12 Feb Palm Beach, a orillas del mar
Por Tomás Natiello
El Ferrari amarillo vio la luz roja y se detuvo. Su bronceado conductor recordó que el auto propio es uno de los pocos lugares donde puede fumar y decidió esperar con un tabaco en la boca que se levantara el puente. Contempló la acera vertical como pensando en otra cosa, vio pasar sin apuro una más de las ostentosas lanchas navegando el canal que separa el continente de la longilínea isla, y recién cuando Atlantic Avenue volvió a ser una calle transitable, puso primera y siguió su rumbo.
Derlay Beach es probablemente el destino final del conductor y su súper auto. Ambos desfilarán gozosos por esos últimos 500 metros de Atlantic que restan hasta los juncos de la playa sin ser observados por nadie. Incluso, saben que formarán parte integrante del paisaje, junto con las galerías de los anticuarios, los cafés y las palmeras que se estiran a ambos lados simulando ser íconos religiosos de la península. Como telón de fondo; edificios de la Old School Square -la corriente arquitectónica de los años ’20 en la Florida-, unos pocos peatones y un cielo azul brillante.
Derlay es un pequeño y exclusivo poblado ubicado en el centro de la llamada Gold Coast, cuya apariencia podría resumir sin problema buena parte del espíritu de Palm Beach; el más grande de los condados del sudeste norteamericano. Una doble mano elegantísima que llega hasta la costa (Atlantic Av.), un boulevard marino zigzagueado por rollers y una orilla agreste representan al fin de cuentas los más entrañables secretos de su identidad. Sus habitantes, dirán que el ambiente devela una way of life, que a lo largo de la carretera A1A va alistando con su estilo a las gemelas Fort Loderdale, Highland Beach y Palm Beach downtown. Entre municipio y municipio, se alterna el verde ondulado de los campos de golf, la claridad del mar por detrás de los altos cocoteros y varias casas fastuosas de millones de dólares.
EL CRONISTA