La alegría de acompañar a los enfermos

La alegría de acompañar a los enfermos

Por Candelaria Cerutti
Era un viernes a la noche luego de haber ido a cenar con su marido cuando Valeria Terzolo sintió que debía dejar lo que estaba haciendo e ir al Hospice San Camilo, un lugar para enfermos terminales que no necesitan estar internados, pero que no tienen casa donde ir o que están solos, y donde ella ayudaba en sus ratos libres. “Son esos llamados que uno no puede explicar, pero sentí que me tenía que ir. Fui al Hospice, me acosté al lado de la cama de una de los huéspedes y sin que me lo pidiera, le toque la guitarra como tanto le gustaba que hiciera. No me preguntes en qué momento, pero cuando terminé la canción ya había fallecido”, contó Valeria, voluntaria del Hospice, que hace más de seis años dedica gran parte de su tiempo al cuidado de enfermos. “Le puse la mejor ropa y la llevamos a la capillita para despedirla. Si la gente pudiese ver con la paz con la que esa mujer se fue, al igual que todas las personas que pasan por acá, entendería que trabajar con enfermos no es sinónimo de tristeza”, agregó Terzolo.
Son varias las personas que, al igual que Terzolo, no son médicas ni enfermeras, pero aun así, voluntariamente, dedican gran parte de su vida a acompañar a personas con problemas de salud. Agustina Garavento, Ethel María Hirschel, Cristina Presa, Silvia Arreghini y Mario Furman, colaboradores de la Fundación Flexer, del Movimiento Schoenstatt, de Cáritas, de Dale Vida y la casa de Rondald Mc Donald respectivamente, no dudaron en desmitificar la idea de que rodearse con enfermos es triste y genera un clima depresivo: todas contaron lo alegre y gratificante que es acompañarlos.
Como-comprender-y-acompañar-a-los-pacientes-en-fase-terminal
“Muchas veces vengo de mal humor, enojada por cosas de la vida, y cuando salgo del Hospital de Clínicas, no me preguntes por qué, me olvido de todo: me llena el corazón hacer esto -contó Ethel María Hirschel, de 81 años, integrante del Voluntariado de María, que forma parte del movimiento de las monjas de Schoenstatt, que visita el Hospital de Clínicas una vez por semana-. A los enfermos los ayudamos desde dándoles cosas materiales como ropa hasta haciéndoles compañía. Muchos están solos, entonces de alguna manera nosotras somos su familia. La mayoría necesita un oído para contar sus cosas o una mano que los sostenga mientras la enfermera les da la inyección.”
Acompañar a los enfermos para que no se sientan solos, de eso se trata. “El principal desafío que me propuse cuando empecé con esto era darles unos minutos de alegría a los que no tienen a nadie que los cuide. Con que cada vez que voy al hospital logre que uno me sonría, ya me voy contenta”, contó Cristina Presa, docente jubilada de 65 años, que participa del voluntariado de Cáritas, que visita el hospital Fernández todos los viernes.

Estar para los padres
Pero no se trata sólo de estar para los enfermos, sino también para los padres. Hay pacientes que están períodos muy largos en tratamiento, por lo que hay familiares que están más tiempo en hospitales que en su propio hogar. Así, las voluntarias también generan vínculos con ellos e intentan acompañarlos para hacer que el camino sea un poco menos doloroso no sólo para los enfermos, sino para ellos también.
Mario Furman, ex juez de la Nación de 64 años, entiende mejor que nadie lo importante que es que los padres se sientan acompañados. Él, junto con su mujer tuvieron que vivir 45 días en la casa de Rondald Mc Donald de Estadaos Unidos porque uno de sus hijos- hoy ya recuperado- tuvo que ser tratado por un cancer avanzado.”Muchas veces la familia necesita más contención que el propio enfermo. Por mi experiencia yo me veo en la obligación de acompañar a los padres y de transmitirles la idea de que al final del camino siempre hay una luz de esperanza”, contó Furman, quien hace más de 11 años colabora todos los martes en la casa de Rondald Mc Donald ubicada en el Hospital Italiano de Buenos Aires que alberga familias del interior del país con hijos en tratamientos médicos prolongados por cáncer, trasplantes u otras patologías de alta complejidad.
“Muchas veces los padres te hablan y se quedan contándote cosas por horas. Es lógico que necesiten descargar y ahí también tenemos que estar nosotros dándoles una mano”, contó Garavento, de 22, estudiante de Ingeniería Química, que hace dos años es voluntaria de la Fundación Flexer, que acompaña a niños con cáncer. Por su parte, Silvia Arreghini, comerciante, voluntaria y fundadora de Dale Vida -fundación que promueve la donación de sangre en el hospital Ricardo Gutiérrez y además tiene una biblioteca rodante para los enfermos del mismo- contó: “El vínculo que se genera con los padres es muy fuerte. Hay chicos internados acá por meses, entonces nosotros además de ayudar a los enfermos intentamos asistirlos a ellos también”.
Hacer más placentera la estada de los pacientes y los familiares parecería ser uno de los principales objetivos que se proponen las voluntarias que ayudan a las personas que tienen problemas de salud. Aun así, según contaron las entrevistadas, la principal meta es otra: transmitir alegría.
“Al Hospice vienen huéspedes con enfermedades en la etapa terminal fuera de tratamiento. Lo único que reciben todos los días es amor, cariño y alegría. Les contamos cuentos, les damos besos, abrazos; todo para que puedan irse a la otra vida en paz”, contó Terzolo. En la Fundación Flexer también tienen el mismo objetivo. “Nosotros venimos a jugar y hacer que los chicos pasen un momento de alegría. No está el fantasma de la enfermedad dando vueltas ni se habla de eso. Son unas horas donde uno viene a dejar todo para hacer que ellos estén felices”, contó Garovento.
Dejan todo, pero a cambio de mucho. “Lograr que un paciente que no se movía abra los ojos y te sonría te da una satisfacción inexplicable”, contó Hirschel. Por su parte, Arreghini agregó: “Esas sonrisas y el agradecimiento de los padres son mimos que hacen que valga la pena lo que hacemos y te da fuerzas para seguir adelante”.

Aprender a decir adiós
Si bien es muy gratificante ayudar a los enfermos, todo lo bueno tiene su lado malo o menos satisfactorio -como prefiere llamarlo Hirschel-, y ése es el momento en el cual alguno de los pacientes muere. “Hace un tiempo falleció una nenita con la que me había encariñado mucho. Es un momento muy duro y triste, pero también hay que entender que es parte de la vida y hay que ponerse contenta porque hasta los últimos días hicimos todo para que estuviera feliz”, contó Garavento, que comentó que en la Fundación Flexer hay psicólogos no sólo para los familiares y enfermos, sino también para los voluntarios que lo necesiten. La casa de Rondald Mc Donald también cuenta con un equipo de psicólogos al servicio de los colaboradores. ” El 95 por ciento de los chicos con lo que tratamos a diario son pacientes muy graves, es así que más de una vez nos hemos llevado una terrible desazón porque mueren nenes con los que teníamos un vinculo muy fuerte; yo he aprendido a llevar adelante este tipo de situaciones, pero no es nada fácil”, contó Furman.
Por su parte, Terzolo dijo: “Yo vivo la muerte como algo natural: nuestro trabajo es el de soltarles la mano en esta vida para que se la tomen en la otra”.
Si bien todos los entrevistados vienen de mundos, edades y profesiones diferentes, afirmaron que sienten que colaborar con los que más necesitan es una manera de dar gracias y devolver de alguna manera lo que la vida les dio. “Tengo un cadena perpetra de agradecimiento por lo que hicieron por nosotros cuando estuvimos 45 días en la casa de Ronald Mc Donald de Estados Unidos”, contó Furman. También es para Hirschel una forma de devolver todo lo que tiene: “Qué mejor manera de agradecer que hacerlo dando amor”, expresó
En definitiva de eso se trata: de brindar amor. Aun cuando los médicos dan el peor panorama y dicen ya no hay nada por hacer, ellos apuestan a la vida y muestran que sin duda siempre hay algo más por hacer.
LA NACION