María Rosa Lida, nuestra erudita

María Rosa Lida, nuestra erudita

A 55 años de la muerte de la reconocida hispanista y filologa.
La Argentina no ha producido, en sus dos siglos de nación organizada, muchos hombres que hayan demostrado talento intelectual o artístico en beneficio de la humanidad, reconocido fuera de nuestras fronteras. Otros países, inclusive más pequeños, han tenido más éxito. Es esta una inferioridad que solemos olvidar, pero que resulta obvia cuando nos comparamos con Estados a los que nos une nuestra historia de inmigración masiva paneuropea y nuestra cultura. Menos aún ha producido nuestra sociedad mujeres ilustres conocidas a escala internacional. Entre los primeros, Houssay, Leloir y Milstein, en las ciencias médicas; Borges, en las letras, y Barenboim, en la música, son los nombres que más inmediatamente acuden a mi recuerdo, pero hay, por supuesto, varios más. Entre las segundas, citar nombres se vuelve más difícil. Figuras como las de Victoria Ocampo, Raquel Forner, Cecilia Ingenieros y otras, por respetables que sean, no han influido fuera de nuestro país. Marta Argerich, en cambio, sí ha alcanzado justificado renombre.
Existió también otra argentina excepcional, el centenario de cuyo nacimiento pasó inadvertido en nuestro país hace siete años. En el que corre se cumplen, en cambio, cincuenta y cinco de su prematura muerte y sería triste que volviese a ignorarse. Me refiero a María Rosa Lida de Malkiel, la mayor hispanista y filóloga en la historia de nuestra lengua, conocida y admirada en España y en todas las universidades del planeta donde se estudia su literatura.
I
La erudita escritora fue asimismo una notable conocedora del mundo clásico grecorromano y judaico. Formada en Buenos Aires, también en las técnicas de la escuela filológica de su admirado Menéndez Pidal, en su breve existencia llevó a cabo una obra ingente, muy admirada a su vez por don Ramón, quien viajó a Oxford, desde Madrid, a sus 93 años, para asistir al primer Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, en 1962, con la esperanza, como lo manifestó, de conocer personalmente a María Rosa. No pudo hacerlo, pues, enferma del cáncer del que moriría un mes más tarde, María Rosa debió permanecer en Berkeley, donde vivía desde 1948. Fue su marido, el célebre filólogo ruso Yakov Malkiel, quien, en la Universidad de Oxford, leyó su ponencia, recibida con sentido silencio por el auditorio, consciente de la triste solemnidad del momento.
Fue ironía del destino que María Rosa, así, sin apellido, como la llamaba don Ramón -por ser éste, como explicaba, el tratamiento que se otorga a las mujeres ilustres-, eximia conocedora de dos mil años de la historia cultural europea, desde sus raíces grecolatinas y judías hasta el tardío Renacimiento, no hubiese visitado nunca el Viejo Mundo. Su corta vida transcurrió en Buenos Aires, donde pasó sus primeros 38 años, y luego en los Estados Unidos, junto a la universidad de Harvard, por algunos meses, y, siempre, después, con breves ausencias, en Berkeley.
Sus padres habían emigrado a Buenos Aires poco antes de su nacimiento, el año del centenario, desde Lemberg, en el imperio austríaco, hoy Lviv en Ucrania, con dos hijos varones. María Rosa vivió en su juventud en una Argentina que, pese a sus muchas imperfecciones, supo darle generosamente su alimento intelectual. Alumna siempre brillante, tuvo pronto la buena fortuna de conocer en la Facultad de Filosofía y Letras, y hacerse su discípula, al profesor español Amado Alonso, director del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, quien había sido alumno de Menéndez Pidal. Ello la llevó a abandonar los estudios exclusivamente clásicos, que habían resultado en la abundante cosecha de traducciones y ensayos de su temprana juventud, para dedicarse a la literatura española, principalmente medieval y renacentista.
Alonso no tardó en comprobar las dotes excepcionales de su alumna, que pronto rindieron fruto en el nuevo terreno. Así fue como los trabajos de erudición de María Rosa, publicados a fines de los años 30 y 40, en la espléndida revista del Instituto, sin rival entonces en el mundo hispánico, divulgados por el orbe académico europeo y norteamericano, comenzaron a despertar la admiración de los sabios extranjeros. El erudito Marcel Bataillon recordaría, decenios más tarde, el asombro que sintió ante un largo estudio de María Rosa, vigente y celebrado hoy como entonces, sobre la “Transmisión y recreación de temas grecolatinos en la poesía lírica española”, publicado en la Nueva Revista de Filología Hispánica , de Buenos Aires, en 1939 y ante su apéndice, igualmente famoso, aparecido en Alemania ese mismo año, en pleno nazismo – el nombre María Rosa Lida no delataba su condición judía- sobre la influencia del ruiseñor de Virgilio en la poesía española de la edad de oro. Como explicaba el polígrafo francés, que descubrió el primer trabajo abriendo el ejemplar de la revista llegada de Buenos Aires, no era lo que él había creído posible que proviniese “de las márgenes del Plata”, donde los estudios clásicos no tuvieron nunca la importancia fundamental que se les dio en Europa por varios siglos.
María Rosa desempeñó en la Argentina una actividad académica asidua y notable. De entonces datan sus primeros estudios sobre Juan Ruiz, sobre Juan de Mena y los que publicó poco después con el título La idea de la fama en la E dad Media castellana, que cambiaron para siempre y profundizaron nuestra comprensión de la literatura española. Dio clases en la Facultad de Letras, en el Instituto del Profesorado y en otros lugares, y sus alumnos guardaron siempre la memoria del privilegio que su enseñanza significó para ellos. Recuerdo la admiración que nos transmitía en el Colegio Nacional de Buenos Aires nuestro profesor de castellano, Enrique Pezzoni, por quien había sido su mejor maestra en el Instituto del Profesorado. La actividad docente e investigativa argentina de la joven erudita tuvo un brusco fin, sin embargo, en 1947, con la intervención peronista en la Universidad y el desmantelamiento, para todo fin práctico, del Instituto de Filología, orgullo de la ciencia argentina de entonces. Amado Alonso partió para Harvard a ocupar, por los pocos años que le quedaban de vida, una prestigiosa cátedra en la cual lo sucedería, a principios de los años 50, el hermano de María Rosa, Raimundo Lida.
Para María Rosa, que también debió exiliarse en los Estados Unidos, empezó entonces un período incierto. Por primera vez salía de la Argentina para vivir en una sociedad diferente, donde también se manifestaban prejuicios. No ya el antisemitismo, y el fascismo con salsa local, sino el antifeminismo. Si bien pudo enseñar en Harvard, a la que llegó como becaria, no se le concedió el título de profesora, ni un contrato permanente, pues ambos “privilegios” estaban, entonces, reservados a los hombres. No obstante, tras su casamiento con Yakov Malkiel, a los pocos meses, y su traslado a Berkeley, donde él enseñaba, pudo continuar con sus investigaciones, aprovechando a fondo las magníficas bibliotecas americanas y dictando cursos como profesora visitante en varias universidades por casi tres lustros.
En Berkeley escribió su gran obra, La originalidad artística de la Celestina . Publicada poco tiempo después de su temprana muerte por Eudeba, fue el trabajo original de mayor enjundia que salió de sus prensas. Luego, por muchos años, su viudo continuó difundiendo, con devoción, los estudios que María Rosa dejó sin acabar.
Con su labor, María Rosa Lida de Malkiel cambió y profundizó en múltiples aspectos nuestra comprensión de una de las principales literaturas de la tierra. Ese fue su legado, aliado al encanto de su prosa, de inusual inteligencia, finura y belleza. Debe enorgullecernos que se la venere allí donde se estudia la literatura de España, desde Japón hasta Australia, y que los jóvenes críticos e historiadores españoles se refieran a ella, hoy en día, individualmente, como a “mi maestra”.
LA NACION