18 Apr Gajes del oficio: Cris Paul, con manos rápidas y dedos espantosos
Por Scott Cacciola
Chris Paul examina sus retorcidos nudillos y las cicatrices quirúrgicas que forman un pequeño mapa carretero en sus manos. Se ha roto varios ligamentos de sus pulgares y varios huesos de los dedos. Ha tenido que usar yesos y entablillados. Sus manos, sin embargo, son la herramienta imprescindible de su carrera, por espanto que produzca verlas.
“Tengo los dedos más feos del mundo”, afirma Chris Paul, armador de arranque de Los Angeles Clippers, quien se ha ganado desde hace tiempo un puesto entre los mejores defensores de la NBA, con más robos y capturas que ningún otro jugador activo de la liga: 1901 (15° en la historia), y sigue contando. Con nueve partidos All-Star en su haber, Paul bloquea pases y driblea como un maestro. Doc Rivers, su entrenador, ha llegado a la conclusión de que Paul tiene las mejores manos que ha visto en su vida.
“Es un don”, dijo Rivers al ser entrevistado en enero. “¡Sus manos son infernalmente rápidas!”. Tres días después de esa declaración de Rivers, Chris Paul debió pagar el precio de poseer ese don. En un partido contra los Thunder de Oklahoma City, cuando intentaba bloquear una pelota, Paul se lesionó el ligamento colateral ulnar del pulgar izquierdo, que no debe confundirse con el ligamento colateral radial de su pulgar derecho, que también se desgarró mientras se entrenaba para los Juegos Olímpicos en 2012.
En el mundo hay pocos que hayan experimentado en persona la diferencia entre desgarrarse el ligamento colateral radial y el colateral ulnar. Paul es uno de ellos, y según dice, ambos duelen muchísimo.
En cuanto a su lesión más reciente, le hizo perder 14 partidos antes de su regreso, que se concretó el mes pasado. Y aún ahora, mientras los Clippers pelean la eliminatoria, Paul sigue intentando agarrarle la mano nuevamente al juego.
“Todo el tiempo veo jugadas en las que podría alcanzar y robar la pelota”, dice Paul. “Pero la pregunta entonces es riesgo versus recompensa: ¿me animo?”.
Así es actualmente la vida de Chris Paul, que no puede evitar poner en riesgo sus manos. En marzo de 2010, se desgarró los ligamentos de su dedo mayor derecho. En octu- bre de 2015, se fracturó el índice de la mano izquierda. En abril de 2016, se quebró la mano derecha, y sigue jugando a pesar de tener 16 clavos y una placa de metal injertada en la palma de la mano. Y es precisamente la mano con la que lanza.
Mientras tanto, se ha ido convirtiendo en una especie de experto en manos para sus colegas. En diciembre, cuando J.R. Smith, de los Cleveland Cavaliers se fracturó el pulgar derecho, Paul lo llamó para darle consejos de rehabilitación. Cada vez que él se lesiona un pulgar o se tuerce un dedo, el primero que suele llamarlo es Matt Barnes, un ex compañero de equipo que actualmente juega para los Golden State Warriors.
“Matt me entiende porque él también recibe golpes en los dedos todo el tiempo”, comenta Paul, que tiene un promedio de 17,6 encestes, 9,2 asistencias y 1,9 robos de pelota por partido.
El problema para Paul es que depende de sus manos. Como él mismo reconoce, desde el punto de vista de su físico, no es uno de los mejores especímenes de la NBA: mide apenas 1,82 y no llega a los 80 kilos. Paul tampoco es especialmente veloz en la carrera ni salta demasiado alto. En contrapartida, tiene excepcionales reflejos y un talento innato para anticipar los movimientos del adversario.
Paul creció en Carolina del Norte y trabajó duramente para desarrollar su coordinación y velocidad de manos. Dice que no se recuerda sin una pelota entre las manos. También miraba todos los partidos de básquet, estudiaba el dribble y los pases de los jugadores y todos los ángulos que usaban para abrirse espacio. Así fue que llegó a la conclusión de que el número de posibilidades es finito.
Paul logró su primer robo de pelota en la NBA antes de anotar su primer punto en la liga, interceptando un pase errante antes de correr para el enceste. Su carrera profesional acababa de empezar 4 minutos antes. En 2008, marcó un récord de la NBA al lograr 108 partidos seguidos en los que había robado al menos una pelota.
“Me parece que ese récord va a ser bastante difícil de superar”, pronostica Paul.
Su compañero de equipo Jamal Crawford dice que Paul tiene un conocimiento enciclopédico de sus adversarios, gracias a su experiencia y a su incansable estudio y análisis de partidos grabados. “Él se adelanta al juego”, apunta Crawford.
El jugador Metta World Peace, un veterano delantero de los Lakers de Los Ángeles y ex defensor del año, habla del “hambre” de Paul, ya que son pocos los jugadores más capacitados y ávidos por recuperar la pelota cuando su equipo la pierde. “Yo me ocupo de recuperarla”, asegura Paul. “La quiero. ¡La quiero!”.
Pero Paul dice que nadie tiene mejores manos que Brevin Knight, armador retirado en 2009 que actualmente trabaja como analista de juego de las transmisiones televisivas de los Grizzlies de Memphis.
Ya de chico, Knight sabía que la única manera de ganarse un lugar en las mejores canchas cerca de su hogar en Nueva Jersey era siendo un excelente defensor.
“Como era más bien bajito, tenía que encontrar la manera de que me eligieran para jugar y no quedarme sentado en el banco todo el partido”, sostiene Knight. “Y eso me quedó desde esa época”.
“nunca fui el jugador más atlético de todos. siempre tuve que esmerarme en entender de antemano hacia dónde iban con la pelota” chris paul
Knight se describe como una “persona de tendencia”. Estudia qué hace cada adversario con la pelota cuando está en su poder, para luego prever lo que hará en otras oportunidades. Y señala que Paul es igual.
“Paul tiene la capacidad de mirar de afuera, como si no estuviera involucrado en la defensa, pero realmente sí lo está”, analizaKnight. “Es su manera de hacerle creer al contrincante que la tiene fácil y que puede avanzar sin problema”.
Ya retirado, Knight ha descubierto que sus buenas manos –además de su excelente visión periférica– le siguen siendo útiles durante la transmisión de los partidos. Cada tanto, una pelota perdida va a parar a la mesa desde la cual junto a Pete Pranica relatan el juego de los Grizzlies. Knight siempre trata de salvar en primer lugar a Pranica, y en segundo orden el monitor que los acompaña. “Primero lo salvo a Pranica. Pueden reemplazar un monitor”.
Rivers también sabe de defensa. Durante los 13 años de su carrera como jugador, robó 1563 pelotas y destrozó su principal herramienta profesional. “Miren mis dedos”, indica Rivers, mientras extiende las manos y se las queda mirando como si las hubiese vuelto a armar Picasso.
Rivers ponía constantemente en peligro sus manos. Se describe como un “alcanzador”. Se estiraba para alcanzar pelotas perdidas y desvíos. Se estiraba para meterse en la sección media de los armadores adversarios, cometiendo un promedio de una falta por cada 9 minutos de tiempo de juego. Paul, por su parte, tiene un promedio de una falta cada 14 minutos.
“Es impresionante que logre robar limpiamente tantas pelotas”, se sorprende Rivers.
Pero no es inmune a los riesgos laborales. Una de las más devastadoras lesiones que sufrió Paul ocurrió en abril del año pasado, contra los Portland Trail Blazers en la primera rueda de los playoffs. Paul usó sus manos para evitar que el jugador de Portland Gerald Henderson se alzara con la pelota que le había servido. El problema fue que a Chris se le quedó enganchada la mano derecha en la remera de Henderson. Logró hacer un rápido movimiento en sentido contrario, pero el daño ya estaba producido: se había roto el tercer metacarpo de la palma derecha. Sin Paul, los Clippers perdieron los dos partidos siguientes y quedaron eliminados. “Nos dimos cuenta no bien lo vimos desde los laterales. Entendí lo que había pasado porque yo hacía lo mismo cuando jugaba”, confesó Rivers.
Esta temporada ha implicado un nuevo ejercicio de perseverancia para Paul, que se esguinzó el pulgar izquierdo en una práctica de pretemporada. Más tarde, en enero de este año, se volvió a lesionar tras un choque con Russell Westbrook, de los Thunder.
“Traté de sacármelo de encima porque ya me había lastimado el dedo mil veces”, recuerda Paul. “Pensé que así el dedo iba a estar mejor, pero lo veía muy hinchado. Me di cuenta de inmediato que me había desgarrado”.
Tras varias semanas de apretar una pelotita para devolverle la fuerza a su pulgar, Paul regresó recientemente a la cancha. Y es allí donde quiere quedarse. “Simplemente voy a tratar de sacar las manos del medio.”
LA NACION