Pasión, de puño y letra: un cuaderno olvidado y una historia de amor

Pasión, de puño y letra: un cuaderno olvidado y una historia de amor

Por Mónica Yemayel
Es la esquina de Sucre y Miñones, en el Bajo Belgrano, alguien dejó un cuaderno sobre el alféizar de una ventana. Se nota que es de otro tiempo. De tapas duras, con espirales, forrado con papel araña. Quien haya sido su dueño lo cuidó como un tesoro. Es lo que se presiente al verlo. Y guarda una historia.
La ochava es bastante famosa entre los vecinos por La Parrilla de la Esquina. Los fines de semana se hacen filas para almorzar al paso y si juega Excursionistas -la cancha está a dos cuadras- el color de la casona antigua se mezcla con el de las camisetas de los hinchas y el barrio se vuelve verde. El cuaderno también es verde. Un verde musgo apenas gastado. Si alguien lo olvidó, ya se ha ido. O tal vez fue un abandono intencional para ser revelado algún día.
Hoy es lunes. El cuaderno es un diario de amor. La carátula dice en el extremo superior izquierdo: “-1942- La paciencia y la tolerancia llevarán nuestro amor a la perfección”; en el extremo inferior derecho: Olguita y Pedrito. El resto es el dibujo perfecto de dos rosas calcadas, los bordes en rojo vivo y un sombreado pálido en el interior.

Olguita escribe con lapicera de pluma, tinta negra, letra perfecta y desesperación. La primera entrada es del 6 de enero de 1942. “Con increíble vertiginosidad ha transcurrido un año desde que vi por vez primera a mi Pedrito. Hoy se han reunido nuestras familias para festejar. Ya es tarde y antes de dedicar unas líneas a este libro confidente me acerco hasta el jarrón de fino cristal cargado de rosas rojas que mi Pedrito me regaló…” ¿Olguita aspira a una felicidad que le exige transformarse? Se debate, dulce y ácida, página tras página, en esa contradicción. “Quise en este primer día de nuestro segundo año ser más tolerante, más buena, más cariñosa, pero hay algo más en mí que me turba…” Por momentos nada parece importar. Pedrito la besa, le regala flores para su jarrón, la libretita de cartera que ella tanto quería. La hace feliz. La última anotación de 1942 dice: “Diario amigo, un sentimiento prima en mi corazón y mi cerebro: ser más buena, más cariñosa, más novia… Los pequeños defectos que aún tengo sabré subsanarlos en este nuevo año. Pienso con infinito regocijo en la dicha que podré brindarle a mi Pedrito siendo como él quiere que sea”. ¿Qué habrá sido de ese amor?
Han pasado un par de horas, pero nadie reclama el cuaderno. Desde el bar La Esperanza, ubicado justo enfrente del alféizar de la ventana, se ve pasar a la gente. Ninguno se detiene, ni busca, ni pregunta. ¿Estará bien seguir adelante? El inicio de 1943 está marcado con otra carátula. Las rosas calcadas con sus bordes en rojo vivo ahora son tres. Un pimpollo y dos más abiertas. La frase elegida dice: “Nuestro amor es tan grande y puro ya que todo lo puede en nuestros corazones”. Se comprometieron en mayo. La última anotación es del 1° de octubre, cerca de la fecha de casamiento: “Qué largos, qué pesados, qué interminables se me van a hacer estos 20 días que faltan para unir mi vida a la de mi Pedrito… Para mi ilusión, que todo me lo pinta de rosado, siempre hay un pero, un sin embargo…”. La frase final del diario, antes de las páginas que quedaron en blanco, dice: “Mi amor hacia mi Pedrito se ha multiplicado indefinidamente y sé con certeza que seré, junto a él, la esposa más querida y feliz”.
Si aún viven, Olguita y Pedrito tendrían que tener más de 90 años. En el bar no imaginan quiénes pueden ser. En la peluquería de la vuelta, tampoco. Los porteros de la cuadra, dos, tres, cuatro, no saben. Pero el portero del edificio de Sucre y Artilleros se imagina quién podría ser Olguita: una mujer que suele caminar a lo largo de Sucre y subir las barrancas para llegar a Cabildo. A veces, se sienta en las esquinas a descansar; seguro que se olvidó el cuaderno sobre el alféizar en alguna de esas pausas. Ella está muy mayor. Y el marido no hace mucho que murió. El portero dice que será fácil reconocerla, que usa vestidos llamativos y sombreros con unas grandes flores tejidas al crochet. Que estos días, por el calor, no se la ve seguido.
Será cuestión de tener paciencia y esperar.
LA NACION