje y la Memoria, el instituto de investigación que él mismo había fundado en 1983 dentro de la Universidad de California en Irvine (UCI, por su sigla en inglés). En su mail, Jill le decía que tenía un problema de memoria. McGaugh le respondió casi de inmediato para explicarle que trabajaba en un instituto de investigación y no en una clínica, pero que con mucho gusto le recomendaría algún lugar donde pudieran ayudarla.
La respuesta de Jill fue rápida e inesperada: “Cuando veo una fecha en televisión o en cualquier parte, automáticamente retrocedo hasta ese día y me acuerdo de dónde estaba, de lo que estaba haciendo y de qué día de la semana era. Es imparable, incontrolable y agotador.”
McGaugh desconfiaba un poco, pero le picaba la curiosidad y la invitó a su oficina para conversar.
La mañana del sábado 24 de junio de 2000, Jill se despertó, guardó en un bolso los cuadernos de su diario personal, que llevó durante seis años desde 1981, metió todo en el baúl del auto y partió a conocer a McGaugh. Condujo hacia el Sur durante una hora y se encontró con McGaugh fuera del edificio de investigaciones del campus de la UCI.
El año anterior, a McGaugh le habían regalado para Navidad un enorme libro ilustrado, El siglo XX día por día, con fotos y reseñas breves de las mejores historias de los últimos 100 años. El investigador y su asistente usaron ese libro para poner a prueba la memoria de Jill, formulándole preguntas que alguien que tuviese increíbles poderes mnemónicos seguramente podría recordar, y empezaron por el año 1974, fecha en la que, según Jill, su facultad especial se había manifestado por primera vez.
Sentado frente a Jill, McGaugh le preguntó: “¿Cuándo empezó la crisis de los rehenes en Irán?”.
Después de una pausa breve, ella le respondió: “El 4 de noviembre de 1979”.
“No, no es así”, dijo él. “Fue el 5 de noviembre.” “Fue el 4 de noviembre”, repitió ella. Él consultó otra fuente: tenía razón, el dato equivocado era el del libro.
El resto de las respuestas de Jill fueron igual de rápidas, confiadas y, en su gran mayoría, correctas.
La persistencia del pasado
Hacía décadas que McGaugh estudiaba la memoria y el aprendizaje, y nunca había visto nada igual. McGaugh es una eminencia en investigaciones de la memoria. Su oficina en la UCI está ubicada frente a otro edificio, el McGaugh Hall, nombrado así en su honor. Tiene escritos más de 550 libros y artículos, muchos de ellos sobre su objeto de especialización: cómo formamos recuerdos a largo plazo.
McGaugh, que ahora tiene 85 años y está a punto de retirarse, empezó a estudiar la memoria en la década de 1950. Para cuando Jill se puso en contacto con él, su investigación se centraba en demostrar que cuanto más emocionalmente provocativa es una experiencia, más probable es que los sistemas neurobiológicos involucrados en crear recuerdos se aseguren de retenerla. Todo lo que sucede, por ligeramente estimulante, positivo o negativo que sea, provoca la liberación de las hormonas de estrés de las glándulas suprarrenales, que a su vez activan la amígdala del cerebro. A continuación, la amígdala envía a otras regiones del cerebro la señal de que el suceso que acaba de ocurrir es importante y es necesario que se lo recuerde. Según explica McGaugh, ése es el sistema que controla la potencia de nuestra memoria.
McGaugh dedicó su carrera profesional al estudio de los recuerdos persistentes, y los de Jill parecían ser los más persistentes que jamás hubiera encontrado. Los primeros trabajos de McGaugh ya habían cambiado nuestra forma de comprender los mecanismos de la memoria, y su interés por Jill Price iba mucho más allá de entender su capacidad extraordinaria para recordar: McGaugh esperaba que lo excepcional de su condición pudiera enseñarnos algo nuevo acerca de cómo se forman y almacenan los recuerdos.
Después de su primer encuentro con Jill, McGaugh formó un equipo para determinar la amplitud y el alcance de su memoria. La neuropsicóloga Elizabeth Parker fue la encargada de mapear la habilidad de Jill para aprender y recordar, y el neurobiólogo Larry Cahill colaboró en el análisis de los resultados. Durante los cinco años siguientes, Jill fue sometida a pruebas estandarizadas de memoria, coeficiente intelectual y aprendizaje, así como a otra serie de tests específicamente diseñados para ella.
Con el tiempo, quedó claro que el poten- cial de la memoria autobiográfica de Jill no tenía precedente. Pero cuando se trataba de recordar detalles que no estaban relacionados con ella en lo personal, no parecía ser más memoriosa que el promedio de la gente. Se acordaba de la fecha de inicio de la crisis de los rehenes en Irán porque, siendo una “adicta a las noticias” asumida, incorporó ese dato a su relato personal del día en que ocurrió. Jill cuenta que para ella la escuela fue una “tortura” –no podía recordar datos ni cifras–, pero que por el contrario era increíblemente buena para las trivias sobre televisión de las décadas de 1960 y 1970, sus años de nostalgia. Los demás detalles, si no se relacionaban con ella o con alguno de sus intereses, los olvidaba. La memoria de Jill es tan selectiva como la de cualquier otra persona, y conserva las cosas que considera importantes, sólo que ella es un prodigio a la hora de retener y recuperar esos recuerdos.
Hasta entonces, la literatura científica sobre las formas superiores de memoria era por demás escasa, y nada había sobre una memoria como la de Jill Price. Los textos existentes se referían más bien a personas que tenían la capacidad de memorizar el número pi con hasta 22.514 decimales, o de recordar el orden de un mazo de cartas mezclado al azar.
El consenso científico sobre estas facultades era que se trataba del resultado de habilidades adquiridas y de la práctica: había más de estrategia que de capacidad innata. Los demás sujetos que podían nombrar el día de la semana para cualquier fecha dada podían hacerlo también con fechas fuera de su línea de tiempo personal, y casi siempre eran autistas.
El 13 de agosto de 2003, tres años después de la llegada de Jill a la UCI, el equipo formado por los doctores McGaugh, Parker y Cahill presentó ante la comunidad médica de la universidad los primeros resultados de su investigación sobre la memoria de Jill Price. Dos años después, los científicos de la UCI le pidieron a Jill que leyera un borrador del artículo que habían escrito acerca de ella antes de enviarlo. En él, la describían a la vez como “guardiana y prisionera” de sus recuerdos.
El informe “Un caso inusual del recuerdo autobiográfico” fue publicado por la revista de neuropsicología Neurocase en febrero de 2006. “Cometimos el error de llamarla hipertimesia –del griego thymesis, «recuerdo»–, y la verdad es que fue una pésima idea, porque llamándola así suena como si uno supiera qué es”, admite el doctor McGaugh. La verdad es que con Jill lo único que tenían era un punto de datos, un montón de descripciones y una comprensión nada clara de los mecanismos que operaban detrás de su memoria. Pero lo que no sabían era que iban aparecer más personas como ella.
Jill recuerda el 12 de marzo de 2006 como un día muy importante. “Fue el último día en que fui dueña de mi vida”, relata. A la ma-
Los expertos en la memoria aseguran que nuestros recuerdos son lo que nos define: somos nuestros recuerdos
La mayoría de los sujetos con HSAM son capaces de clasificar los recuerdos cronológicamente o por categorías
apenas seis casos de lo que redefinieron como “memoria autobiográfica altamente superior”, o HSAM (según el doctor McGaugh, “hipertimesia sonaba a enfermedad venérea”). Fue entonces cuando llamaron del programa de noticias 60 minutos.
En agosto de 2010, 60 minutos entrevistó a Bob Petrella, Brad Williams, Rick Baron, Louise Owen y a la actriz Marilu Henner para un especial titulado “Memoria infinita”. (Jill no participó, pues para ese entonces ya estaba molesta con su perfil mediático y sus apariciones en la televisión; se sentía reducida a una mera atracción pública y no había conocido a nadie en su misma situación.)
El programa salió al aire el 19 de diciembre de 2010 y lo vieron casi 19 millones de personas.
Al terminar la transmisión, “encendí mi computadora y tenía más de 600 mails”, recuerda el doctor McGaugh, que se pasó la semana entre Navidad y Año Nuevo respondiéndolos.
Para contar con personal que atendiera las llamadas, McGaugh reclutó a estudiantes de grado y de posgrado, que usaban el cuestionario de eventos públicos para filtrar a las personas que llamaban. La mayoría eran rechazadas, pero a un pequeño grupo de potenciales casos se los invitó a la UCI para realizarles más pruebas.
Para hacerse una idea de lo rara que era la ñana siguiente, la primera nota periodística sobre el descubrimiento de la hipertimesia apareció en el Orange County Register. Para esa misma tarde, otros cinco medios de difusión ya se habían puesto en contacto con la asistente del doctor McGaugh para entrevistar a Jill Price.
Divulgación y mediatización
Casi de inmediato, en la oficina de McGaugh empezaron a llover mails de gente que creía tener la misma facultad o que conocía a alguien que la tenía.
La segunda persona en la que pudo verificarse el síndrome fue Brad Williams, un locutor de Wisconsin. La tercera, Rick Baron, cuya hermana había leído informes acerca del tema en Internet.
La cuarta fue Bob Petrella, un comediante devenido escritor y productor de reality shows de TV, como The Deadliest Catch. Petrella sabía desde la adolescencia que su memoria era distinta de la de los demás. Se unió al equipo de la UCI después de que un amigo le sugirió que estudiara los aspectos científicos de su particular memoria. Lo derivaron a Elizabeth Parker, la neuropsicóloga que era coautora del artículo original sobre la hipertimesia. Se encontraron varias veces. Y después de testearlo, Parker lo confirmó: Petrella tenía la misma condición, y lo envió a McGaugh para continuar con los estudios.
Para 2010, los científicos habían confirmado HSAM en 2011, hay que pensar que incluso después de que millones de personas oyeron hablar del síndrome, los investigadores apenas habían identificado a 22 pacientes con esa condición.
En mayo de 2012, la revista Neurobiology of Learning and Memory publicó un seguimiento de una estudiante del posgrado en Neurociencias de la UCI, Aurora LePort, y del doctor Craig Stark, neurobiólogo que llegaría a ser director del Centro de Neurobiología del Aprendizaje y la Memoria de la misma universidad. Casi 12 años después del primer encuentro de Jill Price con el doctor McGaugh, los investigadores recién estaban acercándose a la respuesta que buscaban.
A fin de hacerse una idea de la dinámica del HSAM, los científicos primero necesitaban entender qué era y qué no era ese síndrome. El artículo de LePort, el segundo publicado sobre el tema, logró brindar algunas claves sobre por qué quienes padecen el síndrome pueden hacer lo que hacen.
La mayoría de los sujetos con HSAM, por ejemplo, manifestaron sistemas mentales que parecen mejorar la recuperación de recuerdos, clasificándolos cronológicamente o por categorías. Al parecer, esa estructura tipo “base de datos” los ayuda a organizar los recuerdos, como si los etiquetaran para facilitar una posterior consulta.
Los científicos también notaron que la mayor parte de los sujetos con HSAM presentaban comportamientos obsesivos. Rick Baron solía guardar todos los billetes en orden alfabético según el nombre de la ciudad del Banco de la Reserva Federal que los había emitido. Jill Price tenía un depósito atestado con una colección prolijamente organizada de objetos personales de los que no podía desprenderse. Bob Petrella limpiaba los alimentos con una toallita antibacteriana en cuanto volvía de hacer las compras.
También había diferencias neurofísicas entre los sujetos con HSAM y la gente con una memoria convencional. Al examinar las imágenes cerebrales podía observarse que los sujetos con HSAM presentaban diferencias estructurales en las zonas del cerebro asociadas a la creación de recuerdos autobiográficos: por ejemplo, incrementos en las circunvoluciones del hipocampo, un área que algunos estudios demuestran que está implicada en la evocación de los recuerdos afectivos.
Pero ninguno de estos hallazgos explica qué es lo que permite que las personas con HSAM recuerden tanto. Después de todo, correlación y causalidad no son la misma cosa.
La evidencia sugiere que lo que las personas con HSAM hacen distinto del resto de nosotros ocurre en alguna parte entre la codificación de un recuerdo y su recuperación: ese espacio donde se consolidan los recuerdos a largo plazo.
Falta de financiación
Probar estas hipótesis es bastante sencillo: basta someter a las personas con HSAM y a otras con memoria convencional a estudios de resonancia magnética funcional y pedirles que evoquen recuerdos de una semana atrás, el rango de tiempo en el que ambos grupos funcionan más o menos al mismo nivel. “¿Recuperamos los recuerdos y los rememoramos de diferente manera?”, se pregunta Stark. Esa investigación, sin embargo, no se está llevando adelante, en parte por falta de financiación. La HSAM es fascinante, pero financiar a la ciencia por amor a la ciencia hoy no está precisamente de moda. Antes de asignar fondos, las instituciones que otorgan subvenciones quieren saber de qué podría servirnos estudiar esta condición.
Jill Price y Bob Petrella dicen tener la esperanza de que el estudio de su caso sea un aporte para encontrar la cura del que según las encuestas es el mayor temor de los norteamericanos y los británicos: la demencia.
Pero todavía no está claro si la HSAM resultará ser una llave para abrir los misterios insondables del funcionamiento de la memoria o si terminará siendo nada más que una rareza fascinante.
Los expertos en la memoria aseguran que nuestros recuerdos son lo que nos define: somos nuestros recuerdos. Hay una razón por la cual la gente le tiene más miedo a la demencia que al cáncer. Cuando muere alguien que uno ama, se teme que llegue el día en que se olvide de cómo reía o el sonido de su voz, porque llegará. Duele pensar en todas las cosas maravillosas, aterradoras, importantes, horribles y devastadoras que olvidamos. Pero la gente con HSAM recuerda todo. Así que más allá del misterio científico hay otro tipo de pregunta diferente: ¿quién quiere acordarse de todo?
En mi primera entrevista con McGaugh, me dijo que la verdadera pregunta que enfrentan en la UCI no es por qué recuerdan los que padecen de HSAM, sino por qué los demás olvidamos.
“La conclusión general de todo esto es que las personas con HSAM tienen problemas para olvidar”, señala. Y lo que hacen los humanos es olvidar, muchas veces por necesidad. El personaje del cuento de Jorge Luis Borges “Funes, el memorioso”, que a causa de un accidente adquiere una memoria absoluta, ya no duerme jamás, porque miles de recuerdos triviales lo mantienen despierto, zumbándole al oído como un mosquito.
“Esa particular mezcla de recuerdo y olvido es la quilla sobre la que está construido nuestro barco mental”, escribió William James, uno de los fundadores de la psicología moderna. “Si recordásemos todo –agrega James– estaríamos tan enfermos como si no recordásemos nada.”
THE GUARDIAN/LA NACION