La vida de los aborígenes con discapacidad

La vida de los aborígenes con discapacidad

Por Alejandro Rojo Vivot
En la actualidad, en muchos países, viven comunidades aborígenes que son los legítimos descendientes de los pobladores originarios de sus respectivos territorios. Esto es una cuestión focal que debe ser tenida particularmente en cuenta. Asimismo, dichas comunidades mantienen en bastantes casos, aunque sea parcialmente, una forma de existencia peculiar cuyas raíces se remontan a siglos pasados. Es clave el respeto a los valores culturales, las perspectivas y tradiciones propias dentro del proceso general donde la diversidad es un valor fundamental.
En las comunidades aborígenes también existen personas con discapacidad, aunque parecería que rara vez son tenidas en cuenta.
Recuérdese que, en muchos casos, las graves situaciones socioeconómicas de estos grupos poblacionales, las enfermedades, la mal nutrición y las condiciones sanitarias generales pueden aumentar notoriamente las tasas de mortalidad y discapacidad por causas evitables.
Asimismo, la asidua falta de atención por parte de los poderes públicos, quizá por ser considerados electores políticamente marginales, hace que las posibilidades de mejorar las condiciones de vida queden libradas a los pocos recursos de cada comunidad o a la ayuda externa, muchas realizadas a distancia o en forma esporádica, y la mayoría de las veces con criterios que poco respetan los factores culturales y geográficos.
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A lo anteriormente expresado debemos sumar, sin duda, las comunidades aborígenes al listado de preocupaciones principales de los especialistas que, frecuentemente, ven acaparada la mayor parte de su atención por lo urbano. Desde luego que existen excepciones de real valía.
A mi entender, otro tanto le corresponde a muchas entidades representativas de las personas con discapacidad, pues rara vez se han ocupado de incluir como propio lo que les sucede en este sentido a las comunidades aborígenes. Nótese, al respecto, cómo incongruentemente bastantes organizaciones nacionales y regionales (federaciones, entes coordinadores, entre otras) que abogan por la equiparación de oportunidades de todos los habitantes con deficiencias motoras, mentales, sensorias, etcétera parecerían, frecuentemente, olvidar que parte de ese todo poblacional son aborígenes con sus, al menos, culturas y peculiaridades específicas.
Es dable puntualizar que no es mi intensión ni siquiera bosquejar un recetario de acciones, pues cada grupo aborigen sabe muy bien cuál es su situación general y en particular la de sus miembros con discapacidad. Pero, seguramente, la prevención deberá figurar en primerísimo lugar dentro de los específicos contextos culturales evitando, en todo lo que sea posible, cualquier estrategia que incluya el desarraigo o la desnaturalización de las pautas de vida reconocidas como válidas por cada comunidad. El respeto a la cultura es una cuestión principal para favorecer el desarrollo integral y el punto de base inexcusable para la interacción social.
Por otro lado tengamos presente que el respeto a la condición humana rechaza cualquier atisbo discriminatorio: “Toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.
La discriminación es uno de los principales problemas que se enfrentan las personas con discapacidad en general. ¿Qué sucede en las comunidades aborígenes en ese sentido? ¿Cómo se manifiesta el aberrante prejuicio en poblaciones urbanas donde, muchas veces, los aborígenes son discriminados por su condición de tal? La doble discriminación agrava notablemente la cuestión y genera conductas de menoscabo complejas, que afectan notoriamente a los individuos que las padecen.
Cuestiones para indagar y reflexionar. Las cosmovisiones aborígenes y los valores y las prácticas culturales ancestrales de respeto a la condición humana nos orientan en la tarea de profundizar evitando, desde luego, la homogeneización como si la diversidad pudiera ser un patrón uniforme en sí misma.
Sostener que la política es el accionar de la ética quizá para algunos sea motivo de sonrisa o lo vean como el estertor final de una aspiración ilusoria, pero mientras tanto, miles y miles de individuos con discapacidad, lejos están de ejercer plenamente los derechos más elementales promulgados por las respectivas constituciones para todos los habitantes de cada país.
¿Cuántas personas con discapacidad que viven en comunidades aborígenes podrían no tenerla si se realizaran extensamente programas de prevención? ¿Cuántas personas con deficiencias miembros de comunidades aborígenes podrían desarrollarse plenamente si se implementaran extensamente programas de habilitación y rehabilitación?
En síntesis, por lo menos dos cuestiones clave: el involucramiento activo de los aborígenes con discapacidad y la consulta previa respetando los valores culturales son aspectos inexcusables de una política integral de promoción humana.
“La participación de las poblaciones indígenas en la planificación, ejecución y evaluación de los proyectos que tengan consecuencias en sus condiciones de vida y en su futuro. Para lograrlo se realizarán y celebrarán consultas con organizaciones de poblaciones indígenas.
Promover la conciencia de la población sobre la situación de las poblaciones indígenas y el peligro que corre su existencia. Esto se realizará a través de celebraciones, reuniones y otras actividades culturales y de promoción, así como mediante la difusión de información por los medios de comunicación.”
LA NACION