Jaque mate: Kasparov se rinde ante la inteligencia artificial

Jaque mate: Kasparov se rinde ante la inteligencia artificial

Por Matthew Garrahan
En los próximos años, cada vez más personas no dormirán a la noche preocupadas por lo que sucederá cuando el avance de las máquinas convierta su experiencia en obsoleta. ¿Qué significará eso para sus empleos, su autoestima y su sentido de la humanidad?
Pocas personas han experimentado ese proceso tan pública y dolorosamente como Garry Kasparov, uno de los mejores jugadores en la historia de ajedrez, quien enarboló “la bandera de la humanidad” en sus épicos enfrentamientos con computadoras especializadas en ajedrez. En 1997, el programa de computadora Deep Blue, desarrollado por IBM, le infligió a Kasparov una ajustada pero psicológicamente aplastante derrota bajo los reflectores de la atención mundial. Fue la primera vez que una computadora ganaba una serie de partidas contra el campeón mundial imperante de un juego que durante siglos ha sido la piedra angular de la inteligencia humana.
La cruda emoción de ese encuentro en Nueva York emana de las páginas de la apasionante historia de Kasparov, la cual él relata por completo por primera vez en Deep Thinking. Cuando escribe sobre su derrota, es casi como si describiera una muerte. Durante el match mismo, Kasparov parece haber pasado a través de al menos cuatro etapas del modelo de duelo de Kübler-Ross, pasando rápidamente de la negación a la ira, y de ahí a la negociación y a la depresión. Este libro, escrito casi 20 años después del match, refleja cómo Kasparov lidió finalmente con la quinta etapa de duelo: la aceptación. Lo que es sorprendente, y tranquilizador, es que lejos de arremeter contra la máquina, Kasparov se maravilla de las capacidades de las computadoras y se entusiasma con las posibilidades de colaboración en el futuro.
Quien haya enfrentado a Kasparov frente a un tablero de ajedrez sabrá lo dominante y brutal que él era en sus mejores momentos. Eso es algo que yo personalmente comprendo tras haberlo enfrentado una vez -junto con otros veintitantos jugadores- en un match simultáneo de exhibición en Moscú. Como era de esperar, quedé en segundo lugar. Pero lo que más recuerdo fue la sensación de poder y amenaza que Kasparov irradiaba mientras se paseaba por la habitación despachando a sus oponentes.
De los más de 2.400 partidas serias que Kasparov jugó desde los 12 años de edad, perdió tan sólo 170. En sus 15 años de reinado como campeón mundial, de 1985 a 2000, dominó el juego como pocos. Por supuesto, Deep Blue no se sentía intimidada en lo absoluto por la personalidad beligerante de Kasparov ni su impresionante récord. De hecho, mientras más ganaba Kasparov, más datos generaba que contribuirían a su derrota. Habiendo perdido una vez antes contra Kasparov, el equipo de IBM estaba decidido a probar la superioridad de su tecnología y trató de obtener cualquier ventaja sobre su rival. Kasparov ya ha escrito algunos libros buenos sobre ajedrez, analizando las mejores partidas de anteriores campeones del mundo en su serie Mis Geniales Predecesores (2003-2006) y también reflexiona sobre estrategias de la vida real en Cómo la Vida Imita al Ajedrez (2007). Pero su último libro, coescrito con Mig Greengard, a veces parece un vertiginoso thriller psicológico.
Kasparov comenzó bien el match, ganando fácilmente la primera partida. Pero una jugada sorpresiva de Deep Blue en la segunda partida desconcentró a Kasparov y cometió la “peor metida de pata de [su] carrera” al rendirse cuando pudo haber obligado un empate. Al no poder procesar esa derrota, Kasparov acusó al equipo de IBM de hacer trampa, una acusación por la que pide disculpas en este libro.
Posteriormente se produjeron tres agotadoras tablas en las cuales Kasparov se apartó de su estilo normal de juego y recurrió a una estrategia anticomputadoras. El ganador en el ajedrez es a menudo el que comete el penúltimo error. Deep Blue probó ser un enemigo despiadado e irritantemente preciso, anulando los geniales ataques de Kasparov y truncando su fortaleza mental. En la última y emocionante partida, Deep Blue realizó un devastador sacrificio del caballo y Kasparov se derrumbó en una hora.
Aunque Kasparov alaba el logro del equipo de computación, acusa a IBM de algunas tácticas deshonestas. Rehusarse a entregar los registros de juegos anteriores de Deep Blue, reprogramar la computadora después de que ésta falló en medio de una partida, y contratar un guardia de habla rusa, supuestamente para espiar las conversaciones de Kasparov, fueron factores que enfurecieron al irascible ruso.
En la conferencia de prensa posterior al match, el deshecho Kasparov prometió destrozar a Deep Blue en la revancha. Pero como le había dado un enorme impulso a sus relaciones públicas y como su valor de mercado había aumentado en u$s 11.400 millones, IBM decidió terminar el experimento y desmantelar Deep Blue. “Es como ir a la luna y regresar a casa sin mirar alrededor”, escribió un comentarista de ajedrez.
Los amantes del ajedrez quedarán absortos con el relato de Kasparov, pero el libro merece un grupo de lectores más amplio. Los capítulos finales contienen una de las explicaciones más razonadas de cómo la humanidad puede beneficiarse si colabora con sus creaciones informáticas. A pesar de su inferioridad ante las máquinas, los seres humanos han seguido jugando ajedrez por placer. Además, los programas de ajedrez han contribuido a acelerar el desarrollo de muchos jóvenes jugadores y han abierto nuevas perspectivas sobre el juego.
Kasparov describe cómo percibió una especie de inteligencia inhumana que emanaba de Deep Blue, pero distingue perspicazmente entre las diferentes formas de inteligencia. “Deep Blue era inteligente de la misma forma en que son inteligentes nuestros relojes con alarma programable”, escribió. “No es que perder ante un despertador de 10 millones de dólares me haya hecho sentir mejor”.
Desde su retiro del ajedrez, Kasparov le ha dedicado mucho tiempo a hablar con informáticos y expertos en inteligencia artificial. Él cree firmemente en la denominada paradoja de Moravec, la cual afirma que las computadoras hacen bien lo que los seres humanos hacen mal y viceversa, sugiriendo una útil complementariedad.
Kasparov sostiene que los seres humanos son a menudo falibles, y encuentran patrones en la aleatoriedad y correlaciones donde no existe ninguna. Los equipos pueden ayudarnos a ser más objetivos y ampliar nuestra inteligencia. El avance tecnológico nunca podrá ser detenido, aunque debería estar mejor administrado, afirma. Lamentarse por los empleos perdidos ante la tecnología no es mucho mejor que quejarse de que los antibióticos les quitan trabajo a los sepultureros.
Justo como en el entrenamiento de ajedrez, la autodisciplina en la educación y la honestidad brutal sobre nuestras debilidades nos pueden ayudar a prepararnos mejor para el mundo del futuro. Pero el ingrediente indispensable para el éxito será diseñar los procesos que utilizamos para manejar computadoras, y sólo los seres humanos pueden hacer eso. Para esto, él ha desarrollado una fórmula que se ha denominado “Ley de Kasparov”: humano débil + máquina + mejor proceso es superior a humano fuerte + máquina + proceso inferior.
“Sigo siendo optimista, aunque sea sólo porque nunca he encontrado mucha ventaja en las alternativas”, escribe.
EL CRONISTA