18 Mar El Gran Lago del Oso, el último refugio
Por Peter Kujawinski
Hace miles de años, todos los lagos eran como el Gran Lago del Oso. Tan puros que se podía hundir una copa en sus aguas y beberla. Tan hermosos que la gente les componía canciones de amor. Tan misteriosos que muchos creían que tenían vida propia. Hoy, el Gran Lago del Oso es el último de los diez lagos más grandes del mundo que sigue siendo esencialmente virgen.
El Gran Lago del Oso está situado en los remotos territorios del noroeste canadiense, a caballo sobre el círculo polar ártico. Con más de 31.000 kilómetros cuadrados, es el octavo entre los más extensos del mundo, más grande que el territorio de Bélgica, más profundo que el Lago Superior, y la mayor parte del año está cubierto de nieve. El entorno también es salvaje, una prístina extensión de bosques boreales y tundra, ríos y montañas.
El único asentamiento humano en sus orillas es el pueblo de Deline, con una población de 503 habitantes. Esta comunidad aislada está compuesta en su mayoría por los sahtuto’ine, “la gente del Lago del Oso”. Tan vinculados al lago como su nombre lo indica, tanto por razones prácticas y culturales como históricas e incluso proféticas, los sahtuto’ine están decididos a conservarlo intacto.
En marzo de 2016, sus esfuerzos dieron fruto: la cuenca del Gran Lago del Oso fue declarada Reserva de la Biosfera por la Unesco. Con el nombre de Reserva de la Biosfera Tsá Tué, es la más grande de América del Norte y la primera en el mundo en ser administrada por una comunidad indígena. Varios meses después, el gobierno canadiense le concedió al poblado de Deline su autonomía y le garantizó el control local de temas como la lengua y la educación. Es la primera vez en Canadá que un gobierno aborigen va a representar a toda la comunidad, indígenas y no indígenas por igual. Sumados, el anuncio de la Unesco y el establecimiento de un gobierno autónomo refuerzan la capacidad de Deline para controlar el destino del Gran Lago del Oso.
En 2014, cuando volví a Canadá como enviado diplomático, pasé una o dos horas en Deline. Era julio, pleno verano boreal, y el lago se extendía sin hielo, infinito y plano hasta perderse en el horizonte. Durante los tres años que duró mi misión diplomática en Canadá, fue la única vez que necesité un traductor, porque muchos de los ancianos de Deline hablan solamente su propia lengua, el slavey del Norte, una variante de las lenguas atabascanas que dominaron América del Norte.
En noviembre último, volví a Deline para aprender más sobre la relación de la comunidad con el lago y para ser testigo de esa interacción entre cultura, idioma, naturaleza y aislamiento que tanto distingue a esa zona.
Era tarde cuando el avioncito que me transportaba se zambulló en una espesa capa de nubes bajas y pude ver el bosque boreal. La noche de mi llegada, me encontré con Morris Neyelle, integrante del nuevo consejo de gobierno, el K’aowedo Ke, y también con Danny Gaudet, comerciante local que lideró las negociaciones para obtener la autonomía de Deline. El nuevo gobierno Got’ine, que prestó juramento el 1° de septiembre de 2016, es responsable de facilitar una serie de programas y servicios locales. Neyelle, de 65 años, dice que la autonomía les permitió a los residentes preservar su forma de vida y usar sus tradiciones para hacer frente a los problemas modernos.
Proteger el lago no es sólo un asunto de autopreservación y de incremento del turismo. Para los sahtuto’ine, explican Neyelle y Gaudet, el lago es una de las fuerzas poderosas del mundo: un lugar esencial para la supervivencia de la especie humana. Esta creencia se basa en las profecías del anciano sahtuto’ine llamado Eht’se Ayah, que murió en 1940. Algunos creen que sus profecías son literales, mientras que otros las consideran alegorías. Ayah predijo que en el futuro la gente del Sur vendría al Gran Lago del Oso, porque será uno de los pocos lugares donde queden agua para beber y pescado para comer.
La gente de Deline me contó que en los últimos años el clima está cambiando y que el verano se alargó. En consecuencia, el lago tarda más tiempo en congelarse y menos en derretirse. Neyelle dice que el cambio climático añade una nota de urgencia a las profecías: ese momento anunciado puede llegar antes de lo esperado.
Al día siguiente me desperté a las ocho de la mañana, rodeado de la más absoluta oscuridad. De noviembre a enero, Deline tiene menos de 5 horas de sol al día, pero eso se compensa de mayo a julio, cuando hay más de 22 horas de luz diurna. Finalmente, vi un destello en el horizonte, pero los primeros rayos no asomaron hasta las 10.30. Salí a la calle y fui caminando hasta la iglesia para asistir a la misa dominical.
El pueblo de Deline es predominantemente católico. Dentro de la iglesia, fui testigo del interés de la comunidad en preservar su lengua. Un anciano dirigía el rezo del rosario en slavey y los fieles respondían en una mezcla de inglés y de slavey. Durante la misa, la lectura del Evangelio y la homilía eran en inglés, seguidos por una traducción al slavey del Norte. La lengua se habla en todas partes –en la iglesia, en la calle y en los hogares– como parte de un esfuerzo concertado para mantenerla viva. El censo canadiense del año 2011 contabilizó solamente 225 personas que identificaban el idioma como su lengua madre.
Por el momento, el idioma no corre peligro de extinción. Pertenece a una familia de idiomas indígenas norteamericanos que incluye el apache y el navajo. Neyelle dice que el nuevo gobierno quiere hacer de la adquisición y la transmisión de la lengua una prioridad porque considera que hablar slavey es crucial para preservar la cultura.
Después de misa, manejé hasta Ski Hill, un lugar de reunión de la comunidad encaramado en la cima de un promontorio despejado cerca del pueblo. El sol había estado alto por apenas tres horas, pero ya empezaba a oscurecer. Había varias camionetas estacionadas al lado de un refugio recién construido con un gran fogón en el centro. Los chicos se deslizaban en trineo y algunos de los adultos estaban probando una nueva y potente moto de nieve. El clima era festivo, quizá porque parecía que el Gran Lago del Oso iba a terminar de congelarse, lo que implica que se puede acceder a la totalidad del lago, que hay mejor pesca y hasta un camino de hielo que conecta temporalmente Deline con el mundo exterior.
Leyenda del corazón del agua
Uno de los ancianos que conocí fue Charlie Neyelle, de 72 años, hermano mayor de Morris Neyelle y representante de los ancianos en el K’aowedo Ke. Charlie Neyelle es un guía espiritual y de salud mental para la comunidad, y luchó por la autonomía y la preservación del Gran Lago del Oso. Le formulo una pregunta que les hice a muchas personas durante mi estadía en Deline: ¿qué significa para usted el Gran Lago del Oso?
En respuesta, Neyelle me cuenta la historia del corazón del agua, sobre un ancestro sahtuto’ine que vivía cerca del Gran Lago del Oso, en una zona llamada Punta Caribú. Cierto día, el pescador plantó en el agua cuatro anzuelos. Cuando volvió a revisarlos, una trucha había roto una de las líneas y se había llevado el anzuelo, un verdadero incordio, ya que por entonces los anzuelos eran un bien muy preciado. Así que esa noche el pescador se transformó en una lota, también conocida como maruca, versión de agua dulce del bacalao. El pescador-pez nadó hasta el centro del lago a buscar el anzuelo y empezó a escuchar un fuerte latido. Ahí, en el fondo, descubrió un enorme corazón que palpitaba. Alrededor se congregaban todas las especies de peces –truchas, pescadillas, lucios, arenques y corégonos–, que lo protegían y cuidaban. Después de ver eso, el pescador-pez nadó de vuelta a la orilla. A la mañana siguiente, cuando fue a revisar sus tres anzuelos, encontró tres truchas, y de la boca de una de ellas colgaba el anzuelo que había perdido el día anterior.
Hacia el final de nuestra conversación, Neyelle también mencionó la profecía de Eht’se Ayah. “Cuando no queden comida ni agua en todo el mundo, muchos vendrán al Gran Lago del Oso –dijo–. Será uno de los últimos lugares donde haya ambas cosas.”
Uranio para Hiroshima y Nagasaki
La evocación sistemática de esa profecía me recordó lo sucedido en la década de 1940 del otro lado del lago, en Port Radium, donde una gran mina de mineral de uranio se había convertido en el desarrollo industrial más importante en la historia del Gran Lago del Oso. Durante la Segunda Guerra Mundial, el uranio de Port Radium fue enviado a Estados Unidos como aporte para la guerra y fue parte de la materia prima del Proyecto Manhattan y las bombas atómicas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki. Aunque en 1960 dejó de producir uranio y ahora es un pueblo abandonado, durante su apogeo Port Radium fue más grande que Deline.
Irene Kodakin nació cerca de Port Radium en 1952, cuando la mina todavía estaba en funcionamiento. Ahora que vive en Deline, describe Port Radium como una comunidad próspera de obreros aborígenes y de otros no aborígenes que llegaron para trabajar en las minas.
Irene tiene recuerdos felices de su infancia, en marcado contraste con su posterior experiencia en un internado en Inuvik, una ciudad a más de 600 kilómetros de distancia. Durante gran parte del siglo XX, el go-
bierno canadiense obligó a muchos niños aborígenes a ingresar en estos internados con el objetivo de asimilarlos a la cultura canadiense. “Si hablábamos slavey, directamente nos ponían la mano en la boca y presionaban el labio inferior contra los dientes hasta hacernos sangrar”, cuenta Irene. Cuando volvió a casa, ya no podía hablar slavey: había perdido su idioma natal. Su hermana mayor tenía que traducirle hasta para hablar con su propio padre.
En Port Radium vivió y trabajó toda una generación de sahtuto’ine. Aunque en ese momento ya se sabía que la exposición al uranio era peligrosa, la advertencia no les llegó. Mucho después de que la mina cerró, los sahtuto’ine que habían estado en Port Radium comenzaron a morir de varios tipos de cáncer.
En la comunidad son muchos los que comparten esa idea, incluida Gina Beyha, coordinadora de la Reserva de la Biosfera de la Unesco y anteriormente enfermera en Deline durante 15 años. Al investigar las relaciones entre los casos de cáncer en Deline y la mina de Port Radium, Gina y otros interesados en el tema descubrieron que el uranio extraído del sagrado Gran Lago del Oso muy probablemente había sido usado en las bombas de Hiroshima y Nagasaki. En 1998, una delegación de Deline fue a Japón para la Ceremonia Anual en Memoria de la Paz en Hiroshima. Fue tanto un gesto de expiación como una forma de empezar a sanar, sobre todo para las viudas de los hombres que habían trabajado en Port Radium.
Durante mi estadía en Deline, la gente mencionaba el recuerdo de Port Radium y de los internados como una de las numerosas razones para proteger el Gran Lago del Oso y negociar la autonomía de gobierno. Otros motivos recurrentes eran preservar la cultura sahtuto’ine, desarrollar el turismo, honrar a los ancianos y a los ancestros y prepararse para cuando se cumplan las profecías de Eht’se Ayah. Después de una semana de hablar con muchos residentes, empecé a entender que esas razones estaban estrechamente vinculadas entre sí y que constituían el núcleo de su identidad comunitaria.
No obstante, quienes no viven junto al Gran Lago del Oso dan otra explicación, tal vez la más obvia de todas: al igual que la Mona Lisa, el lago es magnífico. El hielo azul pizarra y la nieve blanca se funden con el cielo a la perfección, de manera que cuando uno se aleja de la costa y se adentra en el lago con las frágiles baldosas de hielo crujiendo bajo los zapato, siente que camina sobre las nubes.
Aproveché mis últimos días en Deline para salir a explorar la zona con Leeroy Andre; su esposa, Diana, y Whitney, su hija de 18 años. Salimos al amanecer y nos internamos en el bosque boreal. A la distancia se veía la extensión helada del Gran Lago del Oso y más allá, gruesos ovillos de niebla helada que rodaban hacia el sol.
Es la tierra de la perdiz nival y la marta, el buey almizclero, el caribú, el alce, el lobo y el oso. Un día, después de haber estado afuera cuatro horas, pasamos junto a una enorme madriguera de castores abandonada de casi dos metros de alto y el doble de largo.
Para entonces, y a pesar de llevar puestas varias capas de ropa, una parka y todo el equipo de rigor, el frío empezaba a atormentarme. Subía desde el suelo, se trepaba a mi moto de nieve y se colaba hacia el interior de mis botas.
Al atardecer, la luna parecía un delgado apóstrofe sobre los árboles, destellando en el cielo azul noche. Era como moverse entre la espuma: arbustos que permanecen cubiertos de nieve y escarcha la mayor parte del año, para luego surgir en verano y hacer crecer sus hojas y sus bayas lo más rápido que pueden.
La oscuridad cayó de pronto y nos apuramos a cruzar otro lago más pequeño que está conectado con el Gran Lago del Oso. El faro delantero de la moto de nieve iluminaba una ventisca de copos de diamante, como si la tierra hubiese decidido mostrarnos lo que es la verdadera riqueza.
La aurora boreal apareció como una alucinación en ese cielo cuajado de estrellas, y durante horas se movió en cámara lenta sobre mí, mientras la tierra parecía retroceder y yo quedaba frente al cosmos. Si resulta ser cierta una reciente teoría científica, en algún lugar del espacio está el origen del agua de la Tierra, que llena el Gran Lago del Oso y nos da vida.
Y eso me hace pensar en algo que me contaron no bien llegué a Deline. Para los sahtuto’ine, el Gran Lago del Oso no es solamente un lago: ellos son parte de él y él es parte de ellos. Y ésa ya no resulta ser una creencia exclusiva de su cultura, sino que empieza a parecerse a una verdad universal. También por nuestras venas fluye el agua del Gran Lago del Oso.
THE NEW YORK TIMES/LA NACION