07 Mar El mal de no despegarse del celular ni para manejar
Por Adrién Alfei
Si bien no hay estadísticas oficiales del tema, nadie puede negar que el celular a la hora de manejar es un mal que afecta a todos los argentinos.
Como consecuencia del incremento de siniestros causados por este motivo día a día, creo estar en condiciones de afirmar que todavía no somos conscientes de los riesgos a los que nos exponemos cuando estamos pendientes del teléfono mientras manejamos.
Por ahí pecamos de inocentes, pensando que a nosotros jamás nos va a pasar, o realmente no somos conscientes de que al momento de conducir, la tecnología nos distrae y podemos generar una tragedia.
Según investigaciones del CESVI, el uso del teléfono durante la conducción, trajo como consecuencia un notable incremento en la tasa de accidentes de tránsito en los últimos años. Esto es producto de la falta de atención de los conductores, que se dispersan atendiendo nuevos mensajes o contestando whatsapp. Los riesgos se incrementan cuando el conductor sostiene el volante con una sola mano, perdiendo firmeza y estabilidad.
Si bien muchos consideran que el uso del “manos libres” podría ser una solución, la distracción se produce igual y nuestra capacidad de detección y anticipación de riesgos potenciales se ve disminuida y obviamente nuestros reflejos se ven afectados de igual manera y nos impiden actuar a tiempo.
La organización Luchemos por la Vida, afirma que hay estudios que aseguran que el uso del celular mientras se conduce, produce los mismos efectos que el exceso de alcohol y que el 40% de las señales no son percibidas.
Teniendo en cuenta que si un auto está circulando a la velocidad máxima permitida en una autopista (130 km/h) y recibe una llamada que dura solo un minuto, el conductor recorrió 2,16 kilómetros sin prestar la atención debida. Y aunque esto parezca una cifra irrelevante, es suficiente para producir un choque fatal.
Como posible solución, se podría frenar en un lugar seguro para atender la llamada o derivarle el celular al acompañante. Pero, ¿no sería más simple reconocer que nada que sea de extrema urgencia puede esperar hasta llegar a destino?
EL CRONISTA