29 Apr La yerra, una fiesta para que se luzcan pialadores y enlazadores
Por Gladys Abilar
La yerra, hierra o fierra es un suceso rural de gran connotación durante el cual se desarrollan diversas tareas propias del campo. La principal hace referencia a la marcación del ganado orejano (sin marca de dueño), que se realiza con un hierro al rojo aplicado sobre el cuerpo del animal. Los datos más certeros de esta costumbre se remontan al antiguo Egipto, unos 2000 años antes de Cristo. Luego llegó a Europa, en la Edad Media, y posteriormente a América. Esta costumbre europea fue afinada por la tradición vaquera de Estados Unidos y del norte de México.
La palabra hierra implica tanto el acto de marcar el ganado con hierro candente como la época en que se realiza este evento y también las celebraciones que acompañan el acto, castración -de los machos jóvenes que no se destinarán a reproducción-, desparasitación y vacunación. Tradicionalmente la marca se aplica sobre el anca izquierda, pero hoy se prefiere la mandíbula para no dañar el valor del cuero.
La yerra anuncia un gran acontecimiento en el campo y en la vida del gaucho. Es una ocasión festiva. Algunas veces suelen participar las autoridades municipales, las que otorgarán premios a los jinetes destacados. En zonas muy religiosas el suceso es bendecido por el cura párroco, y se ofrenda la yerra al patrono del lugar.
Es preferible hacerla en otoño, antes de los grandes fríos, y después de los intensos calores para evitar la invasión de moscas, las que suelen embichar la quemadura y las marcas o las heridas de la castración, actividad que frecuentemente acompaña el evento.
Antes del inicio de la yerra, se hace correr la voz con varios días de anticipación para dar lugar a la llegada de los invitados y los curiosos. La noticia cunde a gran velocidad y es común ver a centenares de paisanos de lugares remotos congregados por la ocasión. Los jinetes se preparan, corrigen cinchas y recados, ya que de ellos depende en gran parte el éxito. La escena es pintoresca: se ven fogoneros, marcadores, gente junto al fuego en estado de jolgorio y alerta al mismo tiempo. Siempre ronda el peligro de la bestia al ataque. Los jinetes se muestran emperifollados en sus típicos atuendos, pañuelos atados en la cabeza, chiripás de colores, brillantes camisas, ponchos de vicuña, calzoncillos con flecos, botas de potro con bordados y cuanta pilcha lujosa tenga al alcance. Los mayordomos y capataces, luciendo sus ornamentos de plata y sus espuelas relucientes, se florean en sus pingos controlando las tareas.
La yerra comienza con la arriada de la hacienda al corral. Se ven enormes fogatas donde yacen las marcas candentes. Una vez seleccionados los enlazadores y pialadores, se abre el torneo.
La gente se arremolina en torno del corral, apretujada como piojos de gallina. Una vez elegida la primera víctima se arremete contra ella y el lazo le cae encima, si es vacuno en las astas, si es equino en el cuello. La bestia intentará tercamente liberarse de la atadura. Luego decide embestir. El jinete, hábil en esa contienda, saldrá ileso gracias a atinadas y diestras maniobras. Siempre secundado por otros paisanos a caballo que se lanzan contra la víctima llevándolo al centro del corral.
Sorpresivamente el pialador lo enlaza en las patas y tironea con otro que lo tiene sujeto por las astas. Ya medio agotado, berrea entregándose a manos de los paisanos, que de un empujón lo dejan caer de costado. Uno le pisa el pescuezo, otros proceden a maniatarlo. Forcejean, y al instante aparece el de la marca, que sin titubeo ni compasión le apoya el hierro candente. Luego lo desatan. La bestia se levanta, furibunda, se sacude, se lame la herida y arremete contra la puerta del corral. Resoplando espuma por la boca, gana el campo.
Lo atractivo de la yerra no es tanto el acto de la marcación como el esplendor y la destreza que exhiben los enlazadores y pialadores, y la idoneidad del conjunto.
Al final de la jornada, el patrón -si su condición lo permite- ofrecerá un asado con cuero y suficiente vino para el personal e invitados. Como plato principal se acostumbra servir las criadillas obtenidas de la reciente castración.
Matizado con mate, guitarra y ginebra, se organizan partidos de taba, truco y bochas, mientras los guitarreros, bien curados por el vino, entonan alegres vidalas, cueca, gato y pericón. ¡Y estalla el baile con las paisanitas del lugar!
LA NACION