05 Feb Unamuno, 80 años: recuerdos del primer escritor de nuestro idioma
Por Laura Ventura
“Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha”, le respondía el intelectual más prestigioso de España al general José Millán Astray, fundador de la Legión. Era el 12 de octubre de 1936, el llamado Día de la Raza, y Miguel de Unamuno, quien había pedido clemencia para los intelectuales detenidos, pronunciaba estas palabras improvisadas, sobre la base de ideas férreas, hoy ya perennes. El escritor era sacado a la fuerza de la Universidad de Salamanca donde se desempeñaba como rector.
En una era donde se insulta desde la giralda de las redes sociales y donde se argumenta en 140 caracteres, Unamuno anticipaba “el suicidio moral” de su país y lo gritaba a pocos metros de sus verdugos. Lo rozaba la estupidez, lo arañaba la violencia.
Hombre de paradojas filosóficas y vitales, sus curiosos escudos del recinto eran Carmen Polo, la esposa de Francisco Franco, y el obispo de la ciudad. Así comenzaba su segundo destierro, cruel como el primero -su jaula, con aroma a hogar y paisaje de biblioteca, tan lejos de sus clases y alumnos-, pero mucho más breve. El 31 de diciembre, hace 80 años, Unamuno, quien había pasado su vida entera disparando contra la tragedia de la muerte, escribiendo innumerables obras y reflexiones sobre el alma inmortal, ingresaba en ese mundo que tanto había repudiado y fascinado a la vez.
Esta escena clave de la historia española reciente, allí donde se condensan varios de los protagonistas del siglo XX y anticipa décadas de enfrentamientos, se convierte en imagen en La isla del viento, de Manuel Menchón, la película que acaba de estrenarse en España [los productores del film del director malagueño, exhibido en el Festival de Cine de Mar del Plata, en 2015, no pudieron confirmar su fecha de estreno en la Argentina para 2017].
Protagonizada por José Luis Gómez, actor y miembro de la Real Academia Española, y acompañado por la actriz argentina Ana Celentano, la película narra los meses de Unamuno durante su exilio en la isla de Fuerteventura en 1924, en las Canarias, represaliado por el régimen de Primo de Rivera. Luego partiría a Francia, donde viviría hasta la llegada de la II República, donde se convertiría en diputado. En 1930 regresaba de modo triunfal a Salamanca. Los vecinos y alumnos salían a darle la bienvenida a su ciudadano y profesor más ilustre y el catedrático invocaba a Fray Luis de León con su célebre “Decíamos ayer”, quien así retomaba sus clases, tras haber sido exiliado y apartado de su cátedra cuatro siglos antes que Unamuno.
El otro perfil
Erudito y exponente de la desencantada Generación del 98, Unamuno buscó el significado del cristianismo y del ser español. Exploró la historia de su raza, la vasca -a la que le dedicó su tesis doctoral-, de su país y los paisajes de su tiempo. Columnista del diario LA NACION durante 25 años, Unamuno fue uno de los pioneros de la crónica donde buceó en el concepto de “intrahistoria” o, en otras palabras, la vida silenciosa de millones de hombres sin poder. Así realiza, por ejemplo, en este diario, el 4 de noviembre de 1923, una estampa de los habitantes de un pueblo de Santander: “El día de San Agustín, y a toque de campana -de campana civil y comunal- subieron los vecinos todos -y yo con ellos- a la alta y verde pradería que confinaba con el cielo”.
Autor del ensayo Del sentimiento trágico de la vida (1913), arquitecto de ideas filosóficas -hermano intelectual del teólogo danés Søren Kierkegaard-, a él le debemos tantos andamios desde los cuales se estudia y comprende la obra monumental de las Letras españolas. En Vida de Don Quijote y Sancho (1905) se hermana con estos personajes y comienza a indagar sobre la existencia real de estas criaturas, su poder y su esencia. Este concepto lo desarrollará luego en Niebla (1904), donde el protagonista del relato, quien ha perdido la ilusión de una vida junto con su amada y ante la imposibilidad del suicidio -pues no es real, sino producto de la imaginación de una entidad llamada autor-, se presenta en el despacho de su creador. En el capítulo 31, el narrador de Niebla, un profesor de Salamanca llamado Miguel de Unamuno, recibe a un personaje desesperado, Augusto Pérez. Juntos discuten el modo en el que este relato llegará a su fin y quién decidirá realmente sobre el desenlace del dolor, y quizá de la vida, de Pérez. Unamuno crea en esta obra el concepto de “nivola”, su modo de entender y concebir la novela, un género con sus propias reglas y leyes, bastante parecido a la novela tradicional, pero con un espacio de mayor libertad para aquellos seres que la habitan en sus páginas.
Conmovido por la muerte de Unamuno, quien sembró en él tantas ideas que luego cobrarían forma, por ejemplo, de Pierre Menard, Jorge Luis Borges escribió en Sur, días después de su muerte en Salamanca, una necrológica: “Yo entiendo que Unamuno es el primer escritor de nuestro idioma. Su muerte corporal no es su muerte; su presencia -discutidora, gárrula, atormentada, a veces intolerable-, está con nosotros”.
LA NACION