Sólo sé que no sé nada. Cuáles son los nuevos contornos de la ignorancia

Sólo sé que no sé nada. Cuáles son los nuevos contornos de la ignorancia

Por Sebastián Campanario
A pesar de que el agua ocupa más de un 70% de la superficie del planeta, sabemos mucho menos del fondo de los océanos que de la superficie de Marte. Hay miles de montañas y accidentes geográficos submarinos de los que se ignora prácticamente todo. La fosa de las Marianas, en el Pacífico, con una profundidad de más de 11.000 metros -una extensión más grande que la del monte Everest- es, de hecho, uno de los lugares más enigmáticos del planeta.
La vastedad de nuestra ignorancia sobre el fondo del mar es una metáfora generalizable a un fenómeno epistemológico que cobra un mayor protagonismo en la era de las redes sociales y de las tecnologías exponenciales: es mucho lo que no sabemos y, lo que es más peligroso, somos poco conscientes sobre este nivel de ignorancia. Se trata de un sesgo que puede tener consecuencias catastróficas a la hora de planificar o pensar en escenarios futuros.
“No saber algo no es tan grave; lo que resulta más riesgoso es creer que sabemos algo que no sabemos¨, explica Emiliano Chamorro, emprendedor, fundador del Instituto Baikal y uno de los organizadores de TedXRioDeLaPlata.
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“Nassim Taleb (filósofo, experto en estadística, autor de El Cisne Negro y Antifrágil, entre otros libros) cuenta una anécdota de Umberto Eco en la que alguien, viendo su legendaria biblioteca, le pregunta si «leyó todos esos libros» sin darse cuenta de que los libros cumplen una función sólo estando, para recordarnos todo lo que no sabemos”, dice Chamorro.
Taleb también narra otra anécdota en la que su abuelo era ministro de guerra del Líbano y en una situación de mucha confusión se puso a hablar con su chofer, con Taleb como testigo. Recuerda que ninguno de los dos entendía nada de lo que estaba pasando, sólo que su abuelo no sabía que no sabía.
Para Chamorro, lo más útil es “reconocer el papel del azar en los resultados, en lo que vemos. Entender que somos mucho mejor explicando lo que pasó que prediciendo lo que va a pasar y que el gran peligro es creer que entendemos (muchas veces creerle a los sentidos) cuando en verdad nuestra pseudocomprensión está teñida de sesgos y falacias.”

La ciencia del no saber
¿Qué hacer entonces? Chamorro recomienda “ser muy poppereanos: sólo tratar de ver qué es falso en lugar de obsesionarnos con probar lo verdadero. Ir por el inverso. Ver qué es lo que impide que algo funcione en vez de cómo hacer que funcione.”
Hace tres décadas, un profesor de Historia de la Ciencia de la Universidad de Stanford, Robert Proctor, comenzó a estudiar un campo por entonces virgen. Tan virgen que ni tenía nombre: Proctor lo bautizó “agnotology” (agnostología, o ciencia de la ignorancia).
El profesor de Stanford comenzó trabajando en base a documentos secretos del negocio del tabaco, filtrados en 1979, en los cuales las grandes compañías revelaban sus estrategias por las que, deliberadamente, promovían la ignorancia y la confusión entre los consumidores.
Proctor notó que la “viralización de la ignorancia” suele darse cuando se cumplen dos condiciones: que el objeto de estudio sea bastante oscuro y el común de la población no tenga elementos para poseer una opinión propia muy definida; y en segundo término, que haya un grupo económico fuerte muy interesado en promover esa confusión.
En 2006, un neurocientífico de Columbia, Stuart Firestein, comenzó a dar un curso de ignorancia científica luego de comprobar, para su horror, que la mayor parte de sus alumnos suponían que sabemos casi todo sobre lo que ocurre en el cerebro humano. En 2012 escribió el libro: Ignorance: How It Drives Science (Ignorancia: cómo conduce la ciencia), donde describió muchos de los mitos que rodean a este campo. Uno de ellos es que se suele suponer que el conocimiento es un juego de suma cero: hoy sabemos un x por ciento de cosas y falta saber el Y por ciento restante. “La gente suele suponer que la ignorancia es la ausencia de conocimiento. Pero no lo es: las nuevas respuestas provocan nuevas preguntas, y replantean todo el conocimiento anterior que se tenía como sólido”.
Uno podría argüir que no hay nada demasiado nuevo en este asunto, y que lo básico ya fue propuesto por Thomas Kuhn en su ensayo clásico de 1962, “La estructura de las revoluciones científicas”. Sin embargo, vivimos en una época que potencia muchos de los mitos y sesgos que conciernen al campo de la ignorancia, y esto los vuelve más peligrosos. En las redes sociales somos todos expertos y futurólogos, y como dijo en una reciente entrevista el psicólogo social David Dunning, “la atmósfera de Internet es un increíble «Salvaje Oeste» de la desinformación”.
En 1999, Dunning y uno de sus alumnos, Justin Kruger, publicaron en el Journal Of personality and Social Psychology un estudio clásico, realizado a partir de centenares de entrevistas, en el cual se concluía que “cuanto menos capacitada está una persona, más tiende a sobreestimar sus conocimientos y habilidades”. Al fenómeno se lo conoce como “efecto Dunning-Kruger”.
En el último mes, el teléfono de Dunning no dejó de sonar porque su hallazgo de 18 años atrás está viviendo un momento sin precedentes: muchos creen que Donald Trump es la mejor personificación de este fenómeno. El presidente de los Estados Unidos combina frases de autovaloración extrema (“Mi coeficiente intelectual es uno de los más altos del país”, llegó a decir) con ignorancia manifiesta en temas cruciales para la agenda pública, como la relaciones internacionales o el cambio climático.
(Nota al pie: Trump se tranformó en algo así como “El Aleph” que contiene todos los insights de la literatura de smart-thinking de los últimos años: cisnes negros, sesgos cognitivos, etc. Casi como que cada novedad de su administración puede leerse como una predicción de un best seller de no ficción de la última década).
Hace dos años, a principios de 2015, se editó una publicación académica con ensayos sobre ignorancia desde distintos ángulos: psicología, medicina, literatura, ciencia en general, políticas públicas y economía. El Routeledge International Handbook of Ignorance Studies (Manual de Estudios de Ignorancia de Routeledge International) fue editado por los sociólogos Matthias Gross y Linsey McGoey. En el área de la economía del comportamiento (la rama que toma descubrimientos de la psicología) se analizó por caso el sesgo de “ignorancia estratégica”, por el cual en algunas situaciones los agentes económicos “eligen racionalmente no saber”.
Como se ve, se trata de un territorio de superficie infinita. Como ocurre con estos temas, las conversaciones suelen transcurrir por una delgada cornisa que las separa del absurdo y el ridículo. Cuando se lo contactó para opinar en esta nota, Chamorro recibió un mail que decía: “Mandame alguna reflexión sobre «lo que no sabemos», no más de cuatro o cinco párrafos, lo primero que se te ocurra”.
La vastedad de este terreno puede describirse con la metáfora de una isla: cuanto más grande es la isla del conocimiento (de lo que sabemos), más son los kilómetros de costa (donde el conocimiento y la ignorancia se tocan) por recorrer.
Pocos años atrás se descubrió que en el fondo del mar, a varios miles de metros de profundidad, la vida es mucho más efervescente y sorprendente de lo que los oceanógrafos se imaginaban previamente. Como dice el director de cine David Lynch, las ideas más originales y potentes, como los peces, están en el fondo del mar.
LA NACIÓN