Hombres esquizoides del siglo XXI

Hombres esquizoides del siglo XXI

Por José Bellas
A mediado de enero falleció Mark Fisher. El crítico, teórico y escritor inglés tenía 48 años y en el último par de años, milagrosamente, dos de sus trabajos, en edición física, habían sido publicados por la editorial local Caja Negra. Uno, la colección de escritos de varios autores sobre Michael Jackson “como síntoma” (tal la premisa de Fisher al compilar), titulado Jacksonismo. El otro, Realismo capitalista ¿no hay alternativa?, su esmerada discusión no sólo contra el infame eslogan de Margaret Thatcher en los ‘80 sino también contra la pasividad del fin-de-las-ideologías-post-todo del debate de la economía global y sus consecuencias.
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Se puede decir que Fisher hizo todo lo que estuvo a su alcance para dialogar con el siglo XXI, con mejores motivaciones, y sin la zoncera de red social que etiqueta de “fin del siglo XX” a cada muerte célebre reciente y frecuente. Primero, en los ‘90, integrando el equipo de Cybernetic Culture Research Unit, un colectivo interdisciplinario de la facultad de Filosofía de la Universidad de Warwick. Luego, siendo uno de los pioneros del “blog de autor” con su incisivo K-punk, al que sostuvo hasta 2015 con textos sobre música, política, arte, economía, salud mental, tecnología, filosofía y literatura. Y después, como lo despidió su amigo David Stubbs, “ingresando sin complejos ni temores en la niebla que podía proponer cualquier temática y las nuevas éticas que componen el milenio”. Podía escribir con rigor académico, pero también extenderse en una serie de consideraciones sobre Off The Wall, su álbum favorito de Michael Jackson, que todavía hoy se deslizan ante las retinas como los pasos del Rey del Pop: “En este disco, Quincy Jones y Michael Jackson construyeron una suite de canciones que hizo para la cultura negra de fines de los ‘70 lo mismo que las novelas y relatos de Scott Fitzgerald habían hecho por un momento americano anterior más blanco y más pudiente: lograron que las frágiles evanescencias de la juventud y la danza se transformaran en bellos mitos, enlazados con fabulosas añoranzas que no podían ni contener ni agotar”. Es probable que estemos en la víspera de su reconocimiento y que su último libro, The Weird and The Eerie, editado hace un mes, se transforme en un modesto best seller.
¿Y acá? ¿En qué siglo estamos? Se prohiben las raves y la reducción de daños sigue siendo un tabú. Si Chano se interna, lo transformamos en consumo irónico de un tema (la salud) con el que con ningún otro artista se jode. Si La Beriso toca en River, a la mitad menos uno de la patria rockera le parece que tocamos fondo y a la mitad mayor le cuesta reconocer pueda haber tres o cuatro grupos más para conocer e investigar, aparte del que ya les gusta.
El cinismo y la falta de curiosidad son dos motores que ralean a la escena local. Cuando no es el “lo he visto todo” (y lo ejerce una minoría absoluta) es el “sigo a xxx a todas partes”, la reverencia ciega y acrítica, que aplicada al rock es mucho menos generosa que en el futbol, porque ahí al menos tenés la incertidumbre y la adrenalina del resultado, y acá la promesa terminal de un setlist que se repite sin solución. Por eso es que los festivales deberían ser una instancia mucho más didáctica de lo que realmente se propone. Nunca nadie dijo que está prohibido ir ponchando cinco o seis temas de cada propuesta, aunque sea una libertad que no se estaría tomando como posibilidad.
El mes que viene, tres festivales de distintas magnitudes y ciudades y con diferentes propuestas, ofertarán viejos y nuevos sonidos. El 11/2, en San Pedro, el Festival Ruido Chancho aglutinará el extenso catálogo del sello que lo nombra. Y en el mismo fin de semana, el Cosquín Rock cordobés (25, 26 y 27) y el porteño Festipulenta (del 24 al 27 en el CC Matienzo) alumbrarán modos y formas del rock local. En ninguno de los tres casos se repetirán bandas. ¿Qué tal si intentamos cotejar nuestros gustos y prejuicios por un rato? No hay pérdida posible.
CLARIN