08 Apr Patrulla salvaje
Por Ezequiel Fernández Moores
Estás pateando desde cualquier lugar”, reprochó “O Rei” Pelé a Giorgio Chinaglia en el vestuario del Cosmos de Nueva York en los años 70. “Yo contestó el italiano soy Chinaglia. Si tiro desde cualquier lugar es porque Chinaglia puede hacer goles desde ese lugar.” Goleador formidable, Chinaglia disparaba también fuera del campo. Winchester o Magnum 44. “A Pelé contó Chinaglia un mes atrás primero le hablé como jugador. Le dije que jugara más por afuera, que me dejara más espacio por el centro. No lo tomó bien. Y entonces, como además de jugador yo también era dirigente del Cosmos, le dije: «O lo hacés o te vas».” Pelé, que había llegado a Estados Unidos por gestión de Henry Kissinger para refundar al soccer, terminó llorando, sin apoyo del vestuario. El hombre que desafió a Pelé murió de un infarto hace cinco años en Miami, a los 65 años. Lideró a la Lazio campeona de Italia 1973-74. Un equipo de jugadores que iban armados a las concentraciones. Que votaban al Movimiento Social Italiano (MSI) de Giorgio Almirante y que jugaban cada partido como una guerra. “Una banda de fascistas”, los definió Pier Paolo Pasolini.
En Once in a Lifetime, un fabuloso documental sobre el Cosmos de Pelé que exhibió el Bafici en 2007, Chinaglia, más gordo y pelado, casi Tony Soprano, se ríe cuando un dirigente cuenta que Giorgio llevaba un arma cuando fueron a contratarlo a Italia. “Una tarde contó el propio Chinaglia en la entrevista de un mes atrás, la última antes de su muerte salía del San Paolo tras una derrota con el Napoli. Los hinchas rodearon el auto. Tomé el Winchester, tiré dos tiros al aire y se fueron todos.” Sergio Petrelli, uno de sus compañeros en Lazio, apagó una vez la luz de su habitación en el hotel LAmericana con un balazo de su Magnum 44. No tenía ganas de levantarse de la cama. Apuntaban a botellas vacías, pájaros y luces. La concentración parecía un polígono. Los jugadores, que en esos violentos años 70 declaraban su voto al neofascismo, decían que iban armados porque temían un atentado de las Brigadas Rojas. Pero los únicos rojos que amagaron un ataque fueron una noche fanáticos de Roma que hicieron ruido en el hotel para molestarlos antes de un partido. Petrelli, cuenta Guy Chiappaventi en el libro Pistole e palloni, los sacó a balazos. “Ahora vamos a ver si realmente sos de Lazio”, dijo otra vez Petrelli, desafiante, a Giacomo La Rosa, que no hablaba. Le disparó a las piernas. La Rosa permaneció una semana en cama con 40 grados de fiebre.
Lazio, es cierto, resistió en 1926 a una decisión del régimen de Benito Mussolini de fusionar a los equipos de Roma. Tuvo el apoyo del general fascista Giorgio Vaccaro. El fascismo ayudó a que fichara a uno de sus jugadores míticos, Silvio Piola. Y la leyenda dice que el propio Mussolini se hizo socio del club en 1929. Sus fanáticos más radicales tienen historial de insultos a jugadores negros o judíos, cruces esvásticas y brazos erguidos. Un presidente de los 60, Ernesto Brivio, político del MSI, ex “camisa negra” y colaborador del dictador cubano Fulgencio Batista, contrató al Toto Lorenzo. Sacaron a Lazio de la B, pero un año después Brivio fue arrestado en el Líbano y el Toto se fue a la Roma. En su vuelta a Lazio, en 1968, Lorenzo logró otra vez el ascenso e hizo debutar a Chinaglia. De niño, el grandote había jugado de segunda línea en el equipo de rugby de Lady Marys, de Gales, donde su padre trabajaba en las minas de carbón. Goleador en la B, Chinaglia fue convocado a la selección italiana. Lazio volvió a descender y a subir y en 1972-73, en su vuelta a la A, casi sale campeón en la última fecha. El título llegó la temporada siguiente. El plantel estaba dividido. Tenían dos vestuarios. En uno se cambiaba el bando de Chinaglia. Y en el otro, el de Luigi Martini, un lateral izquierdo que se tiraba en paracaídas en los días francos. Entrar al vestuario equivocado equivalía a una amenaza con una botella rota. Las cuentas se saldaban en los partidos de los entrenamientos de los viernes. Cada cruce era a matar o morir. “Al lado de eso, los partidos de campeonato eran casi amistosos”, contó Martini al periodista francés Stéphane Regy.
El DT Tommaso Maestrelli admiraba el toque brasileño y la dinámica holandesa. Pero no tenía a Pelé ni a Johan Cruyff. La tensión permanente era clave para su equipo de hambrientos desconocidos. Lazio perdía sorpresivamente 1-2 un domingo contra Verona en el Olímpico. Camino al vestuario, apenas terminado el primer tiempo, Chinaglia amagó irse a las trompadas con un compañero. Maestrelli ordenó al equipo que diera media vuelta y volviera al campo a esperar todos parados el segundo tiempo. Lazio terminó ganando 4-2. En un partido contra Inter, Chinaglia pateó en el culo a su compañero Silvio DAmico. La tensión se hizo incontrolable en copas europeas. Un partido en noviembre de 1973 contra el inglés Ipswich Town derivó en una batalla dentro y fuera del campo, que incluyó una salvaje cacería de hinchas ingleses en las tribunas del Olímpico. La UEFA impuso tres años de suspensión, reducida luego a uno. “Acá somos todos fascistas”, respondió Martini en una entrevista. “Éramos el reflejo de una época violenta, casi de guerra civil, y había que definir de qué parte se estaba”, contó años después el arquero Felice Pulici. La patrulla salvaje ganó el título en la última fecha. Chinaglia, con 24 goles, fue el héroe de la coronación. “Im football crazy”, cantaba el goleador en un film de Lando Buzzanca. “Giorgio Chinaglia cantaban sus amigos de la Curva Norte e il grido di battaglia.”
“Chinaglia il canaglia”, como le decían en cambio sus enemigos, volvió a Lazio desde Estados Unidos en 1983. Patrón y presidente. Los hinchas lo aclamaron, pero Lazio cayó a la B y vendió su parte. Meses después la justicia lo investigó por fraude y bancarrota. La vuelta en 2006 fue peor. Se presentó como cara de un misterioso grupo farmacéutico que quería comprar al club. “Los Irreductibles”, la barra brava, amenazó al presidente Claudio Lotito para que vendiera las acciones. Las amenazas telefónicas incluyeron a la esposa de Lotito y a los demás dirigentes y familiares. Los barras terminaron presos, un supuesto financista húngaro pactó pena y Chinaglia, con pedido de captura en Europa, volvió para Miami. Lo acusaron de extorsión, manipulación en el mercado de valores, lavado de dinero y vínculos con el clan de los Casalesi, de la camorra napolitana. “El gigante bueno se rodeó mal y en su ingenuidad se dejó usar por las malas compañías”, explicaron en estos días numerosas crónicas, piadosas a la hora de la muerte. Las crónicas, que lo describen como un futbolista de “tiempos que ya no existen más”, se mezclan con los informes que desnudaron esta misma semana un nuevo escándalo de partidos arreglados en el calcio. Las sospechas rozan a Lazio, entre otros clubes. Enterada de que su equipo iba a menos, la barra brava del Bari, no quiso quedar fuera del negocio. Amenazó a los jugadores para que perdieran más partidos. El dinero de las apuestas ilegales también fue para ellos.
La Lazio de estos tiempos, que hace sólo unos años vibraba con los saludos fascistas del goleador Paolo Di Canio, carga con su vieja historia. “La herencia de Mussolini”, tituló el 17 de febrero pasado un artículo en El País el periodista Jordi Quixano, horas antes de un partido contra Atlético de Madrid. Los insultos en la Web se multiplicaron. Otros recordaron que el actual plantel tiene tres jugadores negros. “Regalaremos al periodista un libro sobre la historia del club”, replicó Lazio en su página oficial. El campeón de 1974, una escuadra de “locos, salvajes y sentimentales, simpatizantes fascistas, pistoleros y paracaidistas, jugadores de azar y bailarines de club nocturno”, según la descripción de Chiappaventi, duró poco. Martini, el enemigo de Chinaglia, fue implicado hace un tiempo en un caso de corrupción como diputado neofascista. Pino Wilson, el principal aliado de Chinaglia en el vestuario, fue condenado por corromper a jugadores para arreglar partidos en el escándalo del Totonero de 1980, que envió a Lazio y Milan a la B. El entrenador Maestrelli murió de un cáncer de hígado en 1976, dos años después del título. Cuarenta y siete días más tarde, el volante Luciano Re Cecconi entró a una joyería bromeando. “Arriba las manos, esto es un asalto.” El joyero lo mató de un balazo en el pecho. Tenía 28 años. Bruno Frustaluppi, acaso el único comunista del plantel, se mató en una autopista a los 47 años. “Long John” Chinaglia, como le decían por su pasado británico, se fue al Cosmos. Quiso destronar a Pelé.
LA NACION