El futuro literario que imaginó temores actuales

El futuro literario que imaginó temores actuales

Por Daniela Pasik
En 1984 George Orwell imaginó una sociedad en la que el gobierno, bajo la figura del Gran Hermano, vigila todo. Winston Smith, el protagonista, trabaja en el Ministerio de la Verdad, un organismo que adultera la historia según la conveniencia del partido único. Cuando asumió Donald Trump se desató la primera disputa entre su gestión y los medios de comunicación. La “neolengua”, en la novela, es una forma de simplificar el idioma para hacer inviable cualquier tipo de pensamiento contrario al poder.
La polémica en Estados Unidos comenzó por la cantidad de gente en la ceremonia de asunción, que fue mínima en comparación con la que fue a la de Barack Obama. Hay imágenes. Se compara a simple vista. Sean Spicer, secretario de Prensa de la Casa Blanca, dijo que en realidad habían ido “unas 720 mil personas”. Al día siguiente, 22 de enero de 2017, surgió el término que convirtió en realidad lo que el autor británico imaginó en 1949: los “hechos alternativos”. Así defendió la declaración falsa Kellyanne Conway, asesora del presidente. La distopía se volvió una premonición y 1984 llegó al primer lugar de ventas en Amazon casi 70 años después de su publicación original.
Dos millonarios aventureros van a ser turistas espaciales. El último día de febrero la empresa comercial privada de transporte aeroespacial SpaceX anunció que durante 2018 va a salir la primera excursión a la Luna. Una misión recreativa de una semana alrededor del satélite, sin pisarlo, pero con vista privilegiada desde la ventana. La humanidad viaja encerrada en una nave que perdió el rumbo. La civilización involuciona y unos hombres primitivos viven en las junglas de los tanques hidropónicos. Cuál es la noticia y qué es la ficción. La primera salió en los diarios y la segunda es la contraportada de La nave estelar, la novela con la que Brian Aldiss desembarcó como representante de la nueva ola británica del género en 1958.
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Hace tiempo que Japón es tierra de androides. El director de robótica de la Universidad de Osaka, Hiroshi Ishiguro, está armando un ejército artístico de inteligencias artificiales. Geminoid F es un organismo sintético que protagoniza la película Sayonara, que se estrenó en 2015 en el Festival de Stiges. Ese mismo año se presentó en sociedad a Érica, que en breve va a conducir un programa de televisión. La diva antropomorfa, extremadamente realista, parece salida de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, la novela de Philip K. Dick publicada en 1968 y adaptada por Ridley Scott en la película Blade Runner, de 1982. Ahí, Rachel no sabe que ella, tan exacta como réplica, no es humana, y un grupo de androides se resiste a Rick Deckard, el hombre que tiene que eliminarlos. Roy Batty, Pris y Zhora quieren seguir viviendo porque tienen más alma que quién los creó.
Ishiguro. El científico de la Universidad de Osaka, con un androide a su imagen y semejanza; la ficción ya se había referido a robots humanizados. Foto: ANSA.
¿Es posible una rebelión de las máquinas, como en la saga de Terminator? 1) Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño. 2) Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la 1ª ley. 3) Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la 1ª o la 2ª ley. Esas son las tres leyes de la robótica que inventó Isaac Asimov en 1942 y no solo rigen los mundos que creó a lo largo de sus cuentos y novelas, sino que fueron y son usadas por muchos otros en diversas obras de ficción. Ahora, además, se colaron en la realidad.
A principio de este año el Parlamento Europeo dispuso que las máquinas autónomas tengan un botón de la muerte, o sea un mecanismo que permita desconectarlas si su uso amenaza la vida de un ser humano. En la normativa aprobada, además, se sugiere tener en cuenta, para el futuro, las relaciones entre androides y humanos. De eso se trata El hombre Bicentenario, el relato de 1976 de Asimov que en 1999 fue llevado al cine con Robin Williams como protagonista. El robot doméstico Andrew tiene una falla de fabricación por la que puede identificar emociones. Evoluciona en sentimientos, se enamora y finalmente lucha para que la Justicia lo reconozca como hombre.
Desde 2008 existe una Bóveda del Fin del Mundo bajo la tundra congelada de la isla noruega de Svalbard, en el Círculo Polar Ártico, donde se recolectan semillas para replantar el planeta cuando haga falta. Hay almacenadas cientos de miles. Recientemente se agregaron 50 mil más porque, anunciaron los científicos que llevan adelante este proyecto universal, “todo está horrible”. Esto podría ser un inicio opcional de la trilogía de catástrofes ecológicas que escribió J. G. Ballard en El mundo sumergido (1962), La sequía (1964) y El mundo de cristal (1966), en donde el abuso tecnológico y la ignorancia ambiental terminan aniquilando el agua, la vegetación, los animales, el oxígeno.
La utopía de escapar de la Tierra de pronto es tangible. Hace diez días un grupo de astrónomos anunció que descubrieron, alrededor de la estrella enana Trappist-1, a 39 años luz, un sistema solar con siete exoplanetas de los cuales al menos tres podrían ser considerados habitables. Ahora, la humanidad fantasea en conjunto con una mudanza a la constelación vecina de Acuario, como si la vida real fuera un cuento de Theodore Sturgeon. Tal vez alguno de esos planetas se enamore de un visitante y le ofrende paisajes seductores, igual que en El soñador, su relato de 1974.
La paulatina colonización humana que podría darse en el mediano plazo bien podría ser acompañada por las Crónicas Marcianas que Ray Bradbury publicó en 1950. Eso, aunque suena hermoso, hay que tomarlo como una advertencia. Aunque en un principio los habitantes morenos de ojos amarillos de Marte fueron afables, finalmente se dieron cuenta de que los terrícolas son plaga, y que su impulso autodestructivo iba a arrasar con el planeta rojo. Y lucharon. Y hubo una guerra. Y perdieron todos. De eso se trata Los largos años, un relato en donde hay robots que reemplazan a los familiares muertos y seres humanos solos, aislados, enloquecidos. Según el autor, pasaría en abril de 2026. No falta tanto.
CLARIN