24 Feb Judías ortodoxas solteras, relegadas al olvido
Por Emily Shire
No hace falta preguntarle a un rabino para darse cuenta de que ser una mujer soltera de cierta edad en una comunidad judía ortodoxa no es nada fácil. Si bien en Estados Unidos la edad promedio para el primer matrimonio de las mujeres es de 27 años, en muchos círculos ortodoxos –incluso los modernos– se considera que la mujer que ya pasó los 25 va cuesta abajo.
En general, se alienta a ambos sexos a contraer matrimonio a una edad relativamente temprana. Pero sobre las mujeres pesa una carga extra, debido a su desproporción frente a la cantidad de hombres solteros. Como escribe Jon Birger en su libro Date-Onomics: How Dating Became a Lopsided Numbers Game (Economía de las citas, un juego donde una de las partes corre con desventaja), publicado en 2015, en el mercado de citas de la comunidad judía ortodoxa hay un 12 por ciento más de mujeres que de hombres disponibles. Dentro de la comunidad, este desequilibrio se denomina la “crisis del shiduj”, como se conoce al sistema de citas arregladas entre los judíos.
“Sentimos que la responsabilidad es nuestra”, dice Naomi, una mujer de 42 años que enseña en una escuela ortodoxa de las afueras de Manhattan. “Es como si los casamenteros estuvieran desesperados por colocar a las mujeres porque son demasiadas. No creo que a un hombre se atrevan a decirle que ponga una foto mejor en su perfil, ni que haga esto o aquello. Al contrario, les dicen que las mujeres se mueren por ellos, que está todo bien y que pueden hacer lo que se les dé la gana”.
Con todo, es posible que el mayor problema de la soltera ortodoxa moderna no sea su estado civil, sino cómo la tratan por eso en su comunidad. “Lo vivo como una crisis porque nos miran de otra manera”, dice Naomi. “Creo que se olvidan de que existimos”.
Naomi siente que sus ideas suelen ser subestimadas por sus colegas docentes, que en su mayoría son mujeres ortodoxas casadas. “No cabe duda de que en el trabajo me tratan distinto. Creo que piensan que no sé nada. Hablo yo y pasa un carro”, dice compungida. Según Naomi, lo mismo sucede respecto de su trabajo con sus alumnos, por el hecho de no ser madre. “No siento que de veras confíen en que sé lo que hago cuando trabajo con los más chicos”.
Otras judías solteras de la comunidad ortodoxa moderna comparten la experiencia de sentirse ignoradas por los miembros de su comunidad. Eryn London, alumna del seminario rabínico Yeshivat Maharat, comenta: “De a poco te vas dando cuenta de que por ser soltera, aunque tengas una licenciatura o te hayas realizado profesionalmente, la gente de tu comunidad religiosa te sigue hablando como si estuvieras en la secundaria”. Eryn describe lo que le ocurre en la sinagoga de sus padres: “Muy rara vez un matrimonio joven me dirige la palabra”.
Toby, una psicoterapeuta de 38 años que vive en Manhattan, siente que no le conceden la misma privacidad y respeto que a los casados de la congregación. “Cuando voy a Atlanta a visitar a mi familia y asisto a su sinagoga, lo primero que la gente me pregunta es cómo va mi vida social o si estoy saliendo con alguien”. Y agrega: “¿A una mujer casada que está tratando de quedar embarazada también le harían preguntas? No sé, pero siento que si estuviese casada no se lo permitirían ”.
Lo que tal vez contribuya a generar esta diferencia de trato es que muchas de las obligaciones ortodoxas de las mujeres adultas están ligadas al matrimonio. Sharon Weiss-Greenberg, directora ejecutiva de la Alianza Judía Ortodoxa Feminista (JOFA), que ha abogado por un mejor trato hacia las solteras de la comunidad, dice que la valoración del matrimonio arranca con el primer mitzvah, o mandamiento, descrito en la Torá: “Sed fecundos y multiplicaos”. Aunque esa frase puede ser interpretada de distintas maneras, muchos la ven como un mandato de tener hijos. Y algunos –como el rabino Aryeh Citron, decano del Yeshivah College de Miami Beach, Florida– como una directiva de “tener tantos hijos como sea posible”.
Toby menciona la frustración que produce no poder cumplir con algunas obligaciones tradicionalmente asignadas a las mujeres de su edad, incluidas las relacionadas con el comportamiento sexual.
Como el sexo prematrimonial está prohibido, únicamente las casadas pueden practicar las leyes de la niddah, que consisten en regulaciones acerca de cuándo está permitido tener sexo de acuerdo con el ciclo menstrual y después de dar a luz. El respeto por las reglas de la niddah incluye la inmersión en el mikveh, o baño ritual, para purificarse. Y aunque algunas puedan ver estas leyes como una carga, se considera que la mujer que las observa cumple con un precepto religioso o buena acción, como encender las velas de Sabbat o mantener las costumbres kosher. En cierto modo, respetar las leyes de la niddah es un privilegio, un privilegio negado a todas las que no se casan.
“Siento que los mandamientos que se me asignan específicamente como mujer son imposibles de cumplir para mí. Eso me hace sentir que no puedo ser ortodoxa como siempre me enseñaron que debía serlo”, sostiene.
Aislamiento social
No obstante, la separación entre judíos ortodoxos casados y solteros va más allá de las responsabilidades religiosas. También está arraigada en la cultura.
Muchas mujeres solteras se quejan de que las parejas y las familias evitan invitarlas a la cena de Sabbat. El resultado es que acaban sintiéndose aisladas, no sólo en los casamientos y demás eventos familiares, sino en la vida cotidiana. El ritual de compartir el Sabbat con la familia, los amigos o los miembros de la comunidad es una de las piedras angulares de la cultura ortodoxa.
Últimamente, Naomi se ocupa de organizar la cena de Sabbat y de invitar a algunas de sus amigas solteras, “pero estoy cansada de ser siempre la que tiene que preparar la comida y desearía que las familias que conozco me invitaran”.
Toby también cree que el Sabbat se ha vuelto solitario y, en consecuencia, una carga. “Preferiría salir y no quedarme sentada en mi departamento”, dice. “Nos enseñan que el Sabbat es para pasarla bien, pero a mí no me gusta”.
Naomi afirma que si las parejas de casados la invitaran para el Sabbat, se sentirían obligados a invitar a otros solteros y que, por eso, directamente prefieren excluir a todos los solteros.
“Podrían invitarme, pero creo que como no saben con quién más juntarme, al final no lo hacen“, declara. “Supongo que no tienen idea de qué hacer conmigo. Siento que me miran diferente. No me ven como alguien de quien puedan hacerse amigos, porque no estoy en la misma etapa de la vida”.
De mantenerse esta división entre solteros y casados, la comunidad ortodoxa moderna en su conjunto, y no sólo sus integrantes solteros, podría salir perjudicada.
En el mejor de los casos, las mujeres solteras se sienten menos motivadas a participar activamente, ya que no son consideradas miembros plenos. En el peor de los casos, abandonan la comunidad, como cuentan algunas mujeres que sucedió con sus amigas solteras.
Weiss-Greenberg advierte: “Si van a hacer sentir menos o distinto a cualquiera que se quedó soltero por la razón que sea se estarán perdiendo todo lo que esa persona podría aportar”.
LA NACION/THE WASHINGTON POST