22 May Cómo se lucra con la enfermedad por Internet
Por Rachel Monroe
El 13 de mayo de 2012, los amigos de Dana Dirr, una cirujana de 35 años de la provincia canadiense de saskatchewan, recibieron un alarmante mensaje por Facebook: “Cadena de oración urgente”. Era un post de su padre para informar a los amigos de Dana que su hija estaba luchando por su vida tras haber sufrido un accidente de autos. según el post, Dana había sido trasladada en avión al mismo centro de traumatología donde trabajaba como cirujana. De hecho, esa noche Dana debía estar de guardia. “Dana está embarazada de 35 semanas. ¡Por favor recen por ella y por su bebe!”, imploraba su padre en el mensaje.
En pocas horas, cientos de personas ya habían compartido el post sobre el accidente de Dana, y cientos más habían dejado comentarios de apoyo. Y mientras Dana luchaba por su vida, sus familiares seguían publicando actualizaciones de su caso en Facebook. Para la familia Dirr, no era algo nuevo publicar detalles minuciosos sobre su vida en Internet. El esposo de Dana, un ex punk llamado Js, era un miembro activo de las comunidades online desde hacía más de una década y ya tenía cientos de amigos exclusivamente virtuales (y también al menos una amante). En 2010, Dana y Js incluso se habían convertido en pequeñas celebridades de Internet cuando empezaron a compartir la historia de su hijo de siete años, Eli, que atravesaba su cuarta lucha contra el cáncer. Cosecharon primero cientos y luego miles de seguidores que lo llamaban “Guerrero Eli”.
Los amigos siguieron visitando la página de Facebook de los Dirr durante todo el día, a la espera de novedades. A última hora de la noche, Js anunció que la beba, Evelyn, había nacido en perfecto estado de salud a las 23.11. Poco después, a las 0.02, Dana falleció. Para Js, fue un gesto final de valentía de su esposa: “no hubiese querido que todos los años el cumpleaños de Evie se viese ensombrecido por el recuerdo de su muerte”, escribió Js. “Esperó hasta dos minutos después de la medianoche del Día de la Madre para dejarnos.”
Los amigos y los seguidores de la familia propusieron abrir un fondo de donaciones para ayudar económicamente a los Dirr durante ese trance, pero Js se opuso al decir que el sistema de salud de Canadá cubriría las cuentas médicas. Pero pidió que se hicieran donaciones a la fundación de lucha contra el cáncer infantil Alex’s Lemonade stand.
Saga sospechosa
Desde su acogedora casa de los suburbios de Chicago, Taryn Wright siguió los avatares de la dramática saga de la muerte de Dana en tiempo real. Wright tenía entonces poco más de 30 años y vivía con sus padres, ya que estaba prácticamente inmovilizada tras una importante operación de cadera.
Cuando Wright se topó con la ampulosamente trágica historia de Dana Dirr, se dio cuenta de inmediato de que algo no cerraba. La dramática muerte de Dana y el nacimiento de su beba, nada menos que el Día de la Madre en Canadá, no aparecían en ningún medio de prensa. Y cuanto más indagaba Wright en la saga completa de los Dirr –una década de comentarios en blogs, páginas de Myspace y Facebook, y álbumes de fotos online–, más falso le sonaba todo.
Wright copió algunas de los cientos de fotos familiares que los Dirr habían hecho públicas en Internet y realizó una búsqueda inversa de imágenes, que permite que el usuario vea en qué otros sitios de Internet aparece publicada determinada foto. Fue entonces cuando Wright descubrió que las fotos habían sido levantadas del blog de un sudafricano. Es más: supuestamente Dana Dirr era cirujana especializada en traumatismos, pero su nombre no figuraba en el plantel online de los hospitales.
Wright estaba cada vez más convencida de que Dana Dirr no existía. El descubrimiento la enfurecía y la animaba a la vez: su primer instinto fue informales del engaño a todos aquellos cuyas fotos habían sido robadas, pero en vez de escribirle un mail a cada uno decidió abrir un blog para hacer públicas sus sospechas, y le puso el nombre de Warrior Eli Hoax Group (“Grupo del Fraude del Guerrero Eli”).
La dirección de Internet del blog circuló por Facebook y pocas horas después ya había un nutrido grupo de escépticos que debatían en el foro del blog y posteaban sus propios hallazgos. Algunos eran amigos por Facebook de la familia Dirr y para ellos fue un shock enterarse de que los habían timado. otros eran voluntarios muy activos en la lucha contra el cáncer infantil, indignados por el engaño. Y había otros, como Taryn Wright, que sin tener relación alguna con los Dirr, se habían interesado por las curiosas circunstancias del hecho.
Tras llegar a la conclusión de que Dana Dirr probablemente nunca había existido, Wright empezó a revisar la lista de amigos de los Dirr en Facebook. “Cuando googleaba sus nombres, no aparecían en ningún lado”, recuerda Wright. “Y cuando revisé las fotos de sus páginas de Facebook, descubrí que también eran robadas.” no sólo Dana Dirr no existía: tampoco su esposo ni su hijo enfermo.
A Wright siempre la obsesionaron las historias de asesinos seriales, mitómanos seriales y líderes de sectas. Había seguido al detalle la retorcida historia de varias mujeres que habían sido atrapadas por crear complejos personajes virtuales falsos en los albores de Internet. Y ahora Wright se veía en la excitante situación de ser ella misma la detective que descubría un fraude.
“Al principio parecía como un enorme rompecabezas ”, confiesa Wright. Para facilitar su investigación, también abrió un grupo en Facebook, y en menos de una hora ya había cien personas dispuestas a ayudarla a tamizar las pistas dejadas en Internet. su blog recibió 100.000 visitas en menos de un día: ése fue el primer indicio de que Wright había encendido la mecha de algo que podía excederla por completo.
Münchausen versión Web
En 1951, el endocrinólogo británico richard Asher identificó una clase de pacientes que presentaban síntomas terribles y contaban historias fantásticas de enfermedades y dolencias. Cuando empezaban a agotarse la credulidad y la empatía de los miembros de la comunidad donde vivían, esos pacientes simplemente cambiaban de zona y empezaban a frecuentar a un nuevo grupo de médicos, enfermeras y vecinos. Asher lo denominó síndrome de Münchausen.
Hace unos años, tras notar el aumento de conductas similares en Internet, el doctor Marc Feldman, profesor de psiquiatría clínica de la Universidad de Alabama, acuñó la definición “Münchausen por Internet” para describir a quienes difundían relatos de enfermedades falsas en la Web. “Lo que busca la mayoría de estos impostores es la atención y la empatía de los demás”, señala Feldman. “Es un apetito que no pueden calmar de otra manera.”
En mayo de 2012, Wright posteó decenas de comentarios sobre la familia Dirr en su blog. La supuesta foto de la panza de embarazada de Dana Dirr resultó ser de una mujer de nueva York, y había posteos de blog de más de diez años de antigüedad sobre el trágico asesinato del (ficticio) hermano mellizo de Js. Wright agregaba información y las visitas a su blog crecían, hasta que se encontró en el centro de un extraño y fervoroso grupo de detectives aficionados online. Los cien seguidores de hierro del grupo de Facebook facilitaron las pesquisas del caso Dirr: mientras uno aportaba sus conocimientos sobre alguna rara forma de cáncer infantil, otro se ofrecía a rastrear direcciones de IP.
Y no tardaron mucho en identificar a quien estaba detrás del drama de los Dirr. Varios de los que habían apoyado a la familia habían recibido paquetes con brazaletes plásticos con un mensaje de apoyo a la causa del “Guerrero Eli”, y esos paquetes habían sido enviados y pagados por Emily, la supuesta hermana de Js. A diferencia de otros miembros de la familia, Emily Dirr sí existía en las redes: era una estudiante de medicina de ohio. Wright estaba convencida de contar con suficiente evidencia para exponer a Emily públicamente, pero antes quería hablar con la embaucadora.
Durante una conversación que Wright recuerda como “surrealista”, Emily admitió en tono monocorde haber inventado toda la saga. La historia había empezado en 2004 como una diversión, una suerte de fanfiction sobre un grupo de personajes inventados por ella.
“Todo esto arrancó hace 11 años, cuando era una nena aburrida de 11 años que necesi- taba escapar del sufrimiento y el descalabro que se vivía en mi familia”, escribió luego Emily Dirr en una disculpa pública posteada en el blog de Wright. “Al principio era casi como escribir una novela, pero cuanto más tiempo pasaba en ese lugar de escape, más real se hacía. Pido perdón por el sufrimiento que les causé a muchas familias y personas reales de todas partes.”
Estatus de privilegio
Para algunas personas, el cáncer ha adquirido un extraño atractivo. Los protagonistas de la exitosa novela adolescente de John Greene Bajo la misma estrella son unos jóvenes con diagnóstico terminal que enfrentan su destino con una mezcla de humor y profunda reflexión. Las redes sociales incluso han convertido en celebridades a algunas víctimas de cáncer. Desde los albores de Internet, los enfermos y sus familias han compartido sus historias de vida en la Web como una manera de combatir el aislamiento asociado con la enfermedad. Hay cientos de esas páginas en Internet, en su mayoría genuinas, y casi todas en Facebook. Muchas de esas páginas nacieron como una forma de mantener al tanto de las novedades de algún enfermo a sus amigos, familiares y colegas de trabajo, pero al poco tiempo también empezaron a recibir adhesiones de desconocidos. El blog más popular sobre el cáncer tiene decenas de miles de seguidores.
Esa atención que llama la enfermedad ha alentado a personas deseosas de acceder a ese estatus de privilegio que tienen los enfermos: la solidaridad, por no decir el sufrimiento real, que despierta “la valiente lucha” de los pacientes con cáncer real. “La imagen heroica de los sobrevivientes del cáncer es un atractivo cada vez más fuerte para las personas que padecen de trastorno facticio”, dice Marc Feldman en su libro académico Playing Sick (“Jugar al enfermo”).
Para el verano de 2012, la casilla de mails de Wright rebosaba de mensajes sobre potenciales embaucadores, así que empezó a compartir la información con su grupo de Facebook, que se puso de inmediato a investigar.
Con el correr de los meses, el grupo fue refinando sus armas detectivescas. Investigaron a un jinete de rodeo con leucemia, a un enfermo terminal de 21 años, a una adolescente amnésica sometida a “quimiotera-
pia extrema”: todos resultaron ser un fraude. Algunos de los farsantes se escondían detrás de nombres falsos y fotos robadas, mientras que otros escribían con su nombre verdadero y parecían estar fingiendo tener cáncer también en la vida real.
Algunos de los embustes eran amplios y muy sofisticados: los farsantes se afeitaban la cabeza y compraban equipamiento médico en Internet para sacarse selfies desde un supuesto hospital. Muchos de ellos habían logrado engañar a muchísimas personas. Uno incluso había sido votado como “paciente del año” por la Sociedad de Leucemia y Linfoma de Estados Unidos, y otro había usado sitios web de financiamiento colectivo para embolsar miles de dólares.
Sentimientos encontrados
En enero de 2013, Taryn Wright invitó a una veintena de amigos y familiares a una fiesta en su casa. Los invitó para mirar juntos un episodio del programa de noticias 20/20 sobre embaucadores online en el que se hablaba del caso Dirr y se entrevistaba a Wright, en su primera aparición en televisión. Después de que pasaron el segmento con su entrevista, Wright se sintió aliviada: había salido bien. Pero a continuación el programa exhibió algo que Wright no se esperaba: imágenes tomadas con cámara oculta de la farsante Emily Dirr caminando por la calle. Se la veía desaliñada y exhausta. Los amigos y familiares de Wright se reían a carcajadas de su estado.
Pero Wright se sintió mal por ella. “Pensé que probablemente estaba tratando de juntar los pedazos de su vida”, dice Wright. “Y de pronto, está en Canal 7 un viernes por la noche en horario central, y hay medio mundo riéndose de ella. ¿Y si fuese yo?”
A partir de entonces, Wright se empezó a sentir cada vez peor por la responsabilidad que estaba asumiendo al meterse en la vida de la gente. A mediados de ese año, su grupo de detectives de Facebook investigó a una joven que según su perfil de Tumblr libraba una larga lucha contra el cáncer. Su historia resultó ser mayormente robada del blog de un verdadero paciente de cáncer. El grupo había descubierto el nombre real detrás del fraude, y los miembros ya estaban casi en condiciones de exponerlo, cuando la mujer anunció por Tumblr que iba a suicidarse.
La investigación indicaba que la mujer vivía en Florida con su hermano. Cuando empezó a dar detalles concretos y a explicar planes específicos sobre su inminente suicidio, Wright decidió llamar a la policía. “Hola, soy Taryn, de Chicago”, le dijo al policía que la atendió, temiendo que la tomaran por una chiflada de Internet, pero se sorprendió gratamente cuando los funcionarios se tomaron muy seriamente la denuncia. Unos meses después, Wright contactó al hermano de la mujer para saber cómo se encontraba, quien le informó que la habían internado en Navidad. Wright lo vivió como un triunfo. (Desde entonces, ya ha informado a la policía de al menos otros tres casos de potenciales embusteros suicidas.)
Cuanto más tiempo pasaba Wright hablando con embaucadores, más se convencía de que sufrían de algún tipo de enfermedad mental. Aprendió a identificar el perfil del embaucador típico: mujeres socialmente aisladas de poco más de 20 años, por lo general “un poco gorditas” y a veces deprimidas. Wright, que libraba su propia batalla contra el sobrepeso y la depresión, vio en algunas de esas mujeres una versión desesperada de sí misma.
La generosidad de personas desconocidas siempre ha servido para ayudar a otras familias a pagar un tratamiento médico, para recaudar fondos para investigaciones médicas o para dar apoyo a los demás en tiempos difíciles.
Pero a partir de su trabajo de exponer fraudes, Wright también tomó conciencia de lo maliciosa que puede ser la comunidad de pacientes de cáncer en la Web. A medida que se iba haciendo más conocida en Internet, Wright empezó a recibir mensajes que le pedían que investigara a los padres de los niños enfermos. Muchos de esos mails se referían a una mujer en particular, que solía postear en sitios web de ayuda para pedir videojuegos para su hijo con necesidades especiales, Jayden. “Recibía como diez mails por día que me decían que investigara esto o aquello”, recuerda Wright.
Pero el problema era que la madre de Jayden no era una embaucadora. “La preocupación de esa gente era infundada”, dice Wright. Por el contrario, quienes acusaban a la madre de Jayden aseguraban que pedía demasiados videojuegos y que había respondido de mala manera a las dudas que le plantearon. Esos exabruptos son una rareza en el seno de una comunidad que rebosa de gratitud.
Esas versiones contradictorias perturbaban a Wright. A su entender, lo único que pasaba era que la madre de Jayden simplemente les caía mal y que la comunidad online se la había agarrado con ella. “Son capaces de abrir un grupo de Facebook tipo «Nada de ayuda a Jayden» si algún padre no cuida su lenguaje”, explica Wright. “O rastrean por Google los antecedentes de cualquier madre hasta encontrar que en algún momento de la década de 1990 fue arrestada por tal o cual cosa, y cada vez que esa mujer publica alguna novedad sobre el estado de salud de su hijo verdaderamente enfermo alguien hace mención de ese arresto. Es una locura.”
La propia Wright se convirtió en víctima de esos abusos. En abril de 2013, recibió una carta certificada inesperada e indeseada. La mandaba un abogado que la amenazaba por difamación por sus posts sobre una mujer que fingía tener cáncer llamada Chelsea Hassinger. Pero al observar en detalle la carta, advirtió que algo no cerraba, como si hubiese sido impresa en un papel común de computadora. “No era un papel legal, de un abogado”, recuerda Wright. Cuando googleó el nombre de la firma de abogados, no aparecía por ningún lado, pero cuando llamó al número de teléfono consignado en la carta, una grabación le informó que se había comunicado con el estudio de abogados Gorman & Rickman. Si se trataba de una trampa o un engaño, era ciertamente un engaño muy elaborado.
Cuanto más miraba la carta, más se convencía de que era falsa. De todos modos, estaba asustada. La persona detrás de ese envío ciertamente quería intimidarla y conocía la dirección de su casa. Poco después, Wright descubrió nuevos blogs en la Web, con nombres como “La verdad sobre Taryn Wright” y “Taryn Wright miente”, entre otros. Quien estuviese detrás de esos blogs había incluido fotos poco favorecedoras de un blog caduco de Wright sobre su lucha contra el sobrepeso, y también información privada de su hermana. El bloguero vengativo hasta envió mensajes de Facebook a todos los amigos de Wright, en los que la acusaba de mentirosa.
La campaña de acoso duró unos cuatro meses, hasta disiparse. Wright dice que esa misma persona –el amigo enojado de algún embaucador– estaba también detrás de los blogs y de la carta falsa de los abogados, pero teme dar más detalles por temor a alentar un rebrote de antagonismo. De todos modos, la experiencia la dejó marcada.
En junio de 2013, Wright eliminó del grupo de detectives de Facebook a todos los miembros excepto a cuatro, todos ellos investigadores serios y dedicados y, sobre todo, personas con las que estaba de acuerdo sobre cómo lidiar con los estafadores. Actualmente, el grupo suele optar por investigar y resolver casos sin postearlos en el blog. Sólo hacen públicas las estafas más indignantes.
Desde que su blog levantó vuelo, Wright no ha vuelto a tener un trabajo de tiempo completo. Se postuló a numerosos empleos, pero cuando está cerca de ser contratada a su potencial empleador siempre le cambia la cara y le dice algo como: “Bueno, la googleamos y…”.
Cuando le preguntan si cada tanto se arrepiente de su impulsiva decisión de abrir un blog aquel día de mayo de 2012, Wright lo piensa un buen rato. “No estoy segura. Por un lado, estoy orgullosa de lo que hice y sé que lo sigo haciendo con las mejores intenciones. Además, conocí a personas extraordinarias, que serán mis amigos de por vida.” Pero el mismo tiempo, su propia experiencia de acoso ha despertado su simpatía por los embaucadores que ella misma dejó expuestos. “El acoso fue como una violación para mí. ¿Cómo se sentirá entonces la gente a la que denuncio? Muchos me dicen que no es lo mismo, que es otra cosa, porque yo no hago nada malo. Pero, al mismo tiempo, la sensación es la misma. Y no me gusta esa sensación.”
THE GUARDIAN/LA NACION