Postergadores seriales

Postergadores seriales

Por Laura Reina
Candela Ini se presentó el 18 de octubre en el CGP N 13, de Belgrano, para renovar el registro que se le había vencido hacía ya un tiempo. Con tanta mala suerte que ese día el sistema “estaba caído” y la empleada pública le pidió que volviera al día siguiente sin turno. Candela nunca volvió hasta esta semana, la última del año, donde pudo, al fin, cumplir con esa formalidad imprescindible para volver a manejar. “Soy postergadora crónica de trámites, no me gustan para nada. Me pasa con los pagos por ventanilla: la cuota de la facultad siempre la pagué con recargo. Y también me sucede con los estudios médicos de rutina: se me vencen las órdenes y tengo que volver a pedirlas no una, sino varias veces. La doctora clínica me dice «¿otra vez?». No es que me olvido, simplemente lo postergo”, reconoce esta joven diseñadora y periodista de 24 años. Los últimos días del año son, para muchos, tiempo de detenerse a pensar y hacer algún que otro balance. Para otros, en cambio, implican horas frenéticas para completar y tratar de cumplir con aquello que se postergó indefinidamente durante los últimos 12 meses y que hoy, a pocas horas de terminar 2016, figuran en la lista de las cosas pendientes e inconclusas. Trámites de todo tipo, exámenes médicos y académicos, arreglos en casa, ejercicio, service del auto… la lista sigue y es cada vez más larga. No son ni vagos ni perezosos. Son procrastinadores.
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La procrastinación es ese hábito o tendencia de comportamiento que implica demorar, retrasar, diferir o postergar tareas o decisiones importantes. Aunque no es un trastorno nuevo, es sin duda uno de los males de época. Cambios en el estilo de vida, en las exigencias cotidianas y en la forma de relacionarnos o vincularnos con los demás hacen que la procrastinación sea hoy más notoria que antes: “Está en expansión. Vivimos insertos en la cultura líquida de la que habla Zigmunt Bauman, en la que el cambio es una constante -plantea la socióloga Graciela Chiale, autora, junto con la psicóloga Gloria Husmann del libro Procrastinación: el arte de postergarse en la vida (Del nuevo Encuentro)-. Hoy todo es precario y provisorio, nada está diseñado para durar. En este estado de incertidumbre, el abandono de ideas, proyectos y responsabilidades se ha naturalizado. Esto, junto con la falta de estructuras sociales, constituye un campo propicio para la procrastinación”. Una de las mejores definiciones de lo que es un procrastinador no la da ni el psicoanálisis ni la sociología, sino uno de los dibujitos animados que miran, con igual entusiasmo, niños y adultos.
Anaïs, la hermana inteligente de la familia Waterson, protagonista de El increíble mundo de Gumball, dice en uno de los episodios de la tercera temporada: “Un procrastinador es alguien que siempre evita sus responsabilidades haciendo alguna otra actividad”. En ese capítulo Gumball, el mayor de los tres hermanos, buscaba excusas insólitas para postergar lo que su mamá le había acabado de pedir: algo tan simple como sacar la basura. Y pone su inagotable creatividad al servicio de procrastinar, un arte en el que se considera un verdadero experto.
Postergar, claro, es un rasgo de comportamiento típico en los niños. ¿Qué padre no se enfrenta a diario con promesas como “después te juro que ordeno, después me baño, después hago la tarea?” Pero en una sociedad cada vez más infantilizada, este es otro de los rasgos que los adultos conservan de la niñez. “Los niños postergan porque siempre encuentran elementos distractivos. Y los jóvenes también son grandes procrastinadores. Aunque es cierto que existen infinidad de estímulos que los incitan a dispersarse, hay también en ellos una suerte de desgano o dejadez espontánea que suele intensificarse o perpetuarse “, sostiene Chiale.
Sin embargo, la socióloga aclara que no siempre postergar implica procrastinar: “Hay veces en las que aplazar una acción o decisión puede ser lo más adecuado -asegura-. Sólo cuando esa actitud de postergación se hace crónica, cuando esa conducta es una constante, es posible sospechar que se está ante un trastorno de comportamiento. En general son personas que pretenden alcanzar siempre la perfección o que la forma en que pretenden alcanzar sus objetivos es poco viable o utópica. Muchas veces sienten un intenso miedo al fracaso y ante este riesgo, prefieren no hacer nada. Y en otras ocasiones pretenden transferir sus propias responsabilidades a los demás”, describe Chiale, que sostiene que en el ámbito laboral y académico es donde el problema se hace más evidente.
“En el caso de personas de nivel de instrucción más alto, la postergación en la entrega de la tesis sin dudas estaría en el podio de un hipotético ranking”, asegura la socióloga.
Pero en cuestiones relacionadas con el trabajo, Candela, que acaba de terminar la carrera de Periodismo en TEA y tiene su propia marca de bikinis, Magnolia, donde se encarga de diseñar los modelos, no se considera para nada una procrastinadora. “Soy de postergar en cuestiones personales, pero no en las laborales -sostiene-. Por ejemplo, este año me propuse empezar algo relacionado con la meditación o yoga para conectar con lo espiritual, pero no pude. Y hace mucho vengo postergando estudiar francés. Son todas cosas que pasan más por un deseo mío que por una obligación”, reconoce Candela.
Por estos días, Lucía Ogdon sufre por no poder ponerle punto final al guión que empezó en febrero y se propuso tener listo a fin de año. Y, aunque con 26 años ya escribió y filmó tres cortometrajes y redactó un mediometraje, no logra avanzar con el largometraje que se propuso como gran objetivo de 2016.
“Por ahora, sólo tiene 10 páginas. Hice talleres de guión y realización audiovisual para tener deadlines y poder organizarme mejor con las entregas parciales -cuenta-. Pero casi no avancé, está en estado «pausado». Mi nueva meta es terminarlo para fines de 2017”.
Lucía reconoce que le cuesta cerrar aquellos proyectos propios. “Cuando es algo en común, me estimula. Pero cuando es sólo mío, la tendencia es patearlo. Tengo un baúl lleno de guiones inconclusos, que sé que no los voy a terminar. Pero entiendo que es parte del camino, de la carrera que elegí”, dice.
Marcelino Castro no se considera un procrastinador, pero reconoce que postergó más de 20 años la vuelta a un hábito saludable que practicaba siendo joven y que retomó hace apenas siete meses: correr. Orgulloso por tener todos los chequeos médicos al día -uno de los ítems que más se suelen postergar-, Marcelino acaba de completar la última tanda de estudios para participar de una carrera de 21 km en las sierras de Tandil en enero: “Trato de no dejarme estar, sobre todo con los chequeos médicos y no sólo para correr: voy al oftalmólogo, al dentista… tengo el service completo” ,dice satisfecho, aunque asegura no ser un obsesivo: “No me pongo alarmas en el celular.” Los procrastinadores muchas veces no saben que lo son. Hay formas de averiguar si uno pertenece a este grupo o no, pero la intuición nos indica que solemos desestimar las alarmas. Pero cuando año tras año nos planteamos algunas metas y, año tras año, la postergamos es que quizá tengamos un problema en este sentido.

Un mal moderno
De la misma manera que ocurre con otros trastornos modernos (adicción a la tecnología, falta de atención, etcétera), la procrastinación se ha vuelto cada vez más notoria. Comparativamente con épocas anteriores, hay factores sociales que puden influir en la aparición de este tipo de conducta, según advierten los especialistas.
Sin duda, en la sociedad actual el nivel de exigencias es mayor. Ha cambiado el estilo de vida, la forma de comunicarse, de relacionarse, de actuar y de percibir. Hubo un cambio de paradigma, señalan los expertos, y la tecnología que puede ser una aliada para trabajar de manera más eficiente, también es una importante fuente de distracciones. Por eso es conveniente ser consciente de la existencia del problema y tomar recaudos para que uno mismo pueda neutralizar esos elementos distractores. “Es fundamental que una persona al reconocerse como procrastinadora no justifique su inacción. Por el contrario, al identificarse con esta conducta, puede trabajar para modificarla”, dice Chiale.
Consultada acerca de si existe un ranking de cosas que solemos posponer indefinidamente, la especialista expresó que la entrega de tesis de estudio están en el podio. “Es algo que escuchamos mucho y reiteradamente entre las personas de nivel de instrucción más alto”, señala. En la amplia gama de de tareas procrastinadas hay de todo: arreglos hogareños, retomar la actividad física, dejar de fumar, poner el auto en condiciones, etcétera.

De límites y (otros) tiempos
Para la psicóloga Ana Krieger, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), quienes procrastinan se enfrentan siempre a un límite que se niegan a aceptar: “El tiempo es finito y marca un término. Hay en el que posterga la fantasía de que puede manejar ese tiempo a su antojo -plantea la especialista-. Entonces aparecen trampas y artilugios. Es la fantasía de estirar lo más posible el tiempo para no hacer lo que en realidad se tiene que hacer. Esto es muy notorio cuando se pasa de un estado a otro: de soltero a casado, de estudiante a profesional. Se posterga porque uno cree no estar preparado para pasar de una situación a otra”.
En relación a este punto, Chiale asegura que los procrastinadores “tienen una seria dificultad en la mensura del tiempo y creen que cuentan con más tiempo del que en realidad disponen”. En esto, procrastinadores e impuntuales crónicos parecen tener una base común que los retroalimenta: la idea de poder manejar a su antojo lo inmanejable.
Muchas veces el procrastinador serial manifiesta su sufrimiento con conductas de rebeldía y de enojo. Sufre por no poder, sufre por no complacer, sufre por saberse incomprendido y sufre por sentirse culpable. Según las investigaciones, la culpa es una compañera de vida del procrastinador crónico.

A favor de aplazar pendientes
Sin embargo, hay quienes sostienen que pese a las dificultades y problemas que pueden surgir de hacer de la postergación un estilo de vida, se puede ser un “procrastinador productivo”. En 1995, el filósofo de la Universidad de Stanford John Perry escribió el ensayo La procrastinación estructurada, donde aduce que se puede llegar a ser productivo a condición de dejar pendiente algo más importante. Ese ensayo se fue ampliando hasta convertirse en un libro… casi 20 años después. La procrastinación eficiente. Guía para posponer todo de manera productiva, es el título que Perry (Ig. Nobel 2011) eligió para defender -una vez más- la dilación de cosas.
La mayoría de las veces que se escribe sobre procrastinación es sobre cómo curarla. Aunque en un sentido estricto parecería imposible. Es que existen un número infinito de cosas que uno podría estar haciendo. Así que para algunos expertos la cuestión no es cómo evitar procrastinar, sino como procrastinar bien. La imagen del profesor despistado, que se olvida de afeitarse, o comer, o tal vez incluso de ver a dónde va, mientras está pensando en alguna pregunta interesante está bastante extendida. Es cierto que su mente está ausente del mundo ordinario, pero esta trabajando en algo importante.
De ahí surge la constatación de que muchas personalidades salientes de la historia han sido procrastinadores: postergan ocuparse de las cosas pequeñas para trabajar en cosas grandes. Habría que preguntarse qué son las cosas “pequeñas”. A grandes rasgos, para estas personas de perfil intelectual alto lo “pequeño” sería aquello que tiene cero posibilidades de ser mencionado en su obituario. En esta línea, la procrastinación buena sería evitar los pendientes cotidianos para ocuparse en tareas profundas.
Otro de los que salió en defensa de los postergadores seriales es Adam Grant, profesor en la Universidad de Wharton y autor del libro Originals. En ese libro el académico afirma que procrastinar es “una herramienta” utilizada habitualmente por algunas de las mentes más brillantes y pone como ejemplo nada menos que al creador de Apple, Steve Jobs. Grant afirma que (históricamente) hay dos maneras de pensar en la procrastinación: normalmente se relaciona con esa sensación de no querer hacer nada productivo, mientras que en el antiguo Egipto la gente relacionaba procrastinar con “esperar al momento adecuado”. Aunque ese momento, a algunos, les lleve meses o incluso años…
LA NACION