24 May Juegos inclusivos: preocupan el mal uso y el poco mantenimiento
Por Evangelina Himitian
María Raimondi y sus dos hijas volvieron a la plaza Castelli, en Belgrano, después de varios meses cerrada por refacciones. El lugar estrenaba una hamaca apta para chicos en silla de ruedas; el suelo de goma reemplazaba el arenero. Santiago, de siete años, se subió junto a otros chicos al nuevo juego. Pero el mecanismo que traba la rampa se abrió y varios menores cayeron al suelo. “Entonces me di cuenta de que no era un barco pirata, como creíamos todos”, sintetiza Raimondi.
El mal uso y la falta de señalización o de mantenimiento convirtieron los juegos inclusivos colocados en plazas porteñas en un problema
Hace pocos días, el paseo a la plaza de Romina De Seta y sus dos hijos también terminó en accidente. Fueron a la plaza de Boyacá y Juan B. Justo, en Flores, y Thiago, el menor, se subió a la calesita; cuando quiso bajar en movimiento, como suelen hacer muchos chicos, cayó y su cabeza pegó contra una de las barras que sirven para sostener las sillas de ruedas. “Fue sólo un golpe, pero ahí caí en la cuenta de lo peligroso que es ese juego, al que los chicos suben y bajan en movimiento. Además tiene todo alrededor de la calesita un agujero, porque al girar se va gastando el suelo de goma y allí entra un pie”, comenta la mujer.
Pese a lo ventajoso del cambio por juegos modernos e integradores, la preocupación se extiende entre los padres. Aunque quienes tienen hijos con necesidades especiales viven la otra cara de la nueva generación de juegos. Por ejemplo, la mamá de María Sofía Castillo; para la pequeña de nueve años significó la posibilidad de conocer qué es hamacarse. De subirse por primera vez a una calesita. De que la silla de ruedas no se trabe en la arena. De vivir la plaza como todos los chicos del barrio, en parque Centenario. “A ella le encanta ir a la plaza. Lo disfruta mucho”, dice Mara, la mamá. Pero reconoce que esos mismos juegos “no son tan seguros para los otros nenes”.
Desde el Ministerio de Ambiente y Espacio Público de la ciudad explican que las plazas porteñas están siendo remodeladas gradualmente para que sean ambientes seguros y que permitan que muchos chicos que antes no accedían a los juegos puedan hacerlo. La instalación de equipamiento integrador, un reclamo de larga data de los padres de menores con problemas motrices, comenzó en 2009 y ya alcanzó gran cantidad de espacios verdes, como el parque Lezama, la plaza del Congreso, el parque Centenario y el parque Chacabuco, entre muchos más. Fue un avance incuestionable.
Pero la desvirtuación en su uso no tardó en llegar. Tampoco las deficiencias en el mantenimiento, como ocurrió con los juegos que funcionan en Figueroa Alcorta y Scalabrini Ortiz, que después de permanecer rotos por varios meses, hace poco empezaron a ser reparados.
Voceros del Ministerio de Ambiente y Espacio Público porteño admiten: “Es real que algunas personas hacen un mal uso de los juegos inclusivos, a pesar de la cartelería que indica lo contrario. Los guardianes de plaza también se encargan de indicar a las personas cuando están haciendo un uso inapropiado de los juegos”. En cambio, no contestaron las preguntas que remitió LA NACIÓN sobre si aumentaron los accidentes en plazas, si se incrementó la frecuencia de rotura de los juegos a causa del mal uso y con qué frecuencia se realizan reposiciones y mantenimiento.
Desde Playtime, una de las empresas proveedoras de estos juegos en la ciudad, se explica que el problema no radica en los equipos en sí, sino en el mal uso que se hace de ellos o la falta de mantenimiento adecuado, en algunos casos. “Los accidentes más frecuentes van desde golpes o magullones hasta heridas de gravedad”, explica Axel Roos, gerente de ventas de la firma, que desde hace diez años investiga y fabrica juegos inclusivos. “Comenzamos cuando un hospital porteño nos contrató para diseñar juegos a los que pudieran acceder chicos en silla de ruedas o que contemplaran otras necesidades de sus pacientes. Hicimos un estudio específico y diseñamos las primeras plazas inclusivas”, recuerda.
Muchas veces, dice Roos, la falta de conocimiento sobre la función específica del juego hace que se convierta en peligro. “Existen juegos de diseño universal, en los que todos los niños con capacidades plenas y sin ellas pueden acceder y disfrutar. Como las rampas, los toboganes con accesos especiales y barandas. También las zonas musicales, tubos secretos que son comunicadores con bocinas, entre otros. Pero también hay otros que son específicos para niños en sillas de ruedas, como las hamacas especiales. A estos juegos hay que rodearlos con cercas e instalar cartelería sobre su uso correcto”, advierte Roos.
Inquietud
Pablo Ybalo, ingeniero en Sistemas y papá de Tomás, de siete años, es habitué de plazas porteñas. Coincide en que se ha topado con juegos que le resultaron peligrosos. “Hace poco, yo mismo casi ocasiono un accidente. Estaba haciendo girar la calesita y un chico se apoyó en una de las barandas y se quedó allí trabajo. Por suerte, no se lastimó, pero me sentí muy mal. De todas formas, el hecho de que los puedan usar chicos con discapacidad favorece a la integración. Hace que todos se sientan en igualdad de condiciones a la hora de ir a la plaza”, dice Ybalo.
Algo similar les ocurrió a los mellizos Isabella y Paulo, hijos de Karina, hace unos días cuando concurrieron a la plaza de Mercedes y Camarones, en Villa del Parque. Una nena que jugaba con ellos se cayó mientras jugaba en la calesita de la plaza y, por ese agujero que hay entre el suelo de goma y el juego, se le metió el brazo. Como no lo podía sacar, tuvieron que concurrir los bomberos para liberarla.
Los relatos de padres cuyos hijos se accidentaron recientemente en plazas que fueron refaccionadas se reiteran en los grupos de WhatsApp. La calesita y la hamaca inclusivas parecen ser los juegos más críticos: la primera, porque tiene barras metálicas que parecen guillotinas para sostener las sillas de rueda, contra las que se cortaron la cabeza muchos chicos. También se mencionan como factores inseguros las barras móviles y otras fijas que tiene la calesita para hacerla girar. Además, se conversa sobre el hecho de que el piso de goma se va gastando por la fricción y deja un espacio entre el juego y el suelo, en el que no en pocas ocasiones se traban los pies de quienes juegan. Otra preocupación es la hamaca que se confunde con un barco pirata: que tenga un portón que se abre y se cierra provoca temor. También que el vaivén ocurra muy cerca del suelo. Y los filosos dientes que permiten trabar la silla de ruedas a bordo.
Mora, de cinco años y medio, es hija de María Eugenia, una psicopedagoga. Viven en Belgrano y hace dos meses volvieron a la plaza Castelli, junto con otras madres del colegio. La mayoría de los chicos jugaba a bordo de la hamaca inclusiva, sin que nadie advirtiera que se trataba de una maniobra arriesgada. “Eran unos diez. Las mamás chequeamos que resistiera el peso. No parecía un peligro. Pero mi hija, para mantener el equilibrio sacó la manito y por la fricción terminó debajo de la hamaca. Se hizo una quemadura de segundo grado -contó-. Nosotros promovemos la existencia de estos espacios para todos, pero lo importantes es que funcionen sin poner en riesgo a nadie.”
LA NACION