06 Feb Para el actual Nobel de economía, el auge del populismo es una advertencia a las elites
Por Shawn Donnan
Angus Deaton, ganador del Premio Nobel de economía en 2015 y optimista defensor de la globalización, es uno de los más adecuados para explicar la agitación populista que se vive por estos días.
Apenas unas semanas después de ganar el Nobel, Deaton y su esposa, su colega economista de Princeton Anne Case, publicaron un documento que revela una tendencia alarmante en la sociedad estadounidense: una oleada de suicidios y otras muertes por “desesperación” entre hombres blancos con bachillerato había alcanzado un grado tan alarmante que los blancos de mediana edad colectivamente se habían convertido en el único grupo demográfico en EE.UU. en décadas que ha sufrido un aumento de la mortalidad. Por sus cálculos, entre 1999 y 2013 se perdieron 490.000 vidas como consecuencia de esta tendencia.
El estudio Case/Deaton fue utilizado como evidencia causal del auge de Trump y su popularidad entre los votantes blancos descontentos en la región central de EE.UU. Cuando el presidente Barack Obama recibió a Deaton y a los demás galardonados en 2015 en la Casa Blanca, interrogó a los dos economistas sobre sus hallazgos. “Él mismo abrió la puerta y me estrechó la mano y le dije: Me gustaría presentarle a mi esposa”. “Y él dijo: La profesora Case no necesita presentación. Soy un gran admirador de su trabajo”, relata Deaton.
“Ese hombre tiene mucha clase”, dice Deaton. “Pero puede no haber sido un presidente muy eficaz”.
Deaton está entre aquellos que ven el triunfo de Trump – y el voto Brexit que conmocionó al Reino Unido este año – como consecuencia de la arrogancia de las élites políticas.
Hace comentarios mordaces sobre los Clinton, Hillary Clinton en particular, por su vinculación con una fracturada clase dirigente estadounidense. “Uno de los grandes beneficios de la elección para mí es que no tengo que fingir que ella me cae bien”, aunque confiesa que a regañadientes votó por ella.
Pero su mayor frustración es lo que él ve como los antecedentes distantes y tecnocráticos de tantas personas en la política centrista en la actualidad.
La opinión de Deaton se deriva de sus propios antecedentes. Nacido en Edimburgo en 1945, es nieto de un minero del carbón de Yorkshire, e hijo de un ingeniero civil cuyas propias batallas para educarse lo llevaron a empujar al joven Angus hacia una rigurosa rutina de estudio que eventualmente lo condujo a una beca en Fettes – el Eton de Escocia – y luego en Cambridge.
“Siempre – y no siempre felizmente – me he considerado un extraño”, me dice Deaton. “Ciertamente en Fettes. Y luego los escoceses siempre son extraños en Inglaterra. Siempre te están poniendo en tu lugar de una forma u otra, y hay una rígida jerarquía de clases”.
Esto, considera, “es la verdadera simpatía que creo sentir por estas personas que apoyan a Trump”. Dice: “Siempre he compartido la idea de estar excluido”.
Deaton abandonó su puesto en Princeton en la primavera, pero él y Case continúan estudiando los datos.
Desde la elección, otros han utilizado la correlación entre lugares con altas tasas de mortalidad de blancos y los votos en favor de Trump. Pero el vínculo con aquellos que declaran sufrir de dolor físico es aún mayor, dice Deaton. Él considera la epidemia de dolor y el consecuente torrente de opioides en comunidades durante la última década, más que la globalización o la dislocación económica, la causa real del aumento de la mortalidad entre los estadounidenses blancos de mediana edad.
Con la ayuda de Gallup ha estado recolectando datos sobre cuántas personas informan haber sentido dolor físico en las 24 horas previas y dice que las cifras son asombrosas en EE.UU. La causa de la epidemia – y sus vínculos con el auge de Trump – no están claros, dice. Parece más dispuesto a culpar a las compañías farmacéuticas y los médicos por la prescripción excesiva de opioides. Un aumento de la adicción (las sobredosis de drogas causaron más muertes en EE.UU. el año pasado que los accidentes automovilísticos), según dice, ha demostrado ser mucho más grave que la globalización.
El libro de Deaton de 2013, The Great Escape, argumentaba que el mundo en que vivimos hoy en día es más sano y más rico que lo que hubiera sido de otra manera, gracias a siglos de integración económica. Él considera que es un error culpar a la globalización de los males en el Cinturón de Óxido de EE.UU. o en las atribuladas zonas industriales de Gran Bretaña.
“Para mí, la globalización parece no ser lo más perjudicial y me resulta muy difícil no pensar en los millones de personas que han salido de la pobreza como consecuencia”, dice. “No creo que la globalización sea ni una ínfima parte de la amenaza que representan los robots”.
Preguntar si la desigualdad es mala para el crecimiento económico es, según Deaton, una “pregunta ingenua”.
Sin embargo, la desigualdad que se manifiesta en el hecho de que personas o corporaciones ricas compren el control del gobierno es una cuestión diferente. “Eso es sin duda una catástrofe. La desigualdad que provoca el uso de la riqueza para ejercer influencia sobre la política en busca de ganancias egoístas es el quid de la cuestión”.
Deaton una vez argumentó que la felicidad alcanzaba efectivamente su nivel máximo una vez que la persona ganaba el equivalente a u$s 75.000 al año. ¿Acaso Trump sería feliz con u$s 75.000 al año? ¿Acaso Deaton sería feliz?
Deaton señala que la conclusión del documento fue realmente que la ganancia de felicidad se nivelaba una vez que se lograba salir de la pobreza.
“Donald Trump siempre le está diciendo a la gente cuán grandiosa es su vida y todas las cosas maravillosas que ha hecho y eso también tiene que ver con sus ingresos. Y eso es también lo que descubrimos. Si se les pregunta a las personas cómo van sus vidas, en general, parece que tienden a señalar los ingresos”, a pesar de la disminución de las ganancias de felicidad.
Me parece que es hora de preguntar sobre el futuro. ¿Qué hay con todos esos quienes ven – en el Brexit, Trump y el aumento del populismo en Europa – un fin inminente para el orden económico liberal de posguerra?
“Esperemos que no”, responde. “Sin duda se puede comparar de cierta forma 2016 con la década de 1930, lo cual, por supuesto, todo el mundo está haciendo”.
“Fue esa apertura la que creó esas oportunidades que aquellas personas aprovecharon, y mediante las cuales prosperaron.
Por eso me es difícil pensar de forma diferente”, dice. En lugares como India, donde ha trabajado extensamente, los beneficios de la globalización han contribuido también a “una gran disminución de la opresión social y eso ha ocurrido en todo el mundo”, dice, refiriéndose a los avances en los derechos de la mujer y la defensa de los derechos de los homosexuales en las últimas décadas.
En Trump – y aquellos que ha nombrado para puestos en su gabinete – Deaton realmente ve un retorno a la norma republicana, más que una revolución. La victoria de un republicano fue algo que, según la historia de EE.UU., siempre fue un escenario más probable que la elección de otro presidente demócrata.
También acoge con agrado la reorganización de las instituciones liberales y espera un ajuste. “La buena noticia es que éstas serán advertencias a las élites de que no pueden seguir así”.
Deaton retoma por última vez el tema de la “gente blanca muerta”. Dice: “Mi conjetura es que la economía y el declive de los sindicatos y la sensación de no estar representados prepararon el terreno para esta terrible agitación. No cabe duda de que perdieron empleos en la manufactura y esos empleos venían con los sindicatos que les brindaban representación. Por lo tanto, se ven privados de eso y eso les hace más susceptibles al suicidio y la depresión”.
EL CRONISTA