Los secretos de un castillo situado a tres cuadras de la playa en Pinamar

Los secretos de un castillo situado a tres cuadras de la playa en Pinamar

Por Virginia Mejía
Los turistas que pasean por Pinamar suelen detenerse frente a un castillo situado a metros del mar que está en obra desde hace dos décadas. El enorme edificio llama la atención por su estilo gótico, recargado, que nada tiene que ver con el del resto de los chalets típicos de la costa. Verano tras verano, la gente se acerca al inmueble para intentar develar el misterio de quiénes son los sus habitantes y si la construcción finalmente concluyó o no.
Esta temporada, al subir por la loma de la calle Martín Pescador, entre Sirena y Libertador, se observa que lograron completar las rosetas y los ornamentos venecianos de tres fachadas. Sin embargo, tan sólo el 60% de la vivienda se considera terminado. Así lo explicó su dueño, José Maluccio, que abrió las puertas de su casa a LA NACION. Si en 20 años logró construir poco más de la mitad, tal vez en otros 20 pueda ver la obra terminada.
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“No tengo apuro. Es como realizar una escultura, vamos paso a paso”, aseguró. Hombre de pocas palabras, en invierno se sienta en su silla de ruedas a la entrada del castillo. Alza la mano y le da instrucciones a su hijo, Augusto, quien trepado a lo alto coloca molduras y arcos. Lo mismo hacen en verano, al atardecer.
Su proyecto está inspirado en tres palacios venecianos: el Ducale, el Ca’ d’Oro y el Cavalli. Sin embargo, son lugares que jamás visitó. Maluccio, un ingeniero civil de 70 años, nació en Catanzaro, Calabria; llegó a la Argentina de pequeño y nunca regresó a Europa. “Vi fotos y leí mucho sobre arquitectura italiana. No necesito viajar”, dijo. Gracias a esas lecturas es que ahora intenta reproducir en sus planos los arcos entrelazados de influencias musulmanas y las cresterías de los palacios del siglo XV. La ejecución está totalmente en manos de su hijo, quien se define como “artesano”, ya que trabaja solo y sin ayuda de albañiles a lo largo de todo el año.
Varios inversores intentaron adquirir la original propiedad situada a tan sólo tres cuadras de la playa y que cuenta con 500 m2 cubiertos, cuatro niveles y 13 metros de altura. No tuvieron éxito. “Un día vino un hombre y golpeó a la puerta. Me dijo que quería comprar el palacio. Le respondí que no podría pagarlo y que además, si se lo vendía, yo no tendría a dónde ir”, explicó Maluccio.
Ni el dinero ni los costos son un problema para él: “Tengo una jubilación y con eso pago el cemento y el resto de los materiales. No necesitamos demasiado más para vivir acá”. Su familia está compuesta por su mujer, que vive en Buenos Aires, y tres hijos. Augusto fue el único que se atrevió a acompañarlo en su aventura arquitectónica. “Por eso, todo esto es de él”, aseguró.

Un sueño cumplido
El sueño del castillo propio comenzó en 1998 cuando Maluccio, un ex empleado de Vialidad Nacional, decidió buscar un lugar donde vivir cerca de su madre, que estaba en la vecina localidad de Ostende. Como tenía la costumbre de asistir a misa todos los días, buscó un terreno próximo a la parroquia Nuestra Señora de la Paz, de Pinamar. Encontró un lote de 1000 m2 en Martín Pescador 368. Lo atrajo el hecho de que el terreno abarcara un pulmón de manzana repleto de eucaliptos y que tuviera una profunda pendiente de 10 metros bajo tierra.
Ese desnivel fue luego transformado en los dos subsuelos con salida al jardín trasero con los que cuenta la casa. A su vez, que el lote estuviera ubicado en lo alto de una loma contribuyó a que los pinamarenses lo asociaran con un castillo. A lo largo de la historia, ese tipo de fuertes se situaban en lugares elevados para poder divisar al enemigo.
Pero la vida de los Maluccio poco tiene de idílica. Los inviernos no son fáciles de sobrellevar: “Hace tanto frío que, cuando estamos viendo una película a la noche, se nos congelan los pies y nos tenemos que ir a dormir. Todavía no pusimos la loza radiante, pero ya llegará”, dijo Augusto.
De todos modos, no parecen dispuestos a claudicar. Aún resta mucho por hacer. Faltan las terminaciones de una pared externa lateral, los dormitorios en suite, la colocación de dos torres y una piscina en la terraza. Para ellos, el excesivo peso del agua sobre la estructura no representa un problema. “Está todo calculado, la construcción es de hormigón armado, aguanta bien”, aseguraron. Contar con pileta no estaba en el proyecto original; a lo largo del tiempo, tuvieron que modificar los planes de acuerdo con los códigos urbanísticos de las sucesivas intendencias. “Nuestra casa es como la historia de la civilización, van surgiendo nuevas ideas y las vamos aplicando”, explicó Maluccio.
Mientras LA NACION entrevistaba a padre e hijo, un auto en el que una familia volvía de la playa se detuvo frente al portón. “Buenos días, señor, disculpe la molestia. ¿Qué estilo es el de su casa: gótico, barroco, veneciano? ¿Cuándo va a terminarla? Todos los veranos pasamos por acá con los chicos para ver cuánto avanzó la obra. Estamos intrigados”, preguntó una señora.
José sonrió levemente. Es que tal vez, como sucede con el palacio Ca’ d’Oro, al que le falta completar el ala izquierda, su castillo en realidad nunca se termine y, al igual que al edificio veneciano, sean las asimetrías y las imperfecciones las que le otorgan su peculiar encanto.
LA NACION