Sobre la dificultad de disfrutar en los vuelos

Sobre la dificultad de disfrutar en los vuelos

Por Sebastián Fest
This drink is hot, me dice el vaso de cartón que me sirven en British Airways. Eso es ya suficientemente llamativo, porque los vasos no solían advertirme de que contuviesen una bebida caliente. Ni de eso, ni de nada.
Pero este vaso es prodigioso, el té es lo de menos. Bajo la marca del té en cuestión y en tipografía cálido-empática se me dice que tras beberlo seré otro: “TWININGS gets you back to you”. Ese té me hará volver a mi ser, me hará volver a ser yo mismo (¿es buena idea?).
“Wow”, debería contestarle a la infusión anglosajona para asegurarme de que me entienda. Abajo, chiquitito, me aclara que this cup is made from sustainable sources, pero no es todo, la sensibilidad de ese vaso hecho con material reciclado y reciclable no acaba ahí. Su bondad es casi infinita, y actúa sobre todo cuando en vez de llenarse de té se inunda de café. “100% Rainforest Alliance Certified (TM) ground coffee”.
Sí, luego comprobaría que hay una alianza que se dedica a que el café mejore también la vida de aquellos en el primer eslabón de la cadena, de aquellos que lo producen.
Hacía rato que un pedazo de cartón no excitaba tanto mi curiosidad. Comprimido en el asiento 30H, un mundo inesperado se me abría. Tan feliz me hacía, que incluso llegué a creer que me sobraba espacio para las piernas y que volar es un placer. Ese prodigioso vaso debía esconder algo más. Aún caliente, lo levanté con muchísimo cuidado para ver si escondía algún secreto en la base.
Mi vecino de asiento, que desafortunadamente para él no había tenido la gran visión de pedirse un té, observaba con educado desconcierto. Y el vaso, para mi alegría, me siguió hablando desde una leyenda de tipografía diminuta, aunque en mayúsculas: NOT TO BE USED IN MICROWAVE, no lo meta en el microondas, me advertía. Y a los costados, dos veces y bien grande: Enjoy. Enjoy.
Disfrutar, sí, sugerencia que es casi una broma de mal gusto en la clase turista de buena parte de las líneas aéreas que surcan el planeta.
La encarnación del machismo a 10.000 metros de altura que eran los aviones fue perdiendo fuelle en los últimos años, porque hay cada vez más “azafatos”; los pasillos y carritos no son ya territorio abrumadoramente femenino. Así y todo, ellas siguen siendo clara mayoría. Y, como sucede también 10.000 metros más abajo, son muy diversas.
En Thai, Singapore o Qatar se destacan por una amabilidad casi irreal, un tono de voz suave y bajo y sonrisa casi permanente. Si no fuera porque el espacio es escaso, la atmósfera que se crea en esas cabinas tiene algo de sesión de masajes y musiquita new age.
En American o United, por su lado, toda esa serenidad desaparece, y lo que nunca parece sobrar es tiempo. Todo se acelera y llega a nosotros envuelto en papel metálico. Muchas veces es mejor dejarlo así: cerrado. Abrirlo es un viaje al desconcierto -o directamente al horror- gastronómico.
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En Lufthansa o Swiss impera la perfección germana, la profesionalidad a veces fría, pero siempre eficiente, la meticulosidad y limpieza en el diseño, también en la alimentación y las bebidas. No suele haber estados alterados.
En Aerolíneas, cruzada en los últimos años por tantos propietarios y cambios de política, se vuela con una certeza: esa elegancia que se veía en el personal de a bordo en los pasillos dio paso a algo nuevo. Aún no está claro qué es.
Y entonces se llega a Iberia, esa compañía de la que se sale muchas veces con la misma sensación que de un bar en el que el alcohol de primera calidad era otra cosa.
Hay fiesta en esa cabina, hay vida, eso no se puede negar. Hay azafatas que gritan: “¡¡Café, café!!” y “¡¡té, té!!”, en medio de la madrugada rompiendo rodillas con sus carritos, enérgicas como si fueran las ocho de la noche y en el bar se estuvieran bajando las primeras cervezas, en vez de intentar dormir en las entrañas de un cilindro metálico a miles de kilómetros de casa. Hay sinceridad extrema, como la que tuvo una vez una de ellas, veterana ya del aire, clavándonos la mirada a un grupo de pasajeros sentados en la fila de la salida de emergencia mientras volábamos de Madrid a Nueva York.
“¡Animales!”, dijo con un rictus que combinaba por partes iguales ironía y pena. “¡Voláis como animales! La verdad es que no se puede volar en turista. O business o nada”.
LA NACIÓN