24 Mar “Vivir el presente, la consigna que suma detractores”
Por Laura Marajofsky
Es sin dudas el mantra que la gente más repite como consejo cuando uno está estresado o preocupado por algo: “vivir el presente”, “estar en el momento”, “soltar”, puede parafrasearse de distintas maneras pero todo apunta a lo mismo. La filosofía de época parece ser entonces saborear el instante dejando ir el pasado como una mochila pesada que es mejor sacarse de encima. Los nuevos gurús del lifestyle lo señalan como algo imprescindible, los educadores pretenden incluirlo en los programas a través de clases de mindfulness, mientras que las estrellas de Hollywood lo practican y algunos médicos lo recomiendan. Sin embargo, ¿qué hay detrás de esta apelación marketinera? ¿Acaso intentar mantener nuestra mente en el presente o dejar ir todo aquello que nos estresa es siempre la mejor estrategia?
En todo el espectro de significados detrás de la consiga, la vertiente que quizás tenga más adeptos es la del mindfulness. Desde esta disciplina, se propone el ejercicio de “acallar la mente”. Si bien es habitual escuchar acerca de las virtudes que trae en relación a la salud, existe evidencia que relativiza su publicitado impacto. Ruth Whippman, autora del reciente libro America the Anxious: How Our Pursuit of Happiness is Creating a Nation of Nervous Wrecks, cita un hallazgo del Agency for Healthcare Research and Quality en los EE.UU. que analizó cerca de 18.000 estudios distintos sobre la meditación y mindfulness, y no encontró mejoras significativas en quienes lo practicaban. Aunque se supone que la disciplina puede traer pequeños beneficios en comparación con no hacer nada, cuando se lo compara con casi cualquier otro ejercicio o técnica de relajación las personas no sólo no tienen una mejor performance, sino todo lo contrario.
Whippman, una escritora británica emigrada de la lluviosa Inglaterra a las playas de California, se dedicó a estudiar la obsesión americana con estar feliz todo el tiempo. Desde su libro despotrica contra la retórica del Be in the moment explicando que esto constituye una pequeña parte de lo que es la gran industria de la autoayuda que hoy invade aulas, oficinas y llega hasta los ámbitos estatales, y que ahora está abocada a generar “productos para el mindfulness” y otros servicios que mueven miles de millones al año. Asimismo, Whippman esgrime un intrigante argumento respecto de nuestra capacidad como seres humanos para apreciar el paso del tiempo y sus ramificaciones.
“Una de las características más geniales del cerebro humano es la habilidad de contemplar el pasado, presente y futuro, y sus alternativas imaginarias en simultáneo, por ejemplo, permitirnos paliar el tedio de lavar los platos transportándonos mentalmente a Bangkok (…) Esto es lo que diferencia a los humanos de los animales, que podemos salir mentalmente de lo que sea que está sucediendo ahora y asignarle contexto y significado”.
Si lo que nos hace únicos es esta capacidad proyectiva, ¿por qué estar vigilando recelosamente que nuestras ideas no viajen alternativamente al pasado, presente y futuro? Es sabido que una de las cosas que más placer nos da es precisamente anticipar. ¿Por qué escindir el plano imaginario o de pensamiento abstracto para focalizarnos en lo meramente cotidiano? A su vez, las historias que nos contamos, como detalla Dan McAdams, profesor de psicología en la Universidad de Northwestern “no reflejan simplemente nuestra personalidad, son personalidad, o más específicamente partes importantes de nuestra identidad, junto con predisposiciones, metas y valores”. En definitiva, somos las historias que nos contamos -y creemos-, y que no serían posibles sin esta capacidad para trasladarnos en el tiempo, modelar y fantasear. Si la solución de todos los problemas es simplemente respirar y vivir el momento nos estamos perdiendo de utilizar las herramientas con las que venimos equipados y que nos permiten ver un contexto de forma más rica y crítica.
Por todo esto, la crítica de Whippman es más que oportuna, en particular, en un momento en que la búsqueda de la felicidad o la tranquilidad -cual santo grial moderno- parece volverse un imperativo que nos está haciendo cada vez más miserables.
A veces no se trata tanto de tener nuevas ideas, sino de dejar ir las viejas. O mejor dicho, hace falta ver las cosas de otro modo para generar nuevas conexiones. Esto es lo que parece haber hecho la psicóloga Kelly Mcgonigal, quien se dedicó durante más de diez año a luchar contra el estrés -y demonizarlo-, y que luego de diversos estudios entendió que todo su sistema de creencias estaba simplemente equivocado en relación con el tema. Lejos de quedarse sentada, Mcgonigal emprendió una cruzada para cambiar nuestra visión del estrés -con una excelente charla de TED incluida- y hoy enseña a reconnotarlo y repensar la respuesta que tenemos ante el mismo como variable provechosa. “Algo que he estado enseñando durante la última década está haciendo más daño que bien. He dicho que el estrés nos enferma, he convertido el estrés en el enemigo. Sin embargo, hay evidencia que señala que cómo lo pensamos puede hacernos más saludables. La ciencia dice que cuando cambiás lo que tu mente piensa, podés cambiar la respuesta de tu cuerpo ante el estrés”.
Mcgonigal tiene dos aspectos sobresalientes para resaltar acerca de las virtudes del estrés en cantidades moderadas: la función de preparación ante un reto y, por otro lado, la faceta social del estrés. La oxitocina que se libera cuando estamos estresados es fundamental porque resulta que es una neurohormona que nos hace buscar contacto físico, mejora la empatía y la disposición a ayudar a otros. “Otro aspecto infravalorado del estrés es que nos hace sociales. Lo que la gente no sabe es que esta hormona es parte de la respuesta al estrés y es lo que nos motiva a buscar apoyo. Cuando la vida es difícil tu respuesta al estrés quiere que te rodees de gente que se preocupa por vos”, explica la psicóloga.
Esta visión que no sólo desafía la noción tradicional de que toda tensión o preocupación excesiva es nociva, y nos invita a pensar que es nuestro cuerpo ayudándonos a estar a la altura de los desafíos y regenerándose. También constituye una apelación al hecho de que ayudar y comprometerse con la vida, a la larga, crea resiliencia. Algo a tener en cuenta hoy ante el tan mentado “soltar” que se suele prescribir cuando una relación/trabajo/situación se vuelve estresante o la complejidad asalta. Whippman plantea que es siempre más fácil y barato decirnos que las cosas no funcionan porque estamos estresados o vivimos en el pasado, antes que ponernos a solucionar activamente nuestros problemas.
“Desde lo psicológico el individuo tiene una responsabilidad subjetiva respecto del curso de su vida. A más recursos disponibles, más es la expectativa de que tenga la capacidad de implicarse subjetivamente con lo que padece. Pero las intervenciones terapéuticas apuntan a que uno logre apropiarse de su toma de decisiones y deje de depositar en otras causas la raíz de sus acciones”, cierra la psicóloga Teresa Crivaro.
LA NACIÓN