Jugar a la ruleta rusa, pero con pastillas

Jugar a la ruleta rusa, pero con pastillas

Por Chris Mc Greal
Natasha Butler nunca había oído hablar del fentanilo hasta que un médico le dijo que una sola pastilla había llevado a su hijo mayor al borde de la muerte, de donde no regresaba. “El doctor me explicó que el fentanilo es cien veces más potente que la morfina y cincuenta veces más que la heroína. Y yo sé que la morfina es muy pero muy poderosa, así que estoy tratando de entender. ¿Todo eso por una sola pastilla? ¿Y cómo la consiguió mi hijo?”, se pregunta, mientras la voz se vuelve un susurro y los ojos se le llenan de lágrimas. “Jerome estaba con respirador y ya no respondía. El médico me dijo que todos los órganos se le habían apagado. El cerebro estaba hinchado y presionaba la médula. Decían que si lograba sobrevivir, igual iba a quedar como un vegetal.”
La última foto de Jerome lo muestra postrado en una cama de hospital, con los ojos cerrados y su vida pendiendo de un manojo de cables y de tubos. Natasha tomó la decisión casi imposible de dejarlo morir.
“Hubo que retirarle la asistencia respiratoria. Es la decisión más difícil que a uno le puede tocar en la vida. Yo lo tuve a los 15 años, así que crecimos juntos. Él tenía 28 cuando murió”, dice. “Tuve que dejarlo morir, pero igual necesitaba respuestas. ¿Qué era el fentanilo? ¿Cómo lo había conseguido?”
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Una pregunta formulada a lo largo y a lo ancho de Sacramento después de que Jerome y otras 52 personas de los alrededores de la capital del estado de California, en unos pocos días entre fines de marzo y principios de abril de 2016, sufrieron sobredosis de este poderosísimo opioide sintético que por lo general sólo se usa en los hospitales para tratar pacientes con cáncer avanzado. Doce de ellas murieron.
Menos de un mes más tarde, esa misteriosa droga –hasta entonces casi desconocida para la mayoría de los estadounidenses– irrumpió en la conciencia nacional cuando terminó con la vida del músico Prince. El fentanilo, según se supo después, era el último y más preocupante giro de la epidemia de adicción a opioides que arrasó el país durante las dos décadas pasadas y se cobró cerca de 200.000 vidas. Pero como casi todas las víctimas del fentanilo, es probable que Prince nunca haya sabido que estaba consumiendo la droga.
“Es alarmante el número de personas con sobredosis”, afirma la teniente Tracy Morris, que dirige el grupo de investigaciones especiales antinarcóticos del condado de Orange y que ha visto irrumpir la droga a través de la frontera con México. “Es de veras aterrador. Ni siquiera saben lo que están tomando”.
La epidemia de adicción a los analgésicos opioides de venta bajo receta, una crisis de larga data, es producto de la influencia que ejercen las grandes compañías farmacéuticas en la política de salud estadounidense. Dos décadas atrás, Purdue Pharma, una pequeña empresa familiar productora de medicamentos, sacó a la venta el analgésico más poderoso, aunque en realidad los farmacéuticos ya lo vendían sin receta. A pesar de que era varias veces más fuerte que cualquier otra droga del mercado y de estar vinculado estrechamente con la heroína, Purdue aseguró que el OxyContin no provocaba adicción y que era un medicamento seguro incluso para tratar dolores más bien leves. Resultó no ser cierto.
La droga desató una epidemia que en Estados Unidos costó más vidas que las armas de fuego, y que atravesó todos los estratos de clase, raza y ubicación geográfica. Se extendieron tantas recetas de OxyContin y otros analgésicos con la misma sustancia activa –la oxicodona– que familias enteras cayeron presa de la adicción. Desde obreros que se habían torcido la espalda en el trabajo hasta adolescentes con una lesión deportiva o cualquiera que se quejara de un dolor le recetaban oxicodona.
Cuando finalmente el gobierno puso freno a la prescripción de analgésicos, hizo que a los adictos les resultara más difícil conseguir las pastillas y, en consecuencia, el precio en el mercado negro aumentó.
De las farmacias a los carteles
Los carteles mexicanos intervinieron llenando el país de una sustancia más grave, la heroína, en cantidades nunca vistas desde la década del 70. Pero si bien el resurgimiento de la heroína es redituable para los carteles, el cultivo y la cosecha de amapolas demanda mucho tiempo y mano de obra. Además, el contrabando a gran escala entraña ciertos riesgos. Por otro lado, los ingredientes para la elaboración de fentanilo están disponibles en China y se pueden importar sin problemas, ya listos para ser procesados.
El fentanilo fue originalmente diseñado en Bélgica en 1960 y se desarrolló como un anestésico. Es mucho más poderoso que la heroína, hasta tal punto que basta con una pequeña cantidad para inducir el mismo estado que su predecesora. Esto se traduce en enormes beneficios para los carteles. Si tal como lo afirma la Agencia Antidrogas de los Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés), 1 kilo de heroína deja una ganancia de alrededor de 50.000 dólares, 1 kilo de fentanilo reditúa al menos un millón.
Al principio, los carteles se lo mezclaban a la heroína para aumentar la potencia de las partidas de baja calidad de esa droga. Pero los opioides recetados vienen con un plus: son supuestamente confiables y poco a poco se han vuelto difíciles de encontrar en el mercado negro. Así que comenzaron a falsificar pastillas de drogas recetadas incluyéndoles fentanilo.
No obstante, fabricar pastillas con una droga como el fentanilo es una ciencia que exige enorme exactitud: apenas unos miligramos de más pueden matar. “Resulta letal incluso en dosis muy pequeñas –dice Morris–. Hasta una dosis de 0,25 mg puede ser fatal.”
Las autoridades comparan adquirir pastillas en el mercado negro con jugar a la ruleta rusa. “Nadie sabe qué tan fuertes son ni qué tienen adentro esas pastillas que se venden en la calle”, dice Barbara Carreno, de la DEA.
Luego de la muerte de Prince, los investigadores encontraron en su casa pastillas rotuladas como hidrocodona, pero que contenían fentanilo, lo que sugiere que las había comprado en el mercado negro. La policía concluyó que murió de una mezcla fatal de opioides y benzodiacepinas, un combo particularmente peligroso. Es probable que Prince ni siquiera haya sabido que estaba ingiriendo fentanilo.
Jerome Butler, el joven hijo de Natacha, era ex camionero de la cervecería Budweiser y se estaba capacitando para convertirse en guardia de seguridad. Jerome pensó que estaba tomando un medicamento recetado llamado Norco. A su madre se le quiebra la voz al relatar lo que sabe de las últimas horas de su hijo. Natasha dice que estaba al tanto de que Jerome era consumidor de marihuana, pero no tenía la menor idea de que estuviese enganchado con los opioides. Al parecer, en algún momento su hijo consiguió una receta falsificada y pudo haberse vuelto adicto de esa manera. Se enteró de que desde entonces le pagaba a un médico famoso por recetar opioides y proveer pastillas a los adictos.
“Si Jerome hubiese sabido que era fentanilo, nunca lo hubiese tomado –dice Natasha–. “No es una droga recreativa. Es fentanilo. Se toma una vez y no hay vuelta atrás. No se vuelve.”
Eso no fue exactamente lo que pasó con la partida de pastillas que asoló Sacramento y se cobró otras once vidas. La víctima más joven se llamaba George Berry, tenía 18 años y era de El Dorado Hills, un barrio exclusivo y de mayoría blanca. El mayor de los fallecidos tenía 59 años. Otros lograron sobrevivir. A algunos los salvó haber reaccionado rápidamente, lo que les permitió a los médicos administrarles un antídoto antes de que se produjeran daños irreparables. Otros ingirieron una cantidad que les provocó trastornos graves, pero no la muerte.
Fue una cuestión de suerte. Después de las intoxicaciones de Sacramento, cuando los investigadores incautaron las pastillas falsas encontraron grandes diferencias en la cantidad de fentanilo que contenía ca-
da una. Algunas tenían menos de 0,6 mg y otras 6,9 mg de la droga: en efecto, una dosis potencialmente fatal.
Las autoridades nacionales no saben con certeza a cuánta gente mata el fentanilo, debido a la frecuencia con la que se lo mezcla con heroína, que es la que luego es registrada como causante de la muerte. La DEA informó de 700 casos mortales en 2014, pero afirma que se trata de una subestimación y que los casos siguen en aumento. En 2012, el laboratorio de esa agencia gubernamental llevó a cabo 644 pruebas en drogas decomisadas en las que se comprobó la presencia de fentanilo. Para 2015, el número de pruebas positivas ascendía a más de 13.000.
Drogas cada vez más sofisticadas
La policía no tuvo que ir muy lejos para encontrar la fuente de la droga que mató a Jerome. Él y su novia estaban parando en la casa de una tía de ella, Mildred Dossman, mientras buscaban un lugar donde mudarse. Jerome estaba fumando marihuana y tomando cerveza con William, el hijo de Mildred. Poco antes de la una de la mañana, William fue a la habitación de su madre y volvió con la pastilla Norco adulterada. Jerome la tomó y dijo que se iba a la cama.
Esa noche la novia de Jerome estaba en la cárcel por no haber pagado la multa de una infracción de tránsito, así que él estaba solo con su hija de 18 meses, Success, que dormía cerca de él.
“Los médicos me explicaron que tuvo un ataque cardíaco en cuestión de segundos –cuenta su madre–. “Después, mientras seguía ahí en la cama, el tiempo pasó y los órganos empezaron a envenenarse con el fentanilo. Se fue muriendo al lado de su hijita.” Natasha dice que en la casa había otras personas que escucharon a su hijo quejarse de que le dolía el corazón. Pero no hicieron nada porque temían que al llamar a una ambulancia también fuera la policía.
Recién diez horas más tarde, los Dossman por fin pidieron ayuda a un vecino conocido, que primero intentó practicarle técnicas de resucitación y finalmente llamó a los paramédicos. La policía también llegó, y en ese momento Mildred Dossman, de 50 años, fue acusada de distribución de fentanilo y analgésicos opioides del mercado negro: resultó ser la dealer del barrio.
La DEA alertó acerca de la investigación sobre las muertes en Sacramento mientras sus agentes trataban de persuadir a Dossman para que los llevara a sus proveedores. Pero al parecer compraba las pastillas directamente a los carteles mexicanos.
Carreno, la agente de la DEA, afirma que algunos carteles mexicanos mantienen relaciones de larga data con laboratorios chinos legítimos que durante años les proporcionaron los precursores químicos para elaborar metanfetamina. Los bultos de fentanilo suelen transportarse en diversos fletes, de manera que sus orígenes son difíciles de rastrear. Los cargamentos más grandes se trasladan en contenedores marítimos.
En junio de 2016, la DEA dio a conocer un video que alerta a los agentes del orden público de todo el territorio de Estados Unidos sobre que el fentanilo es diferente a todo lo que hayan podido encontrar con anterioridad y que deberían abstenerse de transportar los decomisos a las oficinas.
En el video aparece un detective de Nueva Jersey luego de inhalar accidentalmente durante un arresto apenas un poquito de fentanilo que flotaba en el aire. “Sentí como si mi cuerpo se apagara. Creí que me estaba muriendo”, dice el agente en el video.
Además de la conexión mexicana, en el país ha surgido una industria de fabricación casera. Semanas después de la muerte de Jerome, los agentes arrestaron a una pareja que prensaba tabletas de fentanilo en su departamento de San Francisco.
Candelaria Vázquez y Kia Zolfaghari camuflaban la droga como pastillas de oxicodona y las vendían por todo el país a través de la red ilegal, usando la moneda electrónica bitcoin como forma de pago. Zolfaghari llegó a recibir transferencias de hasta 230.000 dólares.
Los envíos los realizaban por el correo postal local. Y los clientes que rastreó la DEA creían haber comprado verdaderos analgésicos.
La pareja distribuía las pastillas que prensaba en la cocina de su casa. Habían hecho tanto dinero que los agentes que registraron el departamento encontraron relojes de lujo por valor de 70.000 dólares, más de 44.000 dólares en efectivo y cientos de “órdenes de compra”, con nombres, montos y números de rastreo. El departamento estaba atestado de exclusivos objetos de diseño. El acta de allanamiento describe la colección de zapatos de Vázquez, “apilados desde el piso hasta el techo”. En el momento del arresto, Zolfaghari estaba en posesión de una pistola semiautomática 9 mm y casi 500 pastillas listas para su distribución.
Pero mientras los estadounidenses recién empiezan a enterarse del tema del fentanilo, lo cierto es que la droga ya está siendo eclipsada. En septiembre, la DEA advirtió acerca del surgimiento de una variedad cien veces más poderosa: el carfentanil, un tranquilizante de elefantes.
“Estamos detectando la presencia de carfentanil cada vez con más frecuencia”, dice Chuck Rosenberg, administrador interino de la DEA. La droga ya ha sido vinculada con diecinueve muertes en Michigan. Los narcotraficantes también la importan de China, donde el carfentanil no es una sustancia controlada y cualquiera puede comprarla.
Natasha Butler todavía trata de entender la droga que mató a su hijo. Quiere saber por qué hizo falta la muerte de Jerome para que ella escuchara hablar del tema. Acusa a las autoridades de no advertir a la población de los peligros, y a los políticos, de evadir sus responsabilidades.
Un proyecto de ley para hacer más duras las condenas por tráfico de fentanilo quedó a mitad de camino en la Legislatura de California frente a la oposición del gobernador del estado, Jerry Brown, porque sumaría presión a las cárceles ya abarrotadas.
“Estoy perpleja. ¿Cómo puede ser?”, se pregunta Natasha. Sus lágrimas afloran con frecuencia mientras se sienta a una mesita negra que apenas alcanza para albergar a tres. Habla de Jerome y de la tragedia de sus tres nietos, incluida Success, a quien ahora tiene que criar.
Pero algunas de sus lágrimas son para lamentar el impacto devastador en su propia vida. “Miren dónde estoy. Yo vivía en Louisiana. Tenía una casa. Un trabajo. Tenía una vida. Era gerenta de una gran empresa. Vine acá y ahora soy una indigente. Tuve que mudarme a este departamento para ayudar a mi nieta –dice–. Mi hijo está muerto. Él tenía tres hijos y ahora ellos dependen de que yo sea fuerte. Quiero respuestas y ayuda. Agarraron a los peces chicos. ¿Pero de dónde sacaron esa droga? ¿Cómo la trajeron? ¿No se supone que el gobierno está para protegernos?”
LA NACION/THE GUARDIAN