08 Mar Hijos sí, casarse no: nueva tendencia
Por Soledad Vallejos
Conviven, deciden formar una familia y tener hijos, pero todo sin contraer matrimonio. Según las últimas estadísticas oficiales disponibles, siete de cada diez bebes porteños son hijos de padres que no están casados.
De los 44.030 bebes inscriptos en el Registro Civil de la ciudad de Buenos Aires entre enero y junio de este año, sólo 14.245 tienen padres unidos en matrimonio. El resto, que suman 29.785, nació de parejas que no se unieron ante la ley o de mujeres solas.
La tendencia creció en la última década, aunque se trata de un fenómeno social que tiene réplicas en todas partes del mundo. Según indican los expertos, se puede hablar de un cambio cultural y generacional que tiene como fuertes protagonistas a los jóvenes que rondan los 35 años.
En Europa, los precursores fueron los países nórdicos y Francia, que se puso a la cabeza en los años 70. En España, por ejemplo, uno de cada tres bebes nace hoy fuera del matrimonio, y el dato ya no asombra a nadie, según publicó recientemente el diario El País en una nota. “Hace 40 años, tener hijos fuera del matrimonio o de madres solteras tenía una condena social. Atravesar por el Registro Civil, además de legalizar la unión también la legitimaba. Hoy esto no es así. Existe una alianza mucho más fuerte que es la del compromiso de la pareja, que no necesita legalizar su condición para legitimizarla”, explica Cristina Castillo, psicoanalista y docente del Centro Dos.
Según la especialista, las estadísticas del Registro Civil confirman la transformación que ha tenido el matrimonio como institución a lo largo del tiempo. “Hubo una evolución del sistema de pareja. De hecho, para muchos jóvenes esa instancia de convertirse en familia sobreviene con la llegada de un hijo y no con la libreta de casamiento. Es más, las parejas actuales suelen hacer una fiesta para legitimizar su unión, pero sin pasar por el Registro Civil ni la Iglesia”, dice Castillo.
Pero hasta no hace mucho, la situación era inversa. La tendencia de la que hoy dan cuenta los datos del Registro Civil porteño comenzó hace 15 años. En 1994, por ejemplo, las estadísticas indicaban que había 58 hijos de padres casados por cada 42 extramatrimoniales. Sólo desde 2001 los hijos extramatrimoniales son mayoría en la ciudad de Buenos Aires.
De un estudio elaborado por el Registro Civil porteño, que clasificó los nacimientos por comuna durante los dos últimos años, se desprende que, de las 15 circunscripciones que agrupan los distintos barrios, la mayor cantidad de hijos de padres sin libreta roja se inscribió en los registros civiles de la comuna 1, integrada por los barrios de Retiro, San Nicolás, San Telmo, Monserrat, Puerto Madero y Constitución.
Sin deudas pendientes
“Para mi el matrimonio no representa nada. Más bien creo que es una norma demasiado rígida y que no tiene que ver exclusivamente con el amor, sino que se trata de un contrato entre partes -opina María Botinelli, de 33 años y en pareja desde hace más de diez con el padre de su hijo Tomás, de tres años-. Siempre estuvo en nuestros planes ser padres, pero nunca el casamiento. La verdad no es un tema que me preocupa y, cuando mi hijo crezca, sé que ningún compañero se extrañará de esa situación, más bien todo lo contrario. Seguramente, los no casados seremos mayoría en el futuro”.
Este fenómeno que los especialistas denominan como “generacional” también lo confirma la impresión de Botinelli, quien reconoce que, aunque el casamiento no es una deuda pendiente para ella, a sus padres les gustaría que se casara, “pero -asegura- aceptan con normalidad mi decisión”.
Con dos hijos y casi diez años de convivencia, Florencia Keller y su “marido” (así confiesa llamar a su pareja a pesar de no estar legalmente unidos) ya desistió de la idea de pasar por el Registro Civil. “Dicen que, en general, las parejas se casan antes de tener hijos o después del primero. Nosotros ya vamos por el segundo y creo que el marco de formalidad del que muchos hablan al referirse al matrimonio para nosotros son nuestros hijos. Como padres, revalidamos nuestro compromiso”, dice Florencia, aunque reconoce que debió recurrir al certificado de convivencia para otorgarle a su pareja los mismos derechos que en un matrimonio en cuanto a la obra social y la posibilidad de tramitar un crédito “para comprar la casa”.
Sobre este punto reflexiona Carlos Camean Ariza, director del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral. “Antes, la vida en matrimonio suponía una unión para siempre. Hoy, pareciera ser que lo único que une a una pareja son los hijos. Lo que se ha roto es la relación vincular entre el hombre y la mujer y el compromiso se traslada a una tercer persona, ese hijo en común”.
Algunas de las razones de este fenómeno, según Camean Ariza, están arraigadas en la “teoría del individualismo, la autonomía económica de la mujer, que dice ?yo puedo hacer esto sola’ y la desvalorización de la institución del matrimonio como tal”.
La igualdad civil y jurídica de la que gozan los hijos al margen de cuál sea el estado civil de los padres también se asume como otro argumento de esta tendencia.
“Además, los que hoy apuestan por tener hijos sin casarse son hijos, en muchos casos, de padres divorciados, que han vivido peleas feroces entre sus progenitores y no quieren repetir esa historia”, apunta Cruppi.
Una “transacción”
Sin embargo, Camean Ariza ofrece otra visión de los hechos y postula que “en una pareja no basta con un apretón de manos como voto de confianza y compromiso para toda la vida. Es como si uno fuera a comprar una casa sin firmar ningún tipo de documento legal. Hoy parecería que es más importante una transacción inmobiliaria que un contrato matrimonial. Es cierto que un hijo goza de los mismos derechos civiles independientemente del estado civil de sus padres, pero no tienen la garantía de la permanencia de ese vínculo”, sostiene el especialista, que considera como una contradicción la tendencia a certificar la convivencia ante la ley o las uniones civiles, en alza desde su creación, desde 2007.
“Pasan por la autoridad del Estado porque lo necesitan pero, en términos concretos, es exactamente lo mismo. El problema radical es la desmotivación, la desvalorización creciente del vínculo entre el hombre y la mujer, que debilita la raíz de la familia como institución”.
LA NACION