06 Mar Estrenos de cine para ver esta semana
Cine de superficie sobre temas espinosos
Por Javier Porta Fouz
El viajante (Forushande, Irán-Francia, 2016) / Dirección: Asghar Farhadi / Guión: Asghar Farhadi / Fotografía: Hossein Jafarian / Edición: Hayedeh Safiyari / Música: Sattar Oraki / Elenco: Taraneh Alidoosti, Shahab Hosseini, Babak Karimi, Farid Sajjadi Hosseini, Mina Sadati, Sam Valipour / Duración: 125 minutos / Calificación: apta para mayores de 13 años con reservas / Nuestra opinión: muy buena
El iraní Asghar Farhadi ha conseguido dos Oscar a la mejor película extranjera -entre muchos otros premios- en apenas cinco años. El viajante comparte con su otra oscarizada -La separación- una tensión argumental fuerte, la cámara nerviosa cercana a los personajes, el montaje veloz, áspero, cortante. Ambas películas se siguen con interés, incluso con angustia. En El viajante estamos ante una pareja que debe abandonar su departamento por riesgos de derrumbe: las paredes resquebrajadas anuncian simbólicamente lo que viene. Ambos actores de teatro (él, además, es docente) están no solamente sin casa, sino además en los ensayos finales de La muerte de un viajante, y un compañero les ofrece un departamento del que se acaba de ir una inquilina anterior, aunque todavía hay muchas de sus pertenencias. La inquilina anterior era prostituta -en los diálogos hay diversos eufemismos para definirla- y un cliente entra cuando la nueva dueña de casa está sola y hay un confuso y violento episodio, que no vemos.
A partir de ahí Farhadi construye con notoria habilidad -incluso al apoyarse en las representaciones de la obra de teatro para amplificar emociones de manera tangencial- este relato de dudas, fastidios, miedos, acusaciones, grises diversos y hasta solidaridades (los vecinos son modélicos). Hay una progresiva obsesión del marido de la agredida, un creciente malhumor, la noción de vida arruinada y el juego típico en el director -que es muy astuto para filmar el malestar y divertirnos con él- para que cambiemos las empatías, las identificaciones, los rechazos.
Con gran pericia para que cada secuencia tenga suspenso, interés o al menos morbo, Farhadi despliega los diálogos a gran velocidad, como si su cámara huyera programáticamente del silencio. Cuando llega el tramo final, El viajante apuesta todavía con mayor fuerza por el trabajo vistoso y efectista en aras de la tensión. La película de Farhadi es entretenimiento con temas espinosos, y en ese sentido es una muy buena propuesta, ágil, entretenida. Pero como suele suceder con películas de mucho menor prestigio, la pericia y la astucia logran disimular las inconsistencias, pero no eternamente. Termina el relato y nos ponemos a pensar que tal detalle un tanto arbitrario fue fundamental para la trama, y que cómo se explica tal otra cosa, central para que podamos hablar de cohesión, coherencia o lógica. Farhadi propone un cine de la superficie, pero con sellos de profundidad. Divierte y distrae, y gana Oscar, a diferencia de sus compatriotas Kiarostami y Panahi, grandes cineastas.
El moderno western del mutante
Por Diego Batle
Logan: Wolverine (Logan, Estados Unidos/2017) / Dirección: James Mangold / Guión: James Mangold, Michael Green y Scott Frank / Fotografía: John Mathieson / Edición: Michael McCusker y Dirk Westervelt / Elenco: Hugh Jackman, Patrick Stewart, Dafne Keen, Richard E Grant y Stephan Merchant / Duración: 137 minutos / Calificación: apta para mayores de 16 años / Nuestra opinión: muy buena
En su despedida del cine -al menos en la piel de Hugh Jackman, ya que Hollywood nos tiene acostumbrados a todo tipo de reboots o reciclajes-, el personaje de Wolverine alcanza en Logan una de las mejores películas de superhéroes (y no sólo del mundillo de los X-Men) en mucho tiempo. Violenta y emotiva, seca y graciosa a la vez, la propuesta coescrita y dirigida por James Mangold transita con soltura y elegancia por múltiples géneros que exceden el marco de las historias de mutantes. Se trata de un film de acción, sí, pero también de una road movie distópica, de un drama sobre cómo envejecer (y aceptar el traspaso generacional) y de un homenaje a los cómics y, sobre todo, al western.
Mangold no sólo supera con holgura a su anterior incursión en este universo con Wolverine: Inmortal, sino que ubica a Logan entre los mejores films de una carrera que incluye valiosos títulos como Inocencia interrumpida, Cop Land, Johnny & June-Pasión y locura o Encuentro explosivo. Pero si hay un antecedente suyo para tener en cuenta a la hora de analizar su nuevo trabajo es la excelente remake de El tren de las 3:10 a Yuma. Es que Logan es, en varios sentidos, un western moderno que hasta se permite “dialogar” en varios momentos con Shane, el desconocido, aquel extraordinario clásico de George Stevens con Alan Ladd, Jean Arthur, Van Heflin y Jack Palance.
Ambientada en la zona fronteriza entre México y Estados Unidos en 2029, la película presenta a los mutantes al borde de la extinción. Logan / Wolverine se gana la vida manejando una limusina, aunque su actividad predilecta parece ser beber alcohol, mientras que el ya nonagenario profesor Charles Xavier (Patrick Stewart) y el albino Caliban (Stephen Merchant) permanecen escondidos y en precarias condiciones de salud en un establecimiento abandonado.
La situación cambia por completo cuando aparece en escena una niña de 11 años llamada Laura (Dafne Keen), que pronto demostrará todo su poderío, y dos villanos que la persiguen como el cyborg Donald Pierce (Boyd Holbrook) y el doctor Zander Rice (Richard E. Grant), obsesionado con controlar a los pocos mutantes sobrevivientes.
Por momentos Logan remite a sagas como las de Terminator y Mad Max o a otros films como Niños del hombre, y más allá de su extensión algo desmedida y a cierta tendencia a la acumulación y la deriva, se trata de una película de una potencia y una tensión poco frecuentes en este subgénero tan transitado en los últimos años. Si a eso le sumamos uno de los finales más emotivos del cine de superhéroes que se recuerden, estamos ante un adiós a la medida de ese personaje icónico llamado Wolverine.
Los límites de la propia mitología
Por Alejandro Lingenti
El cielo del centauro (Argentina, Francia, 2015) / Dirección: Hugo Santiago / Guión: Hugo Santiago, Mariano Llinás / Elenco: Malik Zidi, Romina Paula, Carlos Perciavalle, Roly Serrano / Fotografía: Gustavo Biazzi / Montaje: Alejo Moguillansky / Arte: J. J.Cambre / Sonido: Francis Wargnier / Música: Edgardo Cantón / Producción: Agustina Llambí Campbell, Edgard Tenembaum / Duración: 93 m / Calificación: ATP / Nuestra opinión: muy buena
El cielo del Centauro fue anunciada como una “película chica”, destinada a calentar motores para llevar a cabo un proyecto más ambicioso titulado Adiós, cierre de la trilogía integrada por Invasión (1969) y Las veredas de Saturno (1985), dos largos en los que trabajó con socios literarios de alta alcurnia: Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, en el primer caso; Juan José Saer, en el segundo. Pero el film contradice esa premisa modesta e impone su personalidad, aun con sus arbitrariedades y su vocación por inscribirse en una tradición que se repliega sobre sí misma.
En el transcurso de una trama cargada de misterio y humor, Santiago consigue que la información circule a un ritmo vertiginoso, con el objetivo de prolongar la intriga y delinear un universo levemente desfasado que funciona con sus propias reglas. Su obsesión por la composición detallada de cada plano siempre está al servicio de la fluidez del relato. Pero el rigor de una puesta en escena fortalecida por el exquisito trabajo de fotografía y sonido, la pertinente utilización de la música y la refinada reconfiguración de la imagen y el espíritu de la ciudad que siempre lo ha desvelado serían ociosos si la película no invitara al contacto emocional. Y El cielo del Centauro se propone ese objetivo confiando en la interpelación que pueden generar las ilustradas alusiones al cine, la literatura, el amor o la guerra (y por lo tanto la economía, la política y la muerte) que se van desplegando dentro de los límites de la lógica de su particular mitología, despegada sin ambigüedad del presente.
La solitaria vida de Mariano
Por Adolfo Martínez
El hombre de paso piedra / Nuestra opinión: buena
En una humilde casa de Choele Choel vive Mariano. Tiene 63 años, es el único habitante del lugar y se dedica a hornear ladrillos. Hasta allí se dirige Martín Farina, director de este documental, para retratar la forma de existir de este hombre que se levanta todos los días al amanecer y trabaja hasta la noche. Durante su visita Martín se queda a dormir en esa casa y poco a poco se van conociendo. No coinciden en la forma de ver el mundo y, sin embargo, el film muestra un punto que conecta ambas historias, ya que tanto uno como otro transitan sus vidas en soledad. La trama recorre estas existencias en la que los dos entablan diálogos reflexivos sobre sus destinos.
Con el sello de los Dardenne
Por Fernando López
La chica sin nombre (La femme sans nomme, Bélgica/2016) / Guión y dirección: Jean Luc y Pierre Dardenne / Fotografía: Alain Marcoen / Diseño de producción: Igor Gabriel / Edición: Marie-Hélène Dozo / Elenco: Adèle Haenel, Olivier Bonnaud, Jérémie Renier, Louka Minella, François Abelanet / Duración: 106 minutos / Calificación: apta para mayores de 13 años / Nuestra opinión: muy buena
La chica del título es una prostituta joven de origen africano que es hallada muerta en una zona pobre de Serang, en Bélgica. Es, también, la joven médica que asume un profundo compromiso con la realidad que la rodea, no demasiado diferente de la de otros rincones de buena parte de Europa. Por el compromiso con que entiende su tarea Jeny, no puede ignorar la dolorosa realidad que se manifiesta a su alrededor. Vive atenta a sus pacientes, a sus problemas médicos tanto como a sus necesidades humanas. Como otras protagonistas de los films de los Dardenne, es tan noble como heroica y responsable. Por eso sorprende cuando una noche en que el trabajo se ha prolongado más allá de lo normal decide no responder al llamado de la puerta a pesar de advertir que quien llama está pasando por una urgencia. Ese caso, que desdichadamente termina en tragedia, le transformará la vida y se convertirá en su obsesión, en su principal objetivo: identificar a la desconocida. Jenny no puede perdonarse esa flaqueza ni cargar con esa culpa.
Su reflexión sobre la responsabilidad deriva en una historia tan conmovedora y tocante como suelen serlo las de los realizadores de La promesa, Rossetta o El niño, siempre atentos a descubrir con implacable veracidad el estado en que vive hoy una buena parte del mundo. Aquí, como en otras oportunidades, en distintas circunstancias asoma el problema de los emigrantes que deambulan por el mundo en busca de refugio. Y Adéle Aenel es toda una revelación.
Un momento único
Por Alejandro Lingenti
El teorema de Santiago (Argentina, 2016) / Dirección, guión y montaje: Ignacio Masllorens y Estanislao Buisel / Narrador: Ignacio Rodríguez Anca / Imagen: Ignacio Masllorens, Estanislao Buisel, Agustín Godoy, Juan Herrera, Agustín Mendilaharzu, Sofía Sarasola / Calificación: ATP / Duración: 96 minutos / Nuestra opinión: muy buena
Para el nutrido grupo de personas involucradas en este documental -la mayoría con algún vínculo de mayor o menor cercanía con la Universidad del Cine-, el regreso a la actividad de Hugo Santiago, luego de un prolongado paréntesis -su último film había sido Las veredas de Saturno, de 1985-, fue un verdadero acontecimiento. Esa evidente pleitesía tiñe cariñosamente a la película, que con gracia, sobriedad e inteligencia logra capturar unas cuantas claves del riguroso programa de un cineasta realmente atípico. Hoy no hay nadie en el mundo que haga cine como Hugo Santiago, asegura Mariano Llinás, protagonista de un rico intercambio epistolar con el veterano director argentino radicado en París que monopoliza un buen tramo del film, permite esbozar la concepción y el desarrollo de El cielo del centauro y también ayuda a adivinar la personalidad de los dos cineastas. Una cita de Borges, punto de referencia común, sintetiza muy bien el espíritu del proyecto: para conseguir una trama fantástica implacable, es preciso ir encontrándole solución a cada problema hasta solucionarlos todos, y a menudo cada solución es una idea. Santiago se aboca a esa tarea con una obstinación ejemplar, convencido de la eficacia de un alfabeto que, en apariencia, sólo él domina completamente. Pero además logra que todos aquellos que lo rodean se entreguen a ese juego, convencidos de ser parte de un momento único de la historia del cine argentino. Esa clase de felicidad es la que respira y contagia El teorema de Santiago.
LA NACION