A la caza de los traficantes de cactus

A la caza de los traficantes de cactus

Por J. Weston Phippen
Eugueni Safronov y los cuatro turistas aterrizaron en Los Ángeles un día soñado con 21 grados de temperatura del mes de mayo pasado. Eran turistas checos, eslovacos y rusos que estaban de vacaciones. Como era un día feriado, los bancos y las reparticiones públicas estaban cerradas, pero no todas. Durante al menos seis meses, los investigadores de las agencias federales encargadas de custodiar la flora y fauna de los territorios salvajes también habían vigilado de cerca a esos cinco extranjeros, que pronto se internarían en el desierto, donde los esperaban varios agentes encubiertos. El vuelo desde Moscú había durado 12 horas, Safronov y sus compañeros abandonaron sus asientos y solicitaron el ingreso a los Estados Unidos.
La investigación empezó cuando un agente de Denver encontró un sitio web europeo que publicitaba un viaje. Escrito en eslovaco, el post del blog decía: “Este verano ya tengo síndrome de abstinencia: no voy a los Estados Unidos desde junio pasado”. El post había sido publicado por el organizador del viaje y coordinador del blog, Igor Drab, quien había planeado un tour de camping por los parques nacionales y estatales del sudoeste de Estados Unidos, que empezaba y terminaba en Los Angeles.

El investigador de Denver alertó al Servicio de Pesca y Vida Silvestre de la ciudad de El Paso, Texas, y desde allí a la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos, e incluso a los guarda parques con sombrero de ala ancha del Servicio Nacional de Parques.
En el aeropuerto, los agentes aduaneros separaron a dos de los turistas para un interrogatorio de rutina. ¿Cuánto tiempo planeaban quedarse en el país? Tres semanas, respondieron los turistas. ¿Cuál era el propósito de su viaje? Eran aficionados a las cactáceas, dijeron. Venían a observar los cactus norteamericanos. Safronov y sus compañeros alquilaron una camioneta Chevrolet Tahoe de color blanco y se aleja¬ron rumbo al Oeste.

Alta vulnerabilidad
Existen 1480 especies de cactus vivas, y todas menos una son autóctonas del continente americano. La revista Nature Plants publicó recientemente un estudio sobre el nivel de riesgo que corren todas las especies y el resultado fue que un alarmante 31% está amenazado, el quinto porcentaje entre los más altos de todos los grupos taxonómicos, apenas por debajo de los anfibios y los corales. La pérdida de sus hábitats ante el avance humano y el torpe y pesado caminar de los ganados son factores que influyen, pero lo que más impresionó a la autora del informe fue que la mayor amenaza de extinción proviene de la horticultura, más específicamente, de la recolección y comercialización de los cactus. “Siempre supimos que había un mercado negro para estas plantas -dice Barbara Goettsch, autora del informe-. Pero pensábamos que eso ya no pasaba.”
Sin embargo, sigue pasando, y mucho. En octubre último, agentes aduaneros de China y Alemania desbarataron una banda de contrabandistas e incautaron 1250 plantas de cactus, algunas de especies raras y en peligro de extinción. Como tal vez sea de esperarse, hay pocas investigaciones académicas sobre el mercado negro de cactáceas. Uno de esos informes estima que en un lapso de tres años, unos 100.000 cactus fueron arrancados ilegalmente del territorio salvaje de Texasy fueron contrabandeados a través de la frontera con México. El informe es del año 2003. Luego llegaron las compras por Internet. Un informe de 2012 monitoreó a 24 comercializadores de cactus online, que realizaron 1000 ventas. Pero no se trataba de 1000 cactus cualesquiera.
La especie de todos ellos figuraba en el Apéndice 1 de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites, por su sigla en inglés), que consigna las plantas en peligro de extinción. Para comercializar cualquiera de esas especies, el vendedor necesita un permiso especial. De los 1000 cactus vendidos que detectaron los investigadores, al menos un 90% había sido comercializado de manera ilegal.

Afinidad casi espiritual
Safronov tiene poco más de 60 años. Ha recolectado cactus durante la mitad de su vida. Allá, en Rusia, tiene más de 2000 plantas en su propio invernadero, aunque estima que llegó a tener más de 10.000 en otros tiempos. Casi todos los años, va de cacería de cactus a lugares como Uruguay, la Argentina, Chile, México y el sudoeste de los Estados Unidos.
Recolectar cactus es ocuparse de ellos. Así que parte de la obsesión implica desarrollar capacidades para medirse con otros, sobre la base de la magnitud de la colección, la variedad de especies que contiene y una rigurosa atención a los detalles. Los recolectores realizan combinaciones de tierra con turba, arena, abono y piedra pómez para reproducir el sustrato natural de la planta en su entorno silvestre.
Otro de los atractivos de los cactus es la afinidad casi espiritual que la gente siente con los desiertos donde crecen. Un ejemplo es Steven Brack, de Nuevo México, cuya colección se ha convertido en la meca mundial de los fanáticos de los cactus.
No hay nada que simbolice mejor la idea romántica de un oeste estadounidense virgen y joven como el cactus saguaro. En las películas del Oeste, su imagen aparece en locaciones donde naturalmente no crecería en absoluto, y también es usada por marcas de productos como la salsa Oíd El Paso, a pesar de que no crecen saguaros a 500 kilómetros a la redonda de ese lugar. El saguaro es autóctono casi exclusivamente del sur de Arizona y el estado mexicano de Sonora, donde crece en abundancia. Los saguaros pueden alcanzar 9 metros de altura, pero crecen a un ritmo desesperantemente lento. En su primera década de vida, el saguaro apenas despunta 2,5 centímetros, y tarda 75 años en echar sus famosos brazos. Y como las personas quieren un saguaro frente a la puerta de su casa, pero no están dispuestas a esperar hasta ser octogenarias, hay ladrones que los roban de las tierras salvajes y se los venden a los viveros locales, donde los dueños de casas suburbanas los compran inocentemente sin saber su origen.
Las especies más codiciadas de cactus, al menos para los coleccionistas serios, suelen ser engañosamente feas. El Ariocarpus fissuratus, conocido popularmente como biznaga o peyotillo, es una masa amorfa de color verduzco de menos de 10 centímetros de altura. No parece algo coleccionable… hasta que se reproduce.
Para atraer a los insectos polinizadores, los cactus producen flores, y algunas de las especies más feas de cactus son las que echan las flores más hermosas. Hacia fines del verano y principios del otoño, el peyotillo echa una maravillosa flor de un suave color rosa angelical.
Lo mismo ocurre con el Echinopsispámpana, que crece en la Puna de Atacama, Perú, y que durante la mayor parte del año no llama para nada la atención. Pero cuando florece, los pétalos centellean de amarillo en su centro y se van tiñendo de rojo bermellón en los bordes; esto le confiere la profundidad insondable de una llama ardiendo. Es tan pasmosamente sublime que, en los últimos 15 años, los coleccionistas han logrado que la población de ese cactus se reduzca a la mitad: ahora, es una especie en peligro.
La comunidad de los amantes de los cactus, dice Brack, el coleccionista de Nuevo México, frunce el ceño ante ese tipo de prácticas. “Los verdaderos aficionados las excluyen totalmente”, afirma. Brack cultiva sus cactus a partir de semillas, y algunos de sus ejemplares ya tienen más de 45 años. Ahora Brack tiene 67 años y sigue trabajando de sol a sol en cada uno de sus 14 invernaderos, cuidando sus cientos de miles de cactus junto a su esposa.

Guardaparques, en alerta
Los turistas se detuvieron en una pequeña localidad ferroviaria del sur de Arizona llamada Benson. Dos agentes encubiertos del Servicio de Pesca y Vida Silvestre observaron alejarse la camioneta y después siguieron a los extranjeros hasta la ruta, y luego hasta un camino de tierra que divide en dos las aguas del desierto.
Cuando los turistas estacionaron, los agentes vieron que Safronov y sus compañeros empezaban a deambular por el terreno y a remover la tierra. Los investigadores más tarde se enteraron de que Safronov tenía localizadas por GPS cada una de las plantas que se proponía encontrar. Safronov llevaba un cuaderno en el que consignaba meticulosamente las especies halladas, el parque donde se encontraban y el camino más cercano. Uno de los extranjeros se agachó para sacar fotos. Los otros se juntaron.
Cuando se fueron, los agentes descubrieron que la vaina de semillas del cactus había sido robada. Tal vez para otras especies no sea grave, pero en el desierto cada oportunidad de reproducción es vital. Durante sus 150 años de vida, el saguaro puede dispersar unos 40 millones de semillas: apenas una de esas semillas sobrevive hasta convertirse en una planta madura.
En el Parque Nacional Big Bend, en la frontera de Texas con México, seis días después de la llegada de los turistas a Estados Unidos, un guardaparques encubierto detectó la camioneta blanca en el sitio de acampe número 16. El guardaparques armó su carpa a unos 20 metros de la de los turistas, desde donde podía observarlos discretamente. Uno de los turistas había colocado su cámara en un trípode, para sacar una foto. Fingiendo ser otro acampante, el guardaparques se puso a charlar con el fotógrafo, comentando lo agradable que estaba el día y la belleza del desierto. Esa noche, los cinco extranjeros se metieron en sus carpas. A las 2 de la mañana, el guardaparques colocó un rastreador con GPS en la camioneta.
A la mañana, el agente siguió la señal hasta un mirador donde un río parte la llanura al medio tan limpiamente como un cuchillo la manteca. Los turistas se detuvieron para observar el paisaje y luego siguieron camino unos 4 kilómetros por un camino de tierra. Mientras avanzaban por el desierto, el guardaparques los siguió a distancia prudencial, espiándolos con largavistas, pero les perdió el rastro por la altura de los arbustos y las ondulaciones del terreno. Después de 45 minutos, los vio salir y alejarse.
El guardaparques siguió las huellas de los neumáticos hasta un pinchudo cactus nopal. El nopal parece un arbusto, pero de grandes hojas verdes, carnosas y ovaladas, cubiertas de espinas. De cada una de esas hojas, llamadas cladodios, crecen las hojas nuevas, así que basta con cortar una de esas hojas y plantarla para obtener una nueva planta. Uno de los cladodios de la planta había sido cortado. El corte era visiblemente fresco. A pesar de la temperatura, que ascendía a los 38 grados, la herida seguía rezumando.
Los extranjeros bebían cerveza en su campamento. Siempre bajo su identidad encubierta, el guardaparques siguió a uno de los turistas hasta el baño. ¿Cómo pasaron el día?, le preguntó. El hombre dijo que habían encontrado todo lo que buscaban, “salvo dos especies”.
Al despertarse a la mañana, el guarda- parques vio que el grupo ya estaba juntando sus cosas para irse. Seis días después y a casi 1500 kilómetros de distancia, otros dos agentes encubiertos del Parque Nacional Arches, en Utah, vieron cómo los extranjeros se metían por un sendero y se agachaban para remover el suelo. Allí, donde antes había una planta, ahora los guardaparques encontraron la marca de una cicatriz reciente. Dos semanas después, el tiempo de estadía de los turistas en Estados Unidos se había agotado. Guardaron sus cosas en la camioneta y pusieron rumbo nuevamente hacia Los Angeles.
Falta de interés y de fondos
No es fácil sumar apoyos para la defensa y protección de los cactus. Los rinocerontes, los tigres y los elefantes apelan con ojos tristes a los humanos -y su dinero- para que luchen contra los cazadores furtivos y los traficantes, pero poca gente está dispuesta a derramar una lágrima por el inminente fin del Mammillaria herrerae, que en los últimos 20 años ha perdido casi el 90% de sus ejemplares, arrancados de sus zonas autóctonas.
Peto los cactus tienen un aliado invalorable en Zeke Austin, supervisor de investigaciones del Departamento de Agricultura de Arizona. El grupo comandado por Austin investiga los delitos contra animales de granja y plantas silvestres. En los 34 años que lleva en el Departamento, el equipo ha ido perdiendo investigadores, que pasaron de ocho a dos. Y aunque Austin es un hombre muy decidido, su trabajo haría resoplar al propio Sísifo: Austin y su único colega deben patrullar los casi 300.000 kilómetros cuadrados del estado de Arizona.
Todos los años, Austin investiga al menos una docena de robos de plantas silvestres. En su mayoría, se trata de robos de variedades de cactus de gran tamaño, como el ocotillo, el saguaro o la biznaga. Pero ante la falta de recursos, Austin limita sus investigaciones a los permisos y autorizaciones.
Mientras tanto, los botánicos y otros investigadores han dejado de publicar las locaciones donde pueden encontrarse las cactáceas más codiciadas. En el caso extremo del Mammillaria luethi, su descubridor tiene guardada bajo siete llaves la ubicación de la especie. Ese cactus ha desarrollado dedos verdes que salen del tallo y estallan en un microscópico ramillete de margaritas blancas. Sus flores tienen la forma de un platillo, blancas en el centro y de un violeta encendido en los bordes. Se dice que la locación exacta de esta planta sólo es conocida por el investigador que la descubrió y un par de confidentes, a quienes se les reveló el dato sólo por miedo a que el descubridor muera y se lleve a la tumba su secreto.

Confiscación y multa
Safronov despachó dos valijas en el Aeropuerto Internacional de Los Angeles. Era la una de la tarde de un domingo y, mientras se dirigía a la puerta de embargue, los agentes de Pescay Vida Silvestre revisaban su equipaje.
En su interior, los agentes encontraron semillas escondidas en los pares de medias, y envueltos en vendas elásticas, plantas de cactus enteras, camufladas entre artículos electrónicos y paquetes de chiles jalapeños. En total, los agentes encontraron alrededor de 70 plantas y partes de plantas.
Por lo general, los cactus confiscados son embalados y despachados a los investiga¬dores y jardines botánicos del país. En las afueras de Washington DC, en un edificio de casi una hectárea, los Jardines Botánicos de Estados Unidos conservan los cactus con¬fiscados en un invernadero de atmósfera controlada. Bill McLaughlin, el curador del lugar, señala las hileras de mesas metálicas sobre las cuales descansan las macetas de cactus, clasificados y con su etiqueta. Son cientos, tal vez miles.
“Para mí, todas las especies que existen tienen un valor intrínseco -dice McLaughlin- Cada vez que perdemos una, perdemos algo de la complejidad de nuestro mundo.”
En el aeropuerto de Los Angeles, Safronov admitió a regañadientes lo que había hecho. Interrogado por un agente de Parques Nacionales, mostró el contenido de su cuaderno, en el que figuraban todos los cactus sustraídos y su locación de origen. Se declaró único responsable de los hechos. Cuando le preguntaron porqué lo hacía, no dio demasiadas explicaciones. Parecía no poder evitarlo. Para recolectar ese tipo de especímenes hace falta un permiso especial. Safronov lo sabía. Pero esos permisos eran entregados solamente a grandes instituciones, dijo Safronov, y no a los aficio¬nados como él.
El juicio fue rápido. Safronov se declaró culpable. La vigilancia coordinada de varios estados que requirió toda la fuerza de cuatro agencias federales y al menos doce agentes de cinco estados distintos terminaría seguramente en una multa. Safronov admitió su intento de contrabandear un objeto prohibido por la ley, o sea, una infracción, así como una multa por importación o exportación informal. El juez le ordenó pagar 525 dólares.
Safronov voló de regreso a Rusia. Pero los cactus se quedaron.
THE ATLANTIC/LA NACION