Entre la playa y el desierto

Entre la playa y el desierto

Por Tomás Nattielo
El pequeño municipio de Tibau do Sul está ubicado en el extremo nordeste del país, a 70 kilómetros de Natal, la ciudad de menor población de este sector. Es en realidad una villa posada junto al mar, que vive de sus frutos y de los cultivos de la tierra, levantada principalmente en madera y acostumbrada al aroma salado del agua, desde donde no sólo llega la principal fuente de ingreso, sino también las leyendas que relatan los cuentos y las fantasías populares. Ante los ojos de los viajeros se presenta en una secuencia de playas vírgenes como santuarios ecológicos, con posadas que se montan a modo de balcones a varios metros de altura.
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Al atardecer el sol abraza la arena y algunos modestos barcos parten para Baia dos Golfinhos (bahía de los delfines), donde los mamíferos demuestran con soltura, en un ambiente absolutamente natural y sin peticiones de nadie, aquellas habilidades que hicieron famosos a sus pares academizados de Orlando. Otras embarcaciones algo más provistas de infraestructura llegan hasta la piedra que otorga el sobrenombre de Praia da Pipa a toda esta zona. Costeando el golfo hacia el norte, Praia do Curral ofrece la más agreste de las escenas, especialmente si se llega hasta allí por agua. Aquí las dunas empiezan a ganar altura e interminables montañas de arena son el destino para los buggys que se agitan resbalando en las laderas. Los motores se detienen en las cumbres, entre las palmeras, y dejan contemplar las panorámicas más inquietantes del golfo encerrando al pueblo y sus playas.
Cuando cae el sol, la imagen siempre mentada en las películas del horizonte naranja y el galope de los caballos en la orilla es quizá la más tentadora de las opciones en los llanos que se estiran hacia el sur del pueblo. Alguna caipirinha en los puestos que reposan en la arena es otro placer típico que cualquiera puede darse por unos pocos reales.
EL CRONISTA