09 May ¿Adicción al trabajo o necesidad de evadirse?
Por Tanya Paperny
La relación entre las experiencias traumáticas y el desarrollo de adicciones está muy bien documentada. Edward Khantzian, quien formuló la hipótesis de la automedicación como origen del abuso de sustancias, escribe que “el dolor y el sufrimiento emocionales de los seres humanos” y “la incapacidad de soportar los propios sentimientos” están en la raíz de la adicción. La gente puede recurrir al alcohol, a las drogas o al juego para adormecer o controlar la angustia, la baja autoestima, la ansiedad o la depresión.
Pero casi no existen investigaciones empíricas sobre la posible relación entre un evento traumático y la sobrecarga laboral o la adicción al trabajo. Tanto el estudio realizado en el año 2015 sobre mujeres sobrevivientes de violencia doméstica como el estudio de 2013 sobre sobrevivientes de abuso sexual infantil revelaron que ambos grupos son proclives a desarrollar adicción al trabajo, pero nadie ha investigado todavía si los sobrevivientes de un trauma se vuelcan al trabajo para lograr lidiar con sus sentimientos.
Sin embargo, hay un número de investigadores y médicos –y también gente que se identifica a sí misma como adicta al trabajo o la hiperproductividad– que ven una probable conexión entre el trauma y la sobreexigencia laboral. De hecho, algunos creen que la necesidad de lidiar con el trauma está en el centro mismo de la adicción al trabajo.
Si bien en los medios periodísticos el término es usado de manera laxa, un adicto al trabajo no es simplemente alguien que trabaja mucho y posterga sus vacaciones. En realidad, se trata de alguien que trabaja tanto que descuida otros aspectos de su vida –como el sueño, la salud y sus relaciones personales– y que a lo largo de ese proceso se vuelve infeliz y obsesivo. Aunque no hay consenso entre los expertos sobre los rasgos que definen a un adicto al trabajo, para los investigadores deben reunir al menos tres de las siguientes cuatro características: trabajar hasta el punto de descuidar el cuidado de sí mismo y de su vida personal, experimentar poca satisfacción con el trabajo, trabajar más de lo que se espera o de lo que las circunstancias exigen, y manifestar comportamientos controladores, como no delegar o no confiar en el trabajo de los demás.
Chanel Dubofsky, una escritora de 37 años que reparte su tiempo entre Massachusetts y Nueva York, cree tener tendencia a la hiperproductividad desde muy chica. Todo empezó a los 7 años, época en la que a su madre le diagnosticaron cáncer, y los síntomas empeoraron con las recidivas de la enfermedad, ocurridas cuando Chanel tenía 13 y 17 años. Chanel recuerda que durante la etapa del secundario solía despertarse “en medio de la noche con terribles dolores de cabeza” que no se le iban hasta que terminaba la tarea escolar.
Chanel dice que sus amigas de la secundaria facilitaban ese estilo de trabajo: solían competir entre ellas para ver quién dormía menos. “Mi adicción al trabajo se agudizó gravemente en la universidad, durante el cuatrimestre en que murió mi mamá”, agrega Chanel. A pesar de la muerte de su madre, en esos meses Chanel aprobó más materias que cualquiera de sus compañeros, se pasaba la noche en vela para estudiar y después dormía hasta pasado el mediodía. Se sacaba 10 en todos los exámenes, incluso en las materias matutinas, a las que muchas veces faltaba por estar demasiado cansada, y recién mucho tiempo después les reveló a sus profesores la pérdida que había sufrido. “Lo único que sé es que los demás esperan que la persona que está de duelo reaccione de determinada manera, pero mis reacciones no cumplían con ninguno de esos parámetros.”
Las investigaciones en salud mental indican que el duelo puede tomar varias formas –como ira, culpa, depresión o falta de productividad en el trabajo– y que no hay una forma correcta de atravesar la pérdida. Sin embargo, sí existen respuestas poco saludables ante el duelo, como decidir grandes cambios de vida (mudarse o cambiar de trabajo antes de haber logrado manejar el dolor) o intentar minimizar o esquivar los sentimientos que genera.
Anestesia para las emociones
Con moderación, las tareas laborales pueden ser benéficas para calmar el estrés postraumático, especialmente en quienes le encuentran un sentido y un propósito a su trabajo. Pero quienes sufren de trastorno de estrés postraumático, o TEPT, pueden sentirse inclinados a canalizar –o evadir– sus emociones irresueltas trabajando de más, y suelen absorberse tanto en sus tareas que dejan de sentir el dolor físico y otras molestias, según explica Bryan Robinson, psicoterapeuta y autor del libro Chained to the Desk (Encadenado al escritorio).
Una joven de 29 años que trabaja en una ONG de Nueva York y que prefirió no revelar su nombre se identifica como una sobreviviente de un trauma y adicta al trabajo. “Para mí, trabajar sin parar y estar todo el tiempo en movimiento es la única manera de evitar pensar en cómo me siento”, admite.
Rebekah Reysen, investigadora de la Universidad de Mississippi y coautora de un artículo sobre la adicción al trabajo entre docentes, agrega que sobrecargarse de trabajo a veces es una forma de escape.
El adicto trabaja tanto que descuida la salud, el sueño y hasta las relaciones personales La hiperconectividad tecnológica no ayuda a la desconexión de las obligaciones laborales
Nancy, una periodista y documentalista neoyorquina, pudo observar cómo funcionaba en ella esa tendencia a trabajar de más cuando colaboró en un proyecto con un socio abusivo: “Volqué toda mi bronca y mi frustración en el proyecto en sí, para compensar por todo lo que no me estaba cuidando emocionalmente a mí misma”.
Algunos sugieren que los adictos al trabajo se sobreexigen cuando sienten que otras partes de su vida están fuera de control. Chanel explica: “Mi trabajo es el lugar al que suelo recurrir cuando estoy muy ansiosa y no logro calmarme”. El tema del control también es mencionando por Nancy: “Cuando me parece que todo se sale de control, o es todo una locura o muy traumático, entonces el trabajo se convierte en ese lugar donde estoy al mando y me siento segura”.
El psicoterapeuta Robinson explica que, como es impredecible, la experiencia traumática hace que las personas busquen situaciones sobre las que tienen control. “Cuando un hecho traumático se repite una y otra vez, después de un tiempo nuestro sistema empieza a sentir que todo es una amenaza.” Robinson, que se identifica como un adicto al trabajo en recuperación, explica el modo concreto en que las tareas laborales lo ayudaron a recuperar el control y lograr una sensación de estabilidad: “En el trabajo uno puede predecir las cosas. Te hace sentir que sabés lo que va a pasar”.
El trabajo como reafirmación del control puede ser especialmente relevante para las personas que sufren de hipervigilancia, uno de los síntomas del TEPT y de la ansiedad aguda que puede incluir “tendencia a sobresaltarse” o “sensación de tensión o de estar al límite”, según el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos.
La mente hipervigilante cavila sobre potenciales amenazas de manera obsesiva y angustiante. Trabajar en horarios extremos puede ayudar a manejar esos temores agudos o hacer que la gente se sienta más preparada para el desastre, sea real o imaginario. Como explica Reysen: “A nuestra mente le cuesta concentrarse en más de una tarea a la vez, así que enfrascarse en el trabajo puede ayudar a reemplazar temporalmente esos pensamientos por algo más rutinario y fácilmente controlable”.
Ese impulso controlador también puede hacer que los adictos al trabajo tengan problemas para compartir su carga laboral. Robinson comenta la temida sensación de incertidumbre que le generaba delegar trabajo: “Cuando uno delega, siempre tiene miedo de que el trabajo no se haga o se haga mal. Pero al hacerlo uno mismo, se siente que el resultado es más predecible”. Para los sobrevivientes de una experiencia traumática, sentir que saben lo que va a pasar, por más que sea una falsa sensación de seguridad, puede ser un gran alivio.
Robinson también cree que el acostumbramiento al estrés lleva a los adictos al trabajo a morder más de lo que pueden masticar: “Supongo que es porque su sistema interno está habituado a la sobrecarga. La multitarea mantiene la adrenalina a tope”. Ese mecanismo puede aliviar temporalmente las angustias más profundas.
¿Cómo hace alguien para darse cuenta de que el trabajo y la sobrecarga de labores pueden rescatarlo de situaciones o sentimientos que lo exceden y desbordan? Robinson cree que el tipo de trauma temprano más relacionado con la adicción al trabajo es la parentificación, que es un proceso que se genera dentro de ciertas familias en las que se espera que sea el niño el que provea cuidados materiales y emocionales a los adultos, en detrimento de su capacidad de desarrollo. En pocas palabras, en la parentificación se produce una inversión de roles: el niño pasa a ocupar el lugar de sus padres.
El psicoterapeuta considera que en los hogares volátiles (donde se vive inseguridad económica, abuso físico o sexual, o hay adultos en disputa) el niño aprende “a aferrarse a cualquier cosa que le transmita una sensación de estabilidad”. Y eso puede traducirse en cuidar a los adultos enfermos o a sus hermanos menores, en mediar en las peleas de sus padres o en ser hiperproductivos en la escuela.
La lucha de la madre de Chanel contra el cáncer catapultó a la hija a un mundo de responsabilidades adultas: “Sabía el horario de todos los turnos con los médicos, uno por uno. Era más su madre que su hija. Y en la escuela mi hipervigilancia se hizo una fiesta: estaba todo el tiempo buscando algo más para estudiar”.
Gratificación y abstinencia
No todos los expertos consideran que la adicción al trabajo sea una verdadera adicción, y no figura en la clasificación de desórdenes mentales en la quinta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de Desórdenes Mentales, conocido como DSM-5, por su sigla en inglés. Se trata de un campo de estudio todavía incipiente, aunque Robinson piensa que la adicción al trabajo debe ser considerada dentro del espectro del resto de las adicciones: “Es una verdadera adicción, y nuestra sociedad está en negación al respecto”.
Reysen sospecha que los adictos al trabajo pueden experimentar el mismo ciclo de gratificación y abstinencia de los demás adictos: “Uno siente el impulso de trabajar, pero no necesariamente lo hace con alegría. No obtenemos demasiada satisfacción y, al mismo tiempo, sentimos que debemos hacerlo”. Y cuando la gratificación que da el trabajo empieza a durar menos, los adictos suman más tareas.
Los síntomas de abstinencia son reales para esas personas que no logran bajar un cambio sin sentir culpa o ansiedad. Chanel dice que no logra tomarse tiempo libre “sin tener repercusiones psicológicas”, y la empleada de la ONG neoyorquina dice que relajarse le cuesta mucho y le genera estrés, porque a veces siento que ocuparse de mí misma “es como una excusa para no trabajar”.
De todos modos, Malissa Clark, investigadora de la adicción al trabajo, no cree que esa dolencia deba ser incluida en el DSM-5: “La gente puede manifestar una tendencia a la adicción al trabajo que la afecta, por más que no sea un problema clínico severo”.
Declarar la adicción al trabajo un problema clínico también sería complicado por el gran valor que le dan los norteamericanos a la cultura del trabajo, quienes no suelen tomarse todos sus días de vacaciones.
Reysen señala: “Trabajar es una de esas actividades que la sociedad aplaude, aun cuando la persona trabaja en exceso y sacrifica su salud, sus relaciones y otras facetas de su vida”. Un adicto al trabajo puede pasar inadvertido y hasta recibir elogios, ascensos o aumentos de sueldo por sus hábitos poco saludables.
Para complicar aún más el trazado de esa borrosa línea que separa a la persona trabajadora de un adicto al trabajo, lo cierto es que la mayoría de la gente tiene que trabajar para vivir, y que algunos no tienen otra opción que trabajar hasta cualquier hora. Además, para muchas personas su propia identidad deriva de su trabajo.
Reysen explica que “el compromiso laboral puede reportar logros y un sentimiento de autoestima, y funciona como un modo de autorregulación, una forma de relacionarse con los demás, de hacer una contribución a la sociedad y de potenciar el amor propio”.
En palabras de la empleada de la ONG de Nueva York: “Mi trabajo es una gran parte de quien soy. El sentido de mi vida se desprende de mi trabajo, al igual que la estima que tengo de mí misma”.
Y si hablamos de mecanismos compensatorios, trabajar es algo socialmente mucho más aceptado, por ejemplo, que beber. Nancy cree que la adicción al trabajo es una experiencia que pasa inadvertida: “No deja resaca. Desde afuera, no parece algo tan dañino, pero mientras tanto uno se descuida a sí mismo”. De hecho, entre las consecuencias fehacientemente demostradas de una adicción sostenida al trabajo se cuentan el deterioro de la salud física y emocional, tensiones familiares y maritales, trastornos del sueño, y muchas más. También hay que tener en cuenta que la tecnología moderna nos permite estar permanentemente conectados, así que a todos, y más aún a los adictos, les resulta muy difícil desengancharse del trabajo.
¿Cómo hace entonces un adicto al trabajo para curarse? Como psicoterapeuta, Robinson les enseña a sus pacientes que lo importante es quedarse sentado tranquilo y tratar de estar en el momento presente, en vez de ponerse impaciente. “A los adictos al trabajo les enseño a ser capaces de estar en el presente, algo que les genera mucha ansiedad. Con la práctica, a través del tiempo, el cerebro empieza a darse cuenta de que uno puede estar tranquilo y callado y que no pasa nada.” Esa técnica de “penitencia” es la misma que Robinson le brindaría al sobreviviente de una experiencia traumática o a alguien con TSPT, personas que están siempre a la espera de lo que va a ocurrir. Cuando se trata de un adicto al trabajo que sobrevivió a un trauma, aprender a estar en el presente puede ayudarlo a lidiar con las emociones irresueltas de las que suelen evadirse trabajando. Cuando aprenden a quedarse en un lugar, las personas descubren maneras saludables de comprometerse con su trabajo y de generar límites concretos en su entorno.
Algunos adictos al trabajo encuentran contención en Adictos al Trabajo Anónimos, un programa de 12 pasos que existe en unos 20 países. La contención grupal puede ser especialmente beneficiosa si el adicto es además sobreviviente de una experiencia traumática. Reysen explica: “La clave es no quedarse aislado y seguir participando de la vida social. No hace falta que el sobreviviente hable del trauma que sufrió. Simplemente es terapéutico que se rodee de otras personas que pueden ser una influencia positiva en su vida”. Las terapias no convencionales, como el yoga y la meditación, también han demostrado ser prometedoras para tratar el TEPT y podrían ser útiles para entrenar el cerebro en enfrentar la ansiedad subyacente, en vez de disfrazarla o calmarla con trabajo.
La diferencia entre ser una persona trabajadora y ser un trabajador compulsivo puede ser difusa en los casos de sobrevivientes de un trauma y, por lo tanto, concita mayor atención de los investigadores y los terapeutas. Ya sea en la psicoterapia, en los programas de 12 pasos o en los grupo de contención, el objetivo es no estigmatizar al adicto al trabajo, sino indagar las causas subyacentes. La incorporación de un enfoque atento a los traumas preexistentes puede garantizar que los grupos de contención y los programas de tratamiento comprendan a fondo el modo en que la sobrecarga de trabajo surgió como respuesta a la experiencia traumática.
Como lo explica Chanel Dubofsky: “Trabajar fue mi mecanismo de supervivencia. Trabajar realmente mucho me salvó de adentrarme por un camino muy, pero muy oscuro”.
LA NACION/THE ATLANTIC