26 Feb El placer adrenalínico de nadar en aguas congeladas
Por Andrew Keth
Encaramado en una colina que domina el paisaje de una pintoresca aldea bávara, el castillo de Burghausen apenas asomaba de la neblina blanca del alba y ya las primeras nadadoras del día iban bajando hacia el Woehrsee, un lago con forma de signo de interrogación que abraza el flanco oeste de la fortificación medieval.
La temperatura era de 1°7 bajo cero, y las siete mujeres bajaban por los escalones que conducen al agua entre exhalaciones entrecortadas, “¡Uf, af, uf!”, que perturbaban el silencio matinal del muelle. A continuación, con un bip electrónico, una zambullida colectiva y los vítores de una veintena de espectadores, se inició el primer encuentro de la temporada de la Asociación Internacional de Natación en Hielo (IISA, por su sigla en inglés).
El primer sábado de diciembre, en este lugar el frío se convirtió en un concepto sumamente subjetivo. Enfundados en gruesos abrigos y con gorros de lana calados hasta las orejas, los espectadores aferraban alguna bebida humeante entre las manos. Junto a ellos, unos 50 nadadores de entre 12 y 65 años de edad se preparaban para la zambullida en traje de baño y en ojotas. El agua los esperaba a 3°9 de temperatura.
Para el observador inadvertido, la así llamada “natación en hielo” puede parecer una peculiaridad rayana en el dislate. A la distancia, sin tener contacto con el hielo o la nieve, parece una práctica de natación normal como la de cualquier lago. Pero desde la orilla del lago, tiritando dentro de la campera, moviendo los dedos de los pies dentro de tres capas de medias y observando a un grupo de personas medio desnudas que se zambullen por decisión propia en el agua helada, a cualquiera le cuesta entender por qué.
Para el primer evento, la carrera de 1000 metros estilo libre femenino, Julia Wittig, una maestra de escuela de 37 años de edad, se colocó en el andarivel del centro con su traje de baño negro, su gorra, tapones en los oídos y antiparras: únicos accesorios permitidos en la competencia. Y cuando le preguntaron qué le parecía el clima de ese día para competir, dijo: “Está muy bien, no hay nada de viento”.
Con brazadas potentes y elegantes, Wittig surcó las aguas del lago y completó el recorrido en 13 minutos y 8 segundos; estableció así un nuevo récord mundial de la IISA. Al salir, su piel estaba roja y brillante como si se hubiera quedado dormida bajo el sol en la playa. Se quitó las antiparras, dejó al descubierto los círculos blancos alrededor de los ojos, y sin decir nada se quedó con la mirada fija en el piso. Alguien le cubrió los hombros con una toalla. También le acercaron sandalias para los pies entumecidos por el frío.
Después de un minuto, mostró su primera sonrisita. Cinco minutos después de eso, empezó a temblar incontrolablemente.
La natación en hielo tiene raíces profundas en Europa, particularmente en los países nórdicos y de Europa Oriental, donde muchos creen que tiene beneficios y mejora la salud. Pero recién en la última década, organizaciones como la IISA y la Asociación Internacional de Natación de Invierno (IWSA, por su sigla en inglés), establecida en 2006, empezaron a organizar estos rituales bajo la forma de eventos competitivos, y en algunos casos, llevándolos a nuevos límites.
Ram Barkai, de 59 años de edad y oriundo de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, fundó la IISA en 2009 después de participar en un par de eventos de natación que fueron como una revelación: primero fue nadar un kilómetro en aguas a 1,1 grados de temperatura en la Antártida, trayecto que le llevó unos 20 minutos recorrer. El segundo fue en Suiza, donde completó en 43 minutos un tramo de 2,2 kilómetros en aguas a 3°9 de temperatura.
“Soy atleta de deportes extremos y siempre me atrajeron los límites”, dice Barkai, que ya era un consumado nadador en aguas abiertas. “Siempre me aburrieron las medias tintas.”
En los eventos oficiales de la IISA, como el de Burghausen, los tramos más largos son de mil metros. Pero la organización también es conocida por certificar “millas de hielo”, o sea, tramos de 1,6 kilómetros o más, y en temperaturas inferiores a los 5 grados centígrados, el umbral oficial de la natación en hielo. Barkai compara esa hazaña con escalar el monte Everest.
La temeraria osadía de Barkai y la IISA les ha valido muchas críticas, incluso de parte de la IWSA, que celebra eventos considerablemente más grandes y menos restringidos y que no permite tramos que excedan los 450 metros a esas temperaturas.
“Es demasiado peligroso para una persona promedio”, dice John Coningham-Rolls, vicepresidente de la IWSA, en referencia a los tramos más largos. “Hasta lo que hacemos nosotros ya es bastante peligroso. Así que no podemos aprobarlo”, dice respecto de las prácticas de la IISA.
Experiencias extremas
Lo cierto es que el riesgo para el cuerpo es real. El contacto súbito con el agua helada puede causar hiperventilación y un repentino aumento de la presión sanguínea. La exposición prolongada conduce a la hipotermia y eventualmente a la muerte, si la temperatura corporal desciende por debajo de los 27°8, aunque lo más frecuente es que el deceso se produzca como consese cuencia de un ataque cardíaco al entrar en contacto con el agua helada.
En marzo de 2014, en un evento del campeonato mundial de la IWSA en Finlandia, un ruso del grupo de 70 a 74 años de edad que participaba en la competencia de 450 metros tuvo un paro cardíaco en la piscina nevada y más tarde murió en el hospital.
Los nadadores en hielo se entrenan rigurosamente en piscinas bajo techo para acrecentar su resistencia y luego se van aclimatando paulatinamente al agua fría con tramos cada vez más largos en ríos y lagos. Muchos de ellos tienen o desarrollan una capa de grasa corporal aislante del frío.
Gordon Giesbrecht, estudioso de la supervivencia en aguas heladas de la Universidad de Manitoba, dijo que los mejores nadadores en agua fría se parecen más a una foca que a una anguila: “Es una de las pocas razones por las que conviene ser gordo”.
En este tipo de eventos de natación, las autoridades deben extremar los cuidados. Si tienen que sacar a alguien del agua, los paramédicos no vacilan. Además, cuando los nadadores vuelven a tierra firme siguen en observación, porque tras terminar la competencia el cuerpo sigue enfriándose, y a veces la temperatura corporal mínima registra entre 30 minutos y una hora después de salir del agua.
Los nadadores también tienen que controlar atentamente ciertas variables, como la respiración, el estado físico y mental general, y el tono de color de la piel. “Un rosado intenso es normal”, dijo Jaimie Monahan, una reconocida nadadora de maratón oriunda de Nueva York que se ha volcado al nado en hielo. “Un tono azulado, y la palidez extrema son mala señal.”
La primera pregunta que suelen escuchar los nadadores es por qué. Y como ocurre en muchos deportes extremos, la respuesta suele ser que los participantes aprovechan la oportunidad para aprender de sí mismos, como descubrir algún lugar recóndito y nunca visitado de la propia psiquis, o experimentar durante un fugaz instante la embriagadora sensación de desafiar nuestros instintos más básicos. El placer de hacerlo parece empalidecer frente a la sensación de haberlo hecho.
“No quiero mentir”, dice Rena Demeo, que hace dos años completó su “milla de hielo” en Boston. “Cuando terminás, la sensación de euforia es increíble.”
LA NACION/THE NEW YORK TIMES