Un burgo medieval

Un burgo medieval

Por Giorgio Bendetti
Como una imagen extraída de novela histórica, Pizzo nace en la cima de un monte que contempla el mar desde lo alto del Golfo de Santa Eufemia. Las casas de piedra se amontonan allí arriba una sobre la otra y acompañan el declive como uvas brillantes cayendo de un ramo, hasta terminar junto al Mar Tirreno. Los muros gastados del Castillo, la playa y la Piazza della Republicca son de color ocre, igual que las tapias de granito de los caserones.
Mientras en la costa los pescadores amarran sus botes y estiran las redes entre las gaviotas, unos 200 metros por encima, la plaza principal otea las cosas invitando a disfrutar en sus mesas de un ristretto o un licor calabrés. Suenan las campanas en la iglesia de San Giorgio, y de las cantinas del Corso se escapa el aroma de los vongole (almejas) que nadan en las salsas. Este pequeño burgo medieval tuvo una gran suerte, y fue que cuando en las primeras décadas del siglo XX se decidió restaurar muchas de sus añejas construcciones, se cuidó de no modificar su estructura original de pueblo marino. Es más, junto a otras centenarias localidades del sur de Italia que bordean el Tirreno, Pizzo ha logrado encontrar su identidad en esta globalizada Europa manteniendo las costumbres, tradiciones, e incluso el aspecto casi intactos. Sus 10 mil habitantes sólo duplican en número a los que allí vivían hace 300 años y las edificaciones nuevas se han situado fuera de la zona céntrica. Únicamente han quedado desacomodadas las calles escuetas y zigzagueantes que no conciben más de dos autos al mismo tiempo.
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Plaza de la República y sus alrededores son los que convocan a los extranjeros. En su mayoría alemanes e ingleses, se los puede ver comiendo un tartufo (helado típico), merodeando por los conventillos del medio cerro, o recordando los relatos de Alejandro Dumas acerca del castillo aragonés de su plaza. Aunque ninguno se pierde de conocer los viñedos, ni los bosques que rodean Maierato, ni mucho menos el lago dell’Angitola. Es que luego de haber recorrido su centro histórico, Pizzo no tiene grandes obras de teatro que ofrecer, ni museos con vitrinas repletas de tesoros. Aquí las reliquias están a la vista; en las fachadas barrocas, en los muros de piedra y en cada uno de los candados oxidados que cuelgan de los portones de madera.
Por último, y a pesar de que una pequeña capilla en principio no llama atención de nadie en Calabria, la de Piedigrotta representa uno de sus más asombrosos atractivos. Se trata de una pequeña iglesia íntegramente cavada en la roca, a sólo metros del mar, repleta de esculturas de piedra hechas a mano en el siglo XIX. Vírgenes, ángeles y pastores, todos de piedra calcárea tallada conforman un pesebre que no tiene igual. Actualmente, los domingos por la tarde una veintena de devotos concurren a su misa sencilla, en la que se mezcla el murmullo de las oraciones con el ruido de las rocas sacudidas por las olas.
EL CRONISTA